Después de la gran alegría tras la liberación de las manos de los egipcios, el pueblo de Yahvé inició su viaje caminando por el desierto para llegar a la tierra prometida.
Apenas un mes y medio después, ante la falta de carne, empezaron los israelitas a protestar por su liberación: «Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos». (Ex 16,3). A partir de entonces, la misericordia de Yahvé les hizo llover pan del cielo durante todo el tiempo que estuvieron en el desierto y también codornices para que tuvieran carne.
Siguieron avanzando por el desierto con esta ayuda de Yahvé y poco después los israelitas volvieron a encararse con Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed?» Moisés acude a Yahvé, quién con toda su paciencia y su misericordia no se «enerva» contra el pueblo sino que les da el agua que piden.
A los tres meses de salir de Egipto los israelitas llegaron al desierto del Sinaí. Yahvé, que habla al pueblo a través de Moisés, les recuerda la liberación de los egipcios y que les ha traído sobre alas de águila hasta este sitio y les pregunta: «Si queréis obedecerme y guardar mi alianza entre todos los pueblos seréis mi propiedad, porque es mía toda la tierra. Seréis un pueblo sagrado». Todo el pueblo respondió a una: Haremos cuanto diga Yahvé. Después de esta promesa Yahvé prepara al pueblo para verle en el monte Sinaí, en forma de nube con truenos y relámpagos.
Moisés, después de esta teofanía, baja y pronuncia las palabras que Yahvé le ha dicho. Estas palabras que Yahvé le ha dictado son toda la Ley, no solamente el Decálogo sino también la legislación civil y religiosa que deberá seguir el pueblo.
Para la constitución de un pueblo se requiere una cierta independencia y que pueda regirse por sus propias leyes. Todo esto lo recibió el pueblo de Israel por misericordia especial de Dios, cuando entregó Dios a los hebreos todas las leyes, ya civiles, ya religiosas, preceptos morales, leyes de juicios y de penas, sobre el culto y los sacrificios, de las purificaciones y restantes ritos sagrados y les prometió grandes premios a los que lo observaran y penas a los que lo infringieran. ¿Qué más podía hacer Yahvé por su pueblo? Le había prometido un país y les estaba guiando hacia él, le había prometido que un ángel les guiaría llevándoles al lugar que les tenía preparado, (Ex 23,20-21), haciéndoles vencer en las batallas contra sus enemigos, pues «tus enemigos, les dice, serán mis enemigos». Les promete las fronteras de su país, desde el Mar Rojo hasta el Gran Río, Ex 23,31. Sólo les pide fidelidad a la alianza que han prometido.
Tras esta larga comunicación el pueblo volvió a aceptar esta alianza, prometió de nuevo hacer todo lo que Yahvé les pedía, pero esta vez el rito fue diferente, pues tras la obediencia prometida por el pueblo, Moisés roció con sangre al pueblo diciendo: «Esta es la sangre del pacto que Yahvé hace con vosotros según estas cláusulas».
Después de esta alianza de Yahvé con su pueblo, Moisés sube al monte a recoger las tablas de la Ley que el Señor le da y es retenido por Yahvé cuarenta días en los que acaba de darle todas las instrucciones que debe cumplir fielmente el pueblo.
Mientras Moisés estaba en la montaña santa, el pueblo de Yahvé no sólo comenzó a murmurar contra Yahvé, sino que pidieron a Aarón que les hiciese un becerro de oro para adorarlo y decir: «Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto», Ex 31,4, y le ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. El pueblo, olvidando que Moisés estaba con Yahvé en la montaña totalmente cubierta con la nube, que representaba la presencia de Yahvé, se puso a comer, beber y bailar alrededor del becerro.
Yahvé informó a Moisés de este hecho y le dijo: «Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado.(…) Veo que es un pueblo testarudo por eso déjame que voy a descargar mi ira contra ellos. Y de ti sacaré un gran pueblo», (Ex 32,7-9)
¡Su pueblo, que hacía pocos días acababa de prometerle fidelidad hasta el fin y con el que había tenido tantas misericordias! Pero Moisés intercedió por él: «¿Por qué Señor se va a encender tu ira contra tu pueblo que sacaste de Egipto con mano fuerte y poderosa?» (Ex 32, 11.-14).
Y el Señor, por su infinita misericordia, se desdijo de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo y lo siguió cuidando como si nunca hubiera pasado nada.
«La última escapada», de Michael O’Brien, Manos libres, 2009
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