Educación y primeros pasos
Teresa Jornet e Ibars nació el 9 de enero del año 1843, en Aitona, Lleida, aunque de adolescente se trasladó a vivir a la ciudad de Lleida con su tía Rosa. Más tarde, Teresa se traslada a Fraga (Huesca) para cursar los estudios de Magisterio y a los 19 años aprobó las oposiciones de maestra del Ministerio de Educación siendo destinada como maestra a Argensola (Barcelona).
Teresa mantenía contacto con su tío, el beato Francisco Palau y Quer, hermano de su abuela materna, carmelita descalzo exclaustrado, y creador de diversas instituciones religiosas de enseñanza, como las Terciarias Carmelitas. El beato Palau invita a Teresa a integrarse en esta obra y Teresa acepta; durante unos años trabajó con celo y esmero técnico en la dirección de aquellos pequeños colegios, pero sin llegar a vincularse religiosamente a dichas instituciones.
A mediados de 1868 ingresó en el noviciado del monasterio de las clarisas de Briviesca, donde permaneció por espacio de dos años; pero una inusitada enfermedad y las convulsiones políticas de la época no le permitieron profesar.
En consecuencia, Teresa se vió obligada a regresar con su familia al pueblo de Aitona y, restablecida su salud, volvió con el beato Palau que la nombró visitadora de sus escuelas. Estas experiencias en el ambiente del padre Palau le obligaron a viajar ayudándole a ampliar su conocimiento de las necesidades de la Iglesia y de las almas. Mucho le ayudaría la influencia del beato Palau a desarrollar su vida espiritual y organizar su vida de oración, sobre todo siendo contemplativa en la acción. Fallecido el beato Francisco Palau el 20 de marzo de 1872, un mes más tarde, Teresa regresó a su pueblo, «en espera de una clara luz que le manifestara el designio de Dios sobre su vida».
Vocación
Esta luz llegó en el mismo 1872 e iluminó definitivamente su existencia. En junio de ese año acompaña a su madre a tomar las aguas termales en Estadilla, Huesca, y al regresar, se detienen en Barbastro, donde entra providencialmente en relación con el sacerdote don Pedro Llacera. Don Pedro le dio a conocer los planes de una fundación en favor de los ancianos más necesitados y le invita a integrarse en aquella empresa de vida religiosa y caritativa que por entonces inspiraban la actividad de un sacerdote, don Saturnino López Novoa.
Una luz interior se enciende en el alma de la joven, y desde entonces Teresa Jornet no piensa en otra cosa: está decidida a entregarse por entero a esta empresa. Recluta las primeras seguidoras y el 11 de octubre de 1872 regresa a Barbastro en compañía de su hermana María Jornet y de una amiga, Mercedes Calzada. Junto a otras postulantes realizan durante el mes de noviembre los Ejercicios espirituales de san Ignacio. El 27 de enero de 1873, se realiza la solemne toma de hábito de las hermanitas en la capilla del seminario.
Teresa, al frente del nuevo Instituto como superiora general, primero designada por la autoridad eclesiástica y, después elegida y reelegida en los capítulos generales de la congregación, lo rigió con mano firme, con inteligencia lúcida y con corazón generoso.
Llevó a cabo una ingente labor organizadora de la nueva congregación. Infatigable, recorrió toda España, con las limitaciones, dificultades e incomodidades de la época para viajar, y puso en marcha 103 hogares para acoger a los ancianos más necesitados. Y realizó toda esta impresionante labor apostólica a pesar de un delicado estado de salud. Su celo apostólico y su amor a Dios y a los ancianos le daban nuevos bríos, le daban alas de ángel.
Muerte y canonización
Antes de expirar recibió la ansiada comunicación de la aprobación definitiva de las constituciones de su instituto, redactadas por el siervo de Dios Saturnino López Novoa. Las tomó de sus manos como un verdadero código de obediencia y le dijo: «Este librito, padre, o me ha de salvar o me ha de condenar».
Su última recomendación a las hermanitas es un resumen de su vida y de su enseñanza: «Cuiden con interés y esmero a los ancianos, ténganse mucha caridad y observen fielmente las constituciones. En esto está nuestra santificación».
Santa Teresa Jornet e Ibars muere en Liria (Valencia) a los 54 años, en la mañana del 26 de agosto de 1897. Teresa de Jesús Jornet e Ibars fue beatificada por Pío XII el 27 abril de 1958 y canonizada por Paulo VI el 27 de enero de 1974, coincidiendo con el centenario de la Congregación. Su fiesta se celebra el 26 de agosto.
Espiritualidad de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados
La misión de la orden es acoger a los ancianos más pobres en un ambiente de familia para poder atender todas sus necesidades: materiales, de afecto y espirituales. La consigna que dejó santa Teresa Jornet fue: «Cuidar los cuerpos para salvar las almas».
Tal y como indican ellas mismas: «Hemos sido llamadas por Dios para hacer de nuestra vida una gozosa donación de amor. Nos sabemos amadas por Él y a Él nos hemos entregado totalmente como amor supremo y nuestro servicio a los ancianos quiere ser expresión y compromiso de este amor. Vivimos en comunidades de vida fraterna y expresamos nuestra consagración mediante los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, queriendo alcanzar en cada momento un espíritu de auténtica familia.»
La espiritualidad de las Hermanitas es, ante todo, cristocéntrica, es decir, Cristo es el origen, centro, impulso y meta de su vida. A Jesús las hermanitas lo encuentran también en el ejercicio de su carisma peculiar, en la asistencia a los ancianos como si fueran el mismo Cristo, así lo transmitió su fundadora: «En casa tenemos esa parte escogida de Dios, que son los pobres, y cuanto hiciéramos por ellos, Jesús lo recibe como hecho a su persona». La vida de la hermanita es una historia de amor a Jesucristo adorado en la Eucaristía y servido en los ancianos.
Asimismo, la espiritualidad mariana también está presente en la orden ya que los fundadores de la misma siempre motivaron a las hermanitas a tener «memoria viva de la consagración filial de nuestro humilde instituto a ella, esforzándonos con amorosa fidelidad a hacerla real y actuante en la comunidad y en la intimidad de nuestra vida espiritual» (Constituciones 171).
Por último, las hermanitas de los Ancianos Desamparados son invitadas a vivir gozosamente descansando en la amorosa Providencia de Dios, con la ternura y confianza de una niña que conscientemente está siempre segura y feliz en brazos de su madre «Confíen en el Señor que no las desamparará, ya que en los mismos ancianos sirven a aquel que cuida hasta del más pequeño pajarito y de las flores de los campos» (Constituciones 207). Es su forma de ser y sentirse pobres, desprendidas y disponibles. Santa Teresa Jornet repetía con frecuencia: «La Providencia es mi querida madre que nunca me ha faltado».