En el hogar Martin, la llegada de un nuevo hijo es, ante todo, ocasión de un inmenso reconocimiento hacia Dios y el signo del amor de Dios, de su bendición, de su providencia y de la participación en su misterio creador y redentor.
La primera hija de la familia Martin fue María: nació el 2 de febrero de 1860. Es la mayor y siempre será la preferida de su padre. Su nacimiento abre un dichoso período familiar. Cinco años de felicidad, 1860-1865, sin pruebas particulares o grandes convulsiones en la familia. El círculo de los hermanos va a ampliarse progresivamente en la armonía.
Paulina, la segunda, nacida el l7 de setiembre de 1861. Desde la primera carta de Celia se nota ya la predilección de la madre por ella. Siempre manifestó un deseo de ser religiosa.Tras casi dos años nace la buena Leonia, el 3 de junio de 1863, también llamada la pobre Leonia, por las graves dificultades y complicaciones que encontrará a lo largo de su crecimiento, tanto de salud como intelectuales.Un año después de Leonia nace Helena, el 3 de octubre 1864, y Celia no puede alimentarla como a las tres anteriores por causa de su bulto en el pecho que va desarrollándose. Necesita una nodriza. Helena reúne grandes cualidades, físicas y de inteligencia; suscita siempre admiración.
El año 1864 cierra una época familiar sin sombras, solamente la pequeña Leonia por la agravación de una enfermedad que durará hasta la primavera de 1865: latidos de corazón anormales, dolores intestinales agudos, eccema purulento. Parecen ser las primicias de una nueva etapa dolorosa, marcada por la serie de duelos que pronto va a conocer la familia Martin. Pero esta enfermedad tendrá solución por una novena a la beata Margarita María que hará su tía sor Mª Dositea.
En 1865 se inician las primeras sombras familiares. La primera alarma de la enfermedad de Celia la da ella misma al denunciar la glándula que le ha aparecido debido a un golpe que se dio en el pecho cuando era joven, como escribe en su carta de fecha 23 de abril de 1865 a su hermano Isidoro, cuando está estudiando medicina en París. Éste no toma medidas serias contra este mal que va creciendo y minará la salud de su hermana.
El primer duelo contribuye a hacer olvidar la salud de Celia y la curación de Leonia: es la muerte del padre de Luis, Pedro Francisco Martin, en junio de 1865, que deja a Celia profundamente consternada. Es su primera confrontación con la muerte.
El 20 de setiembre de 1866 nace el primer hijo de la familia, José Luis. Su madre sueña en que sea sacerdote y misionero, pero no permanece mucho tiempo en este mundo y el Señor se lo lleva al Cielo en febrero de 1867. Es la primera muerte de un hijo en la familia Martin. Pronto viene otro susto a la familia por una fuerte otitis de Helena que le dura seis meses y le puede dejar secuelas irreversibles, pero se cura sin ellas y los padres atribuyen la curación al pequeño José Luis.
En diciembre de 1867 nace el segundo hijo José Juan Bautista, el cual desde muy pequeño ya está enfermo y es poco robusto, falleciendo en agosto de 1868. El cuarto duelo de la familia, en setiembre de 1868, es la muerte de Isidoro Guérin, padre de Celia.
En estos años de dolor una alegría llega a la familia y es el nacimiento de Celina, en abril de 1869. Aunque débil de salud, a través de la ayuda de tres comadronas, se consigue que se salve. Ella que tendrá un carácter enérgico y voluntarista, desde pequeña lo demostró soportando estos primeros años.
El mayor dolor de la familia en estos años será la muerte de Helena. Aunque siempre tuvo poca salud, un extraño mal le acosó en febrero de 1870 y en pocos días falleció. Siendo una niña encantadora y con 6 años de edad se hizo querer por todos y el vacío que dejó en el hogar fue muy grande.
Pocos meses después, en agosto de 1870, nace Melania-Teresa, entregada a una nodriza que tenía poca leche. La niña estaba subalimentada y cuando se dieron cuenta, Celia intentó alimentarla como pudo, pero fue insuficiente y Melania-Teresa murió a los dos meses.
Cada nuevo duelo lleva consigo una nueva aflicción; todos los hijos son irremplazables a los ojos de sus padres. Después de la muerte de Melania-Teresa, escribe Celia a su cuñada: «Me encuentro desolada ¡quería tanto a esta niña! A cada nueva defunción, siempre me parece que quiero al niño que acabo de perder más que a los otros. Ésta era tan linda como un ramo de flores y además yo era la única que la cuidaba. ¡Ay, quisiera morirme yo también! Llevo dos días completamente cansada; no he comido nada, por así decirlo, y he estado de pie toda la noche entre angustias mortales.»
Pero Celia y Luis no pierden la alegría y después de pasar estos momentos de dolor grandísimo vuelven a ser el alma de la familia y a pesar de los cuarenta años de Celia y de los tristes recuerdos ¡quieren volver a ser padres!
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