La descendencia de Abraham, tal como le había dicho Yahvé, peregrinó a Egipto (Gn 15,13) y tras unos primeros años de vida tranquila en este país gracias a José, el hijo de Jacob vendido por sus hermanos, estuvo en servidumbre y afligida durante cuatrocientos años. Como se hacían muy numerosos, los egipcios los temían, pues podían alzarse contra ellos. Y cuanto más les temían, más les oprimían y cuanto más oprimido era el pueblo por los egipcios, más se multiplicaba. La situación era cada vez más insostenible para el pueblo de Yahvé, y las oraciones del pueblo se elevaban a Él para pedir por su libertad. Yahvé, por designios misteriosos salvó a Moisés de la muerte cuando era niño y lo formó y estuvo muy cerca de él para que fuera a liberar a su pueblo de la opresión de los egipcios.
Nadie creía en esta posibilidad, pues la esclavitud del pueblo era tan grande que ni siquiera el mismo Moisés creyó en principio a Yahvé: «He oído los gritos que le arranca su opresión y conozco sus dolores. He bajado para librarle de las manos de los egipcios y llevarle a una tierra que ofrece leche y miel.» (Ex 3, 7-8). La respuesta de Moisés es de incredulidad: «¿Y quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?» (Ex 3,11). Pero cuando Dios promete nunca falla y a Moisés le prometió toda su ayuda para liberar al pueblo judío de la opresión egipcia.
La respuesta del Faraón a la propuesta hecha por Moisés y Aarón solicitándole la salida del pueblo judío de Egipto fue el endurecimiento de la situación del pueblo de Yahvé. Esto motivó que el pueblo judío olvidase las promesas de Yahvé a Moisés y los principales del pueblo dijesen a Moisés y Aarón: Vosotros habéis sido causa de que el Faraón no pueda vernos y habéis puesto la espada en sus manos para que nos mate. (Ex 5,21). También Moisés fue a quejarse a Yahvé de esta nueva opresión al pueblo; Yahvé volvió a prometerle que Él iba a liberar al pueblo de la esclavitud egipcia, pero el pueblo no creyó esta nueva promesa. (cf. Ex 6,9).
Pero la misericordia de Yahvé no tiene fin y su palabra es siempre fiel y, aun después de varias pruebas, el Faraón decidió no dejar salir al pueblo de Israel de Egipto. A pesar de la negativa, Yahvé continúa hablando como si ya se hubiera conseguido la liberación y hace una alianza con su pueblo e instituye la fiesta de la Pascua: Este será para vosotros el mes principal, será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará una res para su familia, una por casa. (..) Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. (…) Con la sangre rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. (Ex 12, 2.3.5.7)
Y así se verificó una de las mayores misericordias de Yahvé a pesar de las dudas de su pueblo y les liberó de la esclavitud de Egipto con el paso a través del Mar Rojo y ahogando a todo el ejército egipcio que les perseguía. El pueblo de Israel reconoció este gran milagro y cantó este precioso himno a Yahvé:
«Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria,/ caballos y carros ha arrojado en el mar. / Mi fuerza y mi poder es el Señor,/ Él fue mi salvación./ Él es mi Dios: yo lo alabaré;/ el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré. /El Señor es un guerrero,/ su nombre es “El Señor”./ Los carros del faraón los lanzó al mar,/ ahogó en el Mar Rojo a sus mejores capitanes./ Las olas los cubrieron,/ bajaron hasta el fondo como piedras./ Tu diestra, Señor, es magnífica en poder,/ tu diestra, Señor, tritura al enemigo (…) Decía el enemigo: “Los perseguiré y alcanzaré,| repartiré el botín, se saciará mi codicia,| empuñaré la espada, los agarrará mi mano”./ Pero sopló tu aliento y los cubrió el mar,/ se hundieron como plomo en las aguas formidables./ (…)/ Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;/ guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,/ los llevaste con tu poder hasta tu santa morada./ Lo oyeron los pueblos y temblaron,/ el terror se apoderó de los habitantes de Filistea./ Se turbaron los príncipes de Edón,/ los jefes de Moab se estremecieron,/ flaquearon todos los habitantes de Canaán./ Espanto y pavor los asaltaron,/ la grandeza de tu brazo los dejó petrificados,/ mientras pasaba tu pueblo, Señor,/ mientras pasaba el pueblo que adquiriste. / Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,/ lugar del que hiciste tu trono, Señor;/ santuario, Señor, que fundaron tus manos./ El Señor reina por siempre jamás». (Ex 15,1-21).
Esta fue una gran misericordia de Yahvé con su pueblo que aún en la actualidad es motivo de recuerdo y causa de la más grande festividad de todo Israel.
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