Las generaciones descendientes de Noé, Sem, Cam y Jafet se dispersaron por toda la tierra, pero Dios quiso mantenerse cerca de ellos, y algunas generaciones más tarde eligió a un hombre, Abram, hijo de Tarej, con quien quiso hacer una alianza y erigirse su pueblo. Yahvé le hizo una promesa a Abram: Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra, (Gn 12,1-3).
Y Abram se fio de Yahvé, salió de su tierra y fue llevado hasta la tierra de Canaán, en Siquem. Allí se le apareció de nuevo y le confirmó que le daría la tierra que estaba pisando. Abram alzó un altar a Yahvé para ofrecerle sacrificios y darle gracias y asentó sus tiendas en el monte frente a Betel. Después tuvo que ir a Egipto pues en la tierra de Canaán hubo años de gran escasez. A su vuelta, años después, Dios le promete una descendencia de sus entrañas, a pesar de que a su avanzada edad todavía no había tenido hijos. Abram le insiste con la descendencia y le dice a Yahvé que tendrá que dejar la heredad a su criado Eliezer, pero Yahvé vuelve a insistir que le heredará un hijo salido de sus entrañas y le hace salir fuera de la tienda, le hace mirar al cielo y le dice: «Mira al cielo: cuenta si puedes las estrellas, así de numerosa será tu descendencia» (Gn 15,6). Y Abram creyó a Yahvé y le fue imputado por justicia y también le dio la tierra donde estaba en posesión, como le había dicho, y para ello Dios pacta una alianza con Abram en la que le garantiza la descendencia y la tierra en posesión y sellan esta alianza con un sacrificio de tres animales de tres años. Esta alianza de Yahvé con Abraham, tuvo sus momentos de duda en Abram, pues la falta de heredero le impacientó y quiso adelantarse a la promesa de Dios, tomando a una esclava de su esposa Sara, Agar. Está claro que los hombres por sus propias fuerzas no pueden cumplir los pactos que Dios les proponía, pero Él tiene paciencia y su misericordia no tiene límites.
Dios no falta a sus pactos y cuando Abram ya era viejo, olvidando por completo la falta cometida por Abram, le volvió a recordar su alianza y la renovó: Yo haré contigo mi alianza y te multiplicaré grandemente. Serás padre de una muchedumbre de pueblos (Gn 17,1-3). Dios preparándole para esta alianza le cambia el nombre, pasando a llamarse Abraham y le dice: Yo establezco contigo y con tu descendencia, después de ti, por sus generaciones, mi pacto eterno de ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti y te daré a ti, y a tu descendencia, la tierra de tus peregrinaciones, toda la tierra de Canaán, en eterna posesión (…) Esto es lo que has de observar tú y tu descendencia después de ti: circuncidad a todo varón, (Gn 17, 7.8.10.11). El signo externo de esta alianza de Dios con Abraham fue la circuncisión.
Pero años más tarde quiso Yahvé probar de nuevo a Abraham, y ver si el amor que le tenía a Él era mayor que el amor a sí mismo. Quiso comprobar si ya había superado todas las dudas que había tenido en relación a las promesas de Yahvé y si seguía fiel a la alianza que habían confirmado, y Yahvé le pidió un sacrificio a Abraham. Un sacrificio muy grande. Le pidió que sacrificara al hijo de la promessa, Isaac, que después de tantos años de espera había tenido, y que se lo sacrificara en holocausto sobre un altar en el monte Moriah. Solo tras este sacrificio, en que Dios perdonó la vida de Isaac, se podían cumplir totalmente las promesas de Dios en Abraham y su descendencia.
El pueblo de Israel, surgido de Abraham, es sin duda el pueblo de Yahvé, pues de un modo y razón especial fue su autor y su fundador, pues de Yahvé recibió los individuos, de una misericordia muy especial de Dios, por la alianza que hemos descrito, pues cuando todas las esperanzas de sucesión estaban perdidas y salvando las leyes de la naturaleza, nació Isaac y de él proceden todos los israelitas. También el mismo Dios rechazó a Esaú y eligió a Jacob y determinó que aquellas personas y familias constituyeran su pueblo. Este pueblo se multiplicó admirablemente durante su estancia en Egipto y el mismo Dios iría protegiéndolos a lo largo de los cuatrocientos años que Dios les había dicho que estarían bajo servidumbre en Egipto, (Gn 15,13).
También el Señor dio a este pueblo un territorio en el que habitar, pues sin territorio es imposible que un pueblo se desarrolle, e Israel recibió dicho país sin ningún mérito por su parte.
Así se constituyó, por misericordia de Yahvé, el pueblo de Israel, el Pueblo de Dios.
Tocqueville: panteísmo, Estado omnipotente y religión climática como futuro de la democracia
Chantal Delsol publica un agudo artículo en la revista La Nef, en el que reflexiona sobre lo acertado (e inquietante) del capítulo VII de la segunda parte de La democracia en América, la fundamental obra que Alexis de Tocqueville...