«2. Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo Él pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que dicen que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la culpa), con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales, comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de moral se crían, hasta que, después de grandes, les ponen unas ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de Rey tan sabio y poderoso.» (Moradas V, capítulo 2, punto 2.)
El objetivo final del camino de perfección teresiano es la unión en amor con el mismo Dios. Dos maravillas complementarias protagonizan la ascensión a la cumbre, o mejor dicho, la inmersión hacia el hondón del alma: una, el misterio de la inhabitación trinitaria; la otra, Cristo, como Verbo encarnado representado en un Corazón que tanto nos ama.
Hoy que vivimos de espaldas a Dios, se me despierta un sentimiento de melancolía al ver el estado del mundo y lo alejado del único remedio para el ansia de felicidad que la humanidad entera manifiesta paradójicamente. Cristo es la respuesta.
Cada vocación específica tiene su camino de perfección, pero todos tienen el mismo agente, Cristo Jesús: nuestro camino, verdad y vida, en el silencio del claustro o en medio de la más afanosa cotidianidad, perfeccionando la creación y sabiendo que también entre «los pucheros anda Dios». ¿Hemos olvidado que somos hijos de Dios y herederos del Cielo? Santa Teresa sabe que ha venido a este mundo para amar. Con qué frescura llega al final de su vida cantando a su Amado. Ha vivido para amar y morirá amando.
Desde una perspectiva literaria sabemos que cuatro grandes símbolos sustentan Las Moradas: primero el castillo y sus dependencias que estructuran toda la obra; los tres restantes aparecen en el camino creciente de unión con Dios: las dos fuentes, el gusano de seda y el referente nupcial. Tres grandes símbolos que le ayudan a la Santa a explicar lo inefable. Son símbolos por el significado universal que encierran; pero en el proceso de la escritura, actúan como una comparación que se convierte en alegoría, o metáfora continuada que, al final, se eleva a símbolo. Tal el gusano de seda y la mariposilla blanca.
Santa Teresa se ha quedado prendada de la existencia de unos gusanos feísimos que, en un lento proceso, se metamorfosean en una delicada mariposilla blanca. La perspicacia de Teresa no lo duda: es la historia del alma humana, que ha de pasar de arrastrarse como gusano a volar como mariposa. Pero ve más: cae en cuenta de que esa alma que ha ido alejándose del gusto por lo mundano y terrenal, tiene que perder la vida para encontrarla en plenitud, tiene que encerrarse en el «capullito» que ella misma ha tejido para convertirse en mariposilla blanca. Libre de arrastrarse por el suelo, revoloteará hasta quedar consumida en la llama de amor que anhela.
Asombrada se queda Teresa ante el insólito fenómeno de la naturaleza, muestra del poder de nuestro Dios. Materia suficiente para pasar largas horas de contemplación. Una reflexión de plena actualidad: si conociéramos cada cosa, admiraríamos al Creador y lo amaríamos. Qué invitación al estudio y conocimiento de toda realidad.
Ella ahora está por otra labor. De la oración de quietud, pasa a la de unión. El gusano transformado en mariposa le viene al pelo. La analogía le encaja. Escribe en el punto 3 de Las Moradas V, cap. 2:
1ª comparación «Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia».
2ª comparación. En el punto 4 continúa: «Pues crecido este gusano que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo».
3ª comparación. En el punto 5 precisa: «Él es la morada y la podemos nosotras fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si podemos!, no quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y poner, como hacen estos gusanitos».
4ª comparación. El gusano tiene que morir como nosotros al hombre viejo. La experiencia mística nueva se manifiesta como en el suceso narrado. La metáfora continuada del admirable fenómeno natural le prepara el desenlace. Nos comenta en el punto 7: «Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que cuando está en esta oración bien muerto está al mundo: sale una mariposita blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con Él; …Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la misma hay acá».