En el año 1212 la Reconquista vivió un momento crucial: la Batalla de las Navas de Tolosa. Sin duda, el resultado de dicho enfrentamiento fue transcendental para el devenir de los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes que ya duraban seis siglos. Las fuerzas combinadas de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra lograron derrotar al ejército almohade y dejaron el camino expedito para la reconquista de la actual Andalucía.
Tras la muerte de Alfonso VIII, rey de Castilla, el trono pasó a su hijo Enrique I que, al morir sin descendencia dejó como regente a su hermana Berenguela (que a su vez era esposa del rey de León). Fruto de ese enlace nació Fernando III de Castilla, el cual sería canonizado por el papa Clemente X en 1671.
En la persona de Fernando III se unificaron definitivamente los reinos de Castilla y León, tras muchos años de separación y enemistad (no olvidemos que León no participó en la campaña de Las Navas de Tolosa e incluso la aprovechó para atacar a su vecino). Con renovado brío, el rey Santo continuó con la labor reconquistadora de su abuelo. En 1236 conquistó la ciudad de Córdoba, antigua capital de la España musulmana y en 1246, Jaén. Inmediatamente después, en 1247 comenzó los preparativos para conquistar Sevilla. Tras casi dos años de duros combates y un largo asedio, finalmente la ciudad más importante de la España musulmana volvió a ser cristiana el 23 de noviembre de1248.
En esta continua sucesión de conquistas y victorias se adivina en Fernando III una fuerte voluntad de reconquistar para la Cristiandad de aquellos territorios perdidos tras la invasión musulmana.
Como dice D. Jose María Sánchez de Muniain, «San Fernando es el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el xiii, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal san Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso. «San Fernando hizo gala de una gran piedad tanto en el ámbito privado como público. Como rey, ordenó la construcción de las catedrales de Burgos, Toledo y probablemente León. Como general, siempre procuró que hubiese sacerdotes y confesores en sus ejércitos que velaran por la honestidad y piedad de sus soldados. Además, las nacientes órdenes militares de dominicos y franciscanos encontraron en el santo rey protección y ayuda».
Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad en su ejercicio de gobierno. Vinculada a esa profunda fe religiosa en San Fernando aparece su devoción a la Santísima Virgen. Cuenta la tradición que san Fernando llevaba siempre en el arzón de su silla de montar una pequeña imagen de la Madre de Dios, la cual le acompañaba en sus expediciones. Esta imagen es la llamada «Virgen de las Batallas», que hoy en día se venera en la catedral de Sevilla. Precisamente, durante el asedio a esta ciudad es donde surge la advocación de Nuestra Señora de los Reyes.
Diferentes fuentes acerca del origen de dicha devoción
Una de las fuentes dice que poco antes de conquistar Sevilla, el rey Fernando III estaba rezando en el campamento de Tablada cuando se adormeció y tuvo una visión. En dicha visión aparecía la Virgen con el Niño en brazos que le decía: «Te prometo que conquistarás Sevilla». Al despertar le contó la visión a su capellán, en aquel entonces el obispo Don Remondo. Y, efectivamente, al poco tiempo las tropas castellanas lograron entrar victoriosas en la ciudad cumpliéndose así lo prometido por la Virgen. Pasados los días, el rey en sus continuas oraciones no cesaba de acordarse de la visión que le anunció la victoria y para no olvidarla, pidió a los escultores de su corte que la esculpieran. Pero ninguno de ellos era capaz de reproducirla con exactitud. Tiempo más tarde, aparecieron en el Alcázar tres jóvenes vestidos de peregrinos provenientes de Alemania. Eran escultores que en su ruta de perfeccionamiento iban recorriendo toda Europa para mostrar su arte y a su vez aprender de las obras y escultores locales.
El rey Fernando acogió a los extranjeros con gran generosidad y magnificencia y ellos, como muestra de agradecimiento, quisieron hacerle un regalo. El regalo consistiría en una talla de la Virgen que el rey podría venerar en alguna de sus capillas. San Fernando acogió la idea con gran entusiasmo y los tres jóvenes se pusieron manos a la obra. Sin embargo, dijeron que no precisaban de nada excepto un salón donde pudieran trabajar sin ser vistos y sin que nadie les molestara.
Cuando los tres jóvenes estaban trabajando en el salón, una criada movida por la curiosidad se asomó para contemplar su trabajo. Cual no sería su sorpresa al ver que, en lugar de tallar la imagen se encontraban cantando plegarias en medio de un gran resplandor. Movida por el estupor, corrió rápidamente a contárselo al rey Fernando.
Cuando el rey santo llegó a la sala para comprobarlo por sí mismo, descubrió con estupor que los escultores habían desaparecido pero que sin embargo, encima de una mesa se encontraba la talla de la Virgen que en sueños había visto.
De los jóvenes escultores no quedó ni rastro, ya que no había puerta o ventana por la que hubieran podido huir sin ser vistos. Se dio cuenta el rey de que aquellos chicos eran ángeles y que le habían dejado ahí la imagen como regalo divino.
El obispo Don Remondo reconoció como milagro el suceso, ordenando que se colocara la imagen en la Capilla del Alcázar bajo el nombre de Nuestra Señora de los Reyes. Con el paso del tiempo San Fernando dejaría escrito que a su muerte fuese sepultado a los pies de la imagen tan querida para él, siendo finalmente trasladada la talla a la Capilla Real de la catedral de Sevilla, donde se encuentra actualmente.
Otras fuentes le otorgan a la Virgen de los Reyes un origen menos sobrenatural. Efectivamente, el estilo gótico de la imagen y algunos detalles de la talla (como las flores de lis que aparecen en los zapatos) hace pensar que posiblemente la talla fuera un regalo de San Luis, rey de Francia, a su primo San Fernando. Efectivamente, ambos reyes santos compartieron un hermoso amor filial por la Madre de Dios. Esta versión está recogida en el libro «Teatro de la Santa Iglesia de Sevilla» escrito en 1635 por Pablo Espinosa de los Monteros. El texto dice así:
«…Sin encarecimiento ninguno se puede decir de esta preciosa imagen que es la reina de todas las imágenes de España, la cual fue del glorioso San Luis, Rey de Francia, según consta de algunas historias francesas, el cual se la envió al Santo Rey Don Fernando, que era su primo hermano, cuando supo que venía a poner cerco a Sevilla (…) En los zapatos tiene flores de lises y cada una letras lombardas que dicen amor». Según esta tradición la Virgen de los Reyes sería la imagen que entró victoriosa en la ciudad de Sevilla tras la reconquista.
Sea cual sea el origen de la devoción, lo que está claro es que la Virgen de los Reyes desde muy pronto contó con el fervor popular. Su festividad es celebrada el 15 de agosto, siendo sacada en procesión la imagen entronada. Claro ejemplo de esa veneración es que en 1936 requetés procedentes de toda Andalucía formaron el Tercio de Nuestra Señora de los Reyes.
Nuestra Señora de los Reyes se cuenta entre las primeras advocaciones marianas de Andalucía, siendo la veneración a la Madre de Dios muy extendida posteriormente por todas las ciudades y pueblos reconquistados. Probablemente es de todas las herencias de san Fernando, la que más se perpetúa hoy en día en España.