Reproducimos el texto íntegro del llamamiento a los padres sinodales ante el próximo sínodo de las familias presentado en Roma el día 30 de septiembre con motivo del convenio internacional organizado por La Nuova Bussola, Il Timone e Infovaticana y que contó con las ponencias de los cardenales Burke y Caffarra, así como del Secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales, Cyril Vasil, y el profesor Kampowski. Entre los firmantes se encuentran los cardenales Caffarra, Burke, Brandmüller, Sarah y Meisner, varios obispos, teólogos y periodistas.
Está claro que «la familia, el matrimonio nunca fue tan atacado como ahora», y que la cultura dominante y el poder que se ejerce a través de los medios de comunicación de masas «la familia se la bastardea como bueno, le pegan de todos lados y queda muy herida» (Papa Francisco, 25 de octubre de 2014). Esto ocurre sobre todo porque la familia –con su identidad, su responsabilidad educativa, sus fines– impide el control social de sus miembros, y es la institución que mayormente resiste al poder dominante.
Es muchísimo lo que está en juego por toda la humanidad: «Las tinieblas que hoy afectan a la misma concepción del hombre atacan en primer lugar y directamente la realidad y las expresiones que le son connaturales. La persona y la familia corren parejas en la estima y en el reconocimiento de su dignidad, así como en los ataques y en los intentos de disgregación. La grandeza y la sabiduría de Dios se manifiestan en sus obras. Con todo, parece que hoy los enemigos de Dios, más que atacar de frente al Autor de la creación, prefieren herirlo en sus obras. El hombre es el culmen, la cima de sus criaturas visibles. (…) Entre las verdades ofuscadas en el corazón del hombre, a causa de la creciente secularización y del hedonismo dominante, se ven especialmente afectadas todas las que se relacionan con la familia. En torno a la familia y a la vida se desenvuelve hoy la lucha fundamental de la dignidad humana» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1997). El ataque a la familia no es sólamente un ataque cultural: es también social, económico, jurídico, doctrinal, e incluso sacramental. Por eso, su defensa requiere un Magisterio específico, fuerte y muy claro. Un Magisterio que vuelva a declarar los principios del derecho natural – que el Evangelio no elimina, sino perfecciona– y que oriente a los fideles católicos hacia la necesidad de defender la familia por su responsabilidad hacia el bien común de la sociedad y de todos.
La profunda reflexión que la Iglesia está haciendo sobre la familia en este momento, con los dos Sínodos que a ella se dedican, va directo al asunto fundamental de este momento histórico. Sería un error aceptar las posiciones que las fuerzas que dominan hoy en el mundo (la ideología dominante anticristiana, la agresión de las sectas protestantes más radicales, las otras religiones) querrían que la Iglesia apoyara: estas fuerzas tienen la intención de reducirla a prácticas devocionales y caritativas, pero no le toleran en su pretensión de una propuesta global, que concierna la existencia del hombre en cuanto tal.
Hoy, para la sociedad es necesario, más que nada, que la Iglesia y los cristianos vivan la novedad de la familia cristiana y expresen sus profundas creencias o la doctrina que empapa la experiencia de de la familia. «Lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad. Se nos pide que realcemos el plan luminoso de Dios sobre la familia, y ayudemos a los cónyuges a vivirlo con alegría en su vida, acompañándoles en sus muchas dificultades». (Papa Francisco, Consistorio Extraordinario, 20 de febrero de 2014).
Por estos motivos les pedimos que el Sínodo exprese una nueva propuesta integrante de la tradición católica sobre los problemas de la vida, de la familia, de la educación, que permita que el pueblo cristiano de hoy profundize su propia identidad para cumplir con su misión de manera adecuada. Como Juan Pablo II nos recordaba, «así pues, en la base de todo el orden social se encuentra este principio de unidad e indisolubilidad del matrimonio, principio sobre el que se funda la institución de la familia y toda la vida familiar» (Juan Pablo II, 4 de octubre de 1997). Esto implica también un juicio cultural sobre la mentalidad dominante, que permita ser cada vez más caritativos.
Les pedimos que superen la contraposición abstracta entre verdad y caridad, entre doctrina y pastoral, que no tiene ningún fundamento desde el punto de vista de la experiencia de la Iglesia, porque la verdad se expresa en el mundo como juicio sobre las posiciones y como caridad hacia las personas.
Les pedimos que incluyan todas las problemáticas particulares, las más dolorosas también, no como puntos totalizadores, sino como puntos que expresen la totalidad de la posición. En particular, no se puede pensar que la Iglesia suponga la equivalencia de facto, no solamente de derecho, entre una relación y una pareja heterosexual y una pareja homosexual, porque ésta podría parecer la subversión del derecho natural y del plan del amor de Dios, el Creador.
Les pedimos que en el Sínodo le den la justa importancia a la experiencia de familias que viven y atestiguan la belleza de un amor indisoluble, que sabe atraer e iluminar a muchas familias que viven en las tinieblas.