Este santo catalán nacido en el año 1200 y canonizado en 1657 por el papa Alejandro VII, fue uno de los primeros compañeros de san Pedro Nolasco en la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced (los mercedarios). Es el patrón de recién nacidos, de los niños, de las mujeres embarazadas ,comadronas y ginecólogos y de las personas acusadas con falsedad . Su onomástica se celebra el día 31 de agosto.
Contexto histórico
A principios del siglo xiii, la costa catalana era victima constante de las razias de los sarracenos de Mallorca, Valencia y África, que se llevaban cautivos a muchas personas para venderlas como esclavos, con gran peligro para su fe.
Ante esta situación, un joven nacido en Montpelier pero asentado en Barcelona, Pedro Nolasco, se propuso liberar a estos cautivos del poder de los sarracenos. En primer lugar, intentó pagar los rescates correspondientes con su propio patrimonio y a través de las limosnas de los fieles.
La Orden de la Merced
Estando un viernes santo (Pedro Nolasco) meditando en la pasión de Cristo, tuvo una visión en la cual se le manifestó un olivo colmado de frutos, y muchos hombres que procuraban destrozarlo, y oyó una voz del cielo mandándole que lo conservara y defendiese.» (…) Por entonces no entendió el significado de la visión, pero Dios se lo manifestó después. Fue el 3 de las nonas de agosto (1 de agosto) de 1218, cuando deliberando consigo mismo si se retiraba a un desierto, estando en oración, se le apareció la Santísima Virgen y le mandó que no se retirase a la soledad sino que fundase una religión nueva, en la cual pudiese ejercitar su caridad con cautivos, sacándolos de la esclavitud y que él había de ser el primero que vistiese el hábito blanco, la cual religión había de llamarse de Santa María de la Misericordia o de la Merced de los Cautivos. Consultado el intento con el rey don Jaime y con el señor Raimundo de Peñafort, respondieron que eso mismo se les había mandado a ellos.
Para llevar a cabo esta misión, impulsado por el amor de Cristo, inspirado por la Virgen María y respondiendo a las necesidades de la Iglesia, el 10 de agosto de 1218, san Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Virgen María de la Merced de la redención de los cautivos, con la participación del rey Jaime de Aragón y ante el obispo de la ciudad, Berenguer de Palou.
Nacimiento milagroso
Según la tradición su nacimiento fue en Portel (Cardona) el 2 de febrero de 1200, en circunstancias extraordinarias. Sus padres esperaban la llegada de un hijo. Cerca del pueblo había una ermita dedicada a san Nicolás donde, frente a la imagen de la Virgen con el Niño, su madre acudía buscando consuelo y esperanza de gestar una nueva vida. La Virgen escucha sus ruegos y la vida comienza a germinar. Sin embargo, volviendo un día de la ermita a su casa muere. Ramón Folch, el Vizconde de Cardona estaba de cacería, y al ver a la mujer tendida en el suelo, sin vida, extrajo por cesárea el niño por lo que se le llamó «nonato», del latín non natus, que significa «no nacido».
Cuentan que desde muy temprana edad fue devoto, humilde, manso, prudente, obediente a su padre y temeroso de Dios. Prueba de ello es que cerca de la granja de su familia se encontraba la ermita de San Nicolás, donde su madre había orado a la Virgen por su gestación y donde varias veces al día Ramón se arrodillaba frente a la Virgen pidiéndole que lo adoptase como hijo. Y un día, mientras rezaba, la Virgen se le apareció y le dijo: «No temas Ramón que yo desde ahora te recibo como hijo mío, pudiéndome llamar con toda confianza Madre».
Vida mercedaria
Su padre lo envió a Barcelona para que cursara sus estudios, cultivara relaciones con gente importante e hiciera carrera y fortuna. Pero Ramón dio muestras de inclinarse a los asuntos de Dios y entabló amistad con el padre Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced. Así, con 20 años, Ramón viajó a Barcelona y se puso en manos de san Pedro Nolasco. Creciendo siempre en el gozo de la virtud, cumplió el año del noviciado, hizo solemne profesión y recibió las sagradas órdenes. La presencia del joven fraile en el hospital de Santa Eulalia de Barcelona acrecentó su fama de bondad entre propios y extraños.
La caridad de Cristo le urgía a atender los dolores del prójimo y a ir a Argel, el principal mercado de esclavos de África, para poner en práctica el cuarto voto mercedario de la redención: «estar dispuestos a entregarse como rehenes y dar la vida, si fuese necesario, por el cautivo en peligro de perder su fe», para ayudar a la salvación de las almas, en medio de enemigos, en la esclavitud, en las mazmorras, en los mercados africanos de venta de esclavos… para servir a Jesús hasta el martirio.
Cautiverio en África
Designado por sus superiores para ir en redención de los cautivos, la alegría de padecer por Cristo y sus hermanos le inundaba. La Virgen le dijo en una ocasión: «como mi Hijo se sacrificó en la cruz, así tú has de moler el grano de tu cuerpo en el suplicio y en el dolor, y como Él es alimento y sostén en la Eucaristía, tú lo serás también de tus hermanos».
Y Ramón predicó a los cautivos, los fortaleció en la fe, los consoló en los trabajos y exhortó a la paciencia. Servía a los enfermos, y curó a muchos de ellos. Se dice que pagó rescate por seiscientos cautivos en total. Cuando se acabaron las limosnas que traía de España para la redención, Ramón se convirtió en cautivo a cambio de la libertad de un cristiano. Su cautiverio lo aprovechó para tratar con moros y judíos, impugnar sus errores, enseñarles la fe católica y convertirlos al cristianismo con santas y eficaces razones.
Su predicación no pasó desapercibida: lo desnudaron y apalearon públicamente y se dice que, para que no volviese a hablar, le perforaron los labios con un hierro candente y se los cerraron con un candado, por espacio de ocho meses, que sólo le abrían una vez al día, para comer.
Los mercedarios lograron reunir el dinero para su rescate y, cuando llegó a Argel, embarcaron a Ramón de vuelta a España. Ya en Barcelona, se le hizo un recibimiento como a un héroe triunfal. Pero él, ignorando aplausos, cantos y alabanzas, se abrió paso entre la gente que le aclamaba y corrió al sagrario de su convento a echarse a los pies de Jesús.
Nombramiento y muerte
La noticia de su caridad, de su defensa de la fe, de su evangelización, de su labor redentora y de su martirio, llegó a conocimiento del papa Gregorio IX, quien le ordenó cardenal de la Santa Iglesia, sin que esto cambiara para nada su forma de vida austera y sacrificada.
Cuando en agosto de 1240 se dirigía a Roma, llamado por Gregorio IX, pasó por Cardona, para despedirse del vizconde Ramón VI, de quien era confesor. Aquí lo atacaron de pronto intensas fiebres que lo llevaron a la muerte. Pidió el santo viático y, como no hubo quien se lo administrase, se dice que el mismo Jesucristo, con un gran cortejo de ángeles, le dio el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y Sangre.
Los señores de Cardona, los frailes de la Merced y el Obispado de Barcelona, contendieron sobre los restos mortales del santo. En vista de que no se ponían de acuerdo, determinaron someterse a un arbitrio providencial: cargar el cuerpo del santo sobre una mula ciega que no conocía el terreno, a fin de que fuera sepultado en el lugar en que ésta parase. Y haciéndolo así, el animal caminó sin parar por kilómetros, seguido de una gran muchedumbre, directamente a la ermita de san Nicolás de Portell en donde san Ramón había acostumbrado rezar de joven (y su madre también), allí quedaron sus restos depositados.