«Yo creo que Europa y Occidente deben reencontrar el sentido de la familia mirando aquellas tradiciones de África que nunca han sido abandonadas. En mi continente la familia constituye el crisol de valores que irriga toda la cultura, el lugar de transmisión de las costumbres, de la sabiduría, de los principios morales. Sin la familia, no hay ni sociedad ni Iglesia. En la familia los padres transmiten la fe. Es la familia la que pone los fundamentos sobre los que estructuramos el edificio de nuestra existencia. La familia es la pequeña Iglesia donde comienza nuestro encuentro con Dios, donde aprendemos a amarle y a tener una relación personal con Él.
Mi padre me enseñó a amar mucho a la Virgen María. En repetidas ocasiones le he visto arrodillarse sobre la arena de mi aldea de Ourous para rezar el ángelus, cada día, al mediodía y por la tarde. Nunca olvidaré esos momentos en los que cerraba los ojos para dar gracias a María. Yo le imitaba y recitaba junto a él mis oraciones a la Madre de Jesús.
Los padres son los primeros educadores del hombre. En la familia, el hombre aprende a vivir y manifestar la presencia de Dios. Si Cristo constituye el punto de unión de la familia ésta tendrá una solidez indestructible. En África existe un lugar importante reservado para los ancianos. El respeto a las personas mayores es una de las piedras angulares de la sociedad africana. Pienso que el hombre europeo no se ha dado cuenta de hasta qué punto los pueblos de África se conmocionan al ver el poco caso que se les hace a los mayores en los países occidentales. (…) En África la familia nunca se ha cerrado sobre sí misma: ella está insertada en el centro de un gran tejido social. La etnia y el pueblo son generalmente prolongación natural de la familia: la etnia aporta la cultura y protege y transmite la tradición más antigua. La armonía familiar puede ser reflejo de la armonía del cielo. Este es el verdadero tesoro de África».
Card. Robert Sarah, Dieu ou Rien. Entretien sur la foi,
p. 237-238