La tensión que le causó la entrada en el monasterio de la Encarnación, pues pensaba más en las penitencias exageradas y extravagantes que debía hacer para no ir al infierno que en el amor a Cristo que debía tener para ir al cielo, le produjo una extraña enfermedad que dejó a todo el mundo intrigado un año y medio después de su toma de hábito. Era el otoño de 1538.
Su estado físico era lamentable, pero ella no cejaba en sus penitencias. Su padre la visitaba y al verla tan demacrada enviaba a la Encarnación a los mejores médicos, que no conseguían encontrarle el remedio. Sus síncopes eran cada vez más frecuentes y prolongados y Teresa los justificaba en que quería ser partícipe de la agonía de Cristo y de sus sufrimientos. Don Alonso, su padre, decidió llevarla a Bercedas, un pueblo donde había una curandera célebre, que según decían hacía «maravillas».
Como la cura no empezaba hasta primavera, se decidió ir a casa de su hermana María que vivía en Castellanos de la Cañada, pero antes hicieron un alto en Hortigosa, en el castillo de su tío Pedro de Cepeda. Pedro consideraba a Teresa como una hija espiritual, pues años atrás le ayudó en sus dudas espirituales. Esta vez al ver su estado tuvo mucha pena y quiso dedicarse a ella. Teresa, como la otra vez, le volvió a confiar los secretos de su vida interior, cosa que no hubiera hecho con nadie más. Le expuso sus luchas, sus esperanzas, sus desalientos, la tibieza y laxitud que sentía tras esforzarse y se estableció entre ellos una conversación.
-Hay que rezar mucho.
-Ya rezo, le contestó Teresa.
-¿Y cómo rezas?
Teresa le explicó que rezaba en voz alta, pues de otra manera no conseguía fijar su atención y toda su oración era vocal, con retahílas de padrenuestros y otras oraciones vocales, pero se cansaba y volvía a distraerse. La cruz sí la conmovía y Dios le había dado el «don de las lágrimas».
-La oración es lo único que cuenta. La oración mental, quiero decir… el recogimiento, le expuso su tío.
¡La oración mental! En vano lo había intentado. No era capaz de recogerse…
Don Pedro se levantó fue a la biblioteca y trajo un libro que puso en sus rodillas. Su título era Tercera parte del libro llamado Abecedario espiritual, de fray Francisco de Osuna. Y le dijo:
-Aquí tienes un tratado de recogimiento.
Teresa lo abrió y encontró lo siguiente:
«..La oración vocal es una petición que damos o enviamos a Dios, en la cual le demandamos lo que de Él hemos de menester…
«La segunda manera de orar es cuando dentro de nuestro corazón, sin pronunciar por la boca palabras vocalmente, sólo nuestro corazón habla con el Señor…
»La tercera manera de oración se dice mental o espiritual, como que se alza lo más alto de nuestra ánima más pura y afectuosamente a Dios con las alas del deseo y piadosa afección esforzada por el amor…».
Esto es lo que ella buscaba. ¡Ojalá hubiera conocido antes a este maestro!
«En suma, la primera oración es como carta mensajera que enviamos a nuestro amigo; la segunda como si le enviásemos alguna persona que es de nos muy conjunta; la tercera, como si fuésemos en persona. O bien, la primera es un beso en los pies; la segunda, beso de las manos; y la tercera es beso de la boca».1
El recogimiento consistía en no recoger en nuestro corazón ninguna cosa creada: «Desembaraza el corazón y vacía todo lo creado» o bien: «Sacar debes de toda cosa el amor; amar todo pero en Dios y por Dios».
Teresa quedó absorta con el libro, leyéndolo a toda prisa y fascinada por lo fácil de la exposición y lo sencillo y metódico de la aplicación.
Este fue el primer contacto de Teresa con la expresión franciscana del amor en su familiaridad más tierna. Descubrió que hacía oración cuando se dormía tratando de permanecer en presencia del Señor. Teresa no olvidará más este abandono del niño en el regazo materno y ella misma utilizará esta comparación en muchos casos.
Cuando acabó la estancia de Teresa en Hortigosa, su tío le regaló el libro, que permitió a Teresa iniciarse en la oración de recogimiento. Teresa continuó con su enfermedad durante tres años, pero ella fue aplicando lo que había leído en el libro de fray Osuna y el progreso en su vida espiritual se le aparecía ya como un trabajo minucioso y preciso, aunque le costaba abandonar los reflejos carnales. Al caer la tarde, Teresa cerraba su libro y oraba en las sombras. Y ella explica:
«Comenzó el Señor a regalarme tanto por este camino que me hacía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía ni lo uno, ni lo otro… Verdad que duraba tan poco esto de unión, que no se si era avemaría; mas quedaba con unos efectos tan grandes, que con no haber en este tiempo veinte años, me parecía traía el mundo debajo de los pies».
1. Osuna, Abecedario espiritual, Ed. Ribadeneyra, p. 467