La aventura de Sevilla
Voy a adentrarme, en los próximos números, en la lectura de algunos fragmentos del capítulo 24 del libro de Las Fundaciones. Cualquier capítulo nos serviría igual. Este es oportuno para ejemplificar lo que pretendo. Presentar tres tipos de circunstancias que nos permiten descubrir la grandeza de esta mujer, los talentos naturales multiplicados por su orientación sobrenatural, en el contexto de la gran aventura épica que son las fundaciones.
Son tan sabrosas las anécdotas de su biografía que cualquiera de ellas, aislada de su razón de ser, podría ocultarnos su verdadera grandeza como mujer santa: todo cobra asombrosa unidad cuando descubres que, absolutamente todo, está orientado por su aventura existencial: ha descubierto el Amor y al Amor va a entregar su vida.
Todo en ella es admirable: su condición de infatigable y sufrida andariega, su sentido del humor, su capacidad de afrontar obstáculos y dificultades, sus dones místicos, su realismo y su sentido común, la aceptación de sus enfermedades, su arte de escribir, aunque siempre lo hiciera por obediencia, su apego al sacrificio y a la penitencia o al sufrimiento de su frágil cuerpo. Y lo que a mí me admira más, escuchar con naturalidad y humildad el hablar directo y coloquial del mismo Dios, como un contertulio de su intimidad.
Sin duda Teresa es una mujer fuera de lo común. No me sirve elevarla a paradigma de la raza hispana ni rastrear orígenes judíos o descendencia de conversos, para ponderar su vigor espiritual o fundamentar claves de su fina inteligencia. Teresa es el fruto de la fidelidad a Dios en el que sin distinción caben judíos, hispanorromanos o godos, esclavos y libres.
En este fragmento vemos el ánimo fuerte de Teresa ante cualquier adversidad. Tiene gracia cómo le quita importancia (malos sucesos de caminos, de poca importancia) y aclara que las cuenta por sus hijas que le han pedido que alargue la narración de estas aventuras. No olvidemos que aunque están escritas, Teresa nos las está relatando oralmente con su humor y su dominio de la intriga o suspense. La enferma es ella, pero las que padecen sus consecuencias son sus hijas. Fiebres como nunca había tenido, oraciones que le alivian y calor y más calor y todavía más calor. Bajo la tejavana, calor irrespirable y para colmo, lecho sin sosiego ni llanura. Se acuerda de los enfermos. Mejor el calor del camino. Contraste. Sólo dos días antes, en manos de las aguas del Guadalquivir. ¿Terminará ahí la aventura? Su mirada siempre atenta a los demás. Un chiquillo no pierde los ojos de su padre ni la Santa de la escena. Pero ella sabe que ha de fundar monasterio en Sevilla, caiga quien caiga incluso sus gustos o ella misma. Sólo Dios basta.
En el Camino real las aventuras no faltan, no importa que sean toros sueltos en las calles de Medina del Campo o un gentío desbordante en Córdoba, tras no poder cruzar el puente por la anchura de los carros y llegar tarde a las obligaciones litúrgicas, eucaristía incluida. Todo es de poca importancia, aventuras del camino. Faltan las oposiciones de los intereses. Falta la oposición del mal espíritu.
«7. Un día antes de Pascua de Espíritu Santo les dio Dios un trabajo harto grande, que fue darme a mí una muy recia calentura.Yo creo que sus clamores a Dios fueron bastantes para que no fuese adelante el mal; que jamás de tal manera en mi vida me ha dado calentura que no pase muy más adelante. Fue de tal suerte, que parecía tenía modorra, según iba enajenada. Ellas a echarme agua en el rostro, tan caliente del sol, que daba poco refrigerio.
»8. No os dejaré de decir la mala posada que hubo para esta necesidad: fue darnos una camarilla a teja vana; ella no tenía ventana, y si se abría la puerta, toda se henchía de sol. Habéis de mirar que no es como el de Castilla por allá, sino muy más importuno. Hiciéronme echar en una cama, que yo tuviera por mejor echarme en el suelo; porque era de unas partes tan alta y de otras tan baja, que no sabía cómo poder estar, porque parecía de piedras agudas. ¡Qué cosa es la enfermedad!, que con salud todo es fácil de sufrir. En fin, tuve por mejor levantarme, y que nos fuésemos, que mejor me parecía sufrir el sol del campo, que no de aquella camarilla.
»9. ¡Qué será de los pobres que están en el infierno, que no se han de mudar para siempre!, que aunque sea de trabajo a trabajo, parece es algún alivio. A mí me ha acaecido tener un dolor en una parte muy recio, y aunque me diese en otra otro tan penoso, me parece era alivio mudarse; así fue aquí. A mí ninguna pena, que me acuerde, me daba verme mala; las hermanas lo padecían harto más que yo. Fue el Señor servido que no duró más de aquel día lo muy recio.
10. Poco antes, no sé si dos días, nos acaeció otra cosa que nos puso en un poco de aprieto, pasando por un barco a Guadalquivir: que al tiempo del pasar los carros no era posible por donde estaba la maroma, sino que habían de torcer el río, aunque algo ayudaba la maroma, torciéndola también; mas acertó a que la dejasen los que la tenían, o no sé cómo fue, que la barca iba sin maroma ni remos con el carro. El barquero me hacía mucha más lástima verle tan fatigado, que no el peligro. Nosotras a rezar. Todos voces grandes.
»11. Estaba un caballero mirándonos en un castillo que estaba cerca, y movido de lástima envió quien ayudase, que aun entonces no estaba sin maroma y tenían de ella nuestros hermanos poniendo todas sus fuerzas; mas la fuerza del agua los llevaba a todos de manera, que daba con alguno en el suelo. Por cierto que me puso gran devoción un hijo del barquero, que nunca se me olvida: paréceme debía haber como diez u once años, que lo que aquél trabajaba de ver a su padre con pena, me hacía alabar a Nuestro Señor. Mas como Su Majestad da siempre los trabajos con piedad, así fue aquí;