La herencia soviética también fue, en términos demográficos, catastrófica, con un pronunciado hundimiento de los nacimientos y el recurso masivo y habitual al aborto. A esto se unía las altas tasas de alcoholismo, la fuerte degradación de la sanidad y la fragilidad de los matrimonios para ofrecer un panorama ciertamente desolador. Los gobiernos de Putin y Medvedev han intentado afrontar este problema que ponía en riesgo la misma supervivencia de Rusia a través de diversas medidas, entre las que destaca una muy generosa política de ayudas familiares, que se enmarca en un tono general en el que el nacionalismo y el entendimiento con la Iglesia ortodoxa son rasgos preeminentes.
Pues bien, contrariamente a lo que indicaban las tendencias antes señaladas, los datos de los últimos quince años nos muestran lo que algunos han llegado a calificar como una primavera demográfica en Rusia, especialmente sorprendente por cuanto los cambios de tendencia en este campo acostumbran a ser lentos y costosos.
Pero el hecho es que el número de nacimientos anuales ha pasado de 1,2 millones a dos millones, lo que supone un aumento del 58% en menos de quince años. Y Rusia, que veía decrecer su población cada año, crece desde 2009 gracias al saldo migratorio positivo y desde 2014 sin tener en cuenta el impacto del saldo migratorio.
En cuanto a la tasa de fecundidad, ha pasado de 1,2 hijos por mujer en 1999 a 1,75 en 2014, con niveles muy superiores en la Rusia rural, donde ha alcanzado los 2,34 el año pasado. Por su parte, los abortos han pasado de más de cuatro millones en 1990, la víspera de la disolución de la Unión Soviética, a 940.000 en 2014.
Evidentemente el peso de décadas de comportamiento demográfico suicida va a seguir incidiendo en el futuro inmediato de Rusia, pero los datos nos indican que el resurgir de la Rusia de Putin no es sólo militar, sino que tiene también una base real demográfica.