Entrevista al profesor Stephan Kampowski
Expresadas en el Sínodo extraordinario sobre la familia y que ahora están siendo relanzadas en vista del próximo Sínodo en octubre, uno tiene la impresión de que incluso cuando se habla de evangelización se tiene más en mente la idea de cómo resolver los problemas del mundo en lugar de preocuparse por llevar a la gente a Dios…
—Usted pone el dedo en la llaga. Hoy en día existe una manera de plantear la pastoral de la Iglesia que consiste en tratar de resolver los problemas. Se dice que existe un problema, se analiza y después nos hacemos la pregunta de cómo podemos responder. Pero con este planteamiento uno queda siempre un paso por detrás, ya que a menudo los problemas nacen en lugares distintos de donde se manifiestan. En nuestro libro se propone una pastoral que ofrece una ayuda a las personas para vivir la belleza. Si nos concentramos en los problemas nos dejamos determinar por las circunstancias, en lugar de proponer algo positivo, verdadero y bello, que luego, como consecuencia, va a resolver muchos problemas, como nos ha demostrado Juan Pablo II.
Pero esto se entiende ya en el Instrumentum laboris que preparó el Sínodo, donde se constata que la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia es en gran parte desconocida, pero también se dice: «Un buen número de conferencias episcopales observa que, si se transmite en profundidad la enseñanza de la Iglesia con su genuina belleza, humana y cristiana, ésta es aceptada con entusiasmo por gran parte de los fieles».
He aquí el punto: en lugar de tratar de buscar una solución aquí y allá, proponemos una visión del hombre sana, bella y vivible. De este modo los problemas se resuelven de raíz.
—Usted ha citado a Juan Pablo II que, en efecto, en la Familiaris consortio (1981) ha propuesto justamente una visión positiva del matrimonio y de la familia. Pero hoy muchos consideran la Familiaris consortio superada.
—Precisamente el pasaje del Instrumentum laboris que he mencionado sugiere por el contrario que si hay un problema con la Familiaris consortio se refiere al hecho de que en muchos lugares no ha sido presentada e implementada. Donde se han observado sus enseñanzas, se puede dar testimonio de cómo dan abundantes frutos. Es cierto que el documento, publicado hace más de treinta años, no trata de algunas cuestiones que hoy se han convertido en importantes desafíos, como las uniones homosexuales o el desafío de la ideología de género. Pero estas nuevas cuestiones no invalidan la sustancia del documento, que sigue siendo la Carta Magna de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.
—En su libro usted valora una declaración de Kasper, cuando dice que hay que hacer ver la belleza de la familia, porque la belleza atrae. Pero uno tiene la impresión de que el resultado de esta afirmación es que se considera que dar batalla en defensa de la familia no tiene sentido, porque si uno da testimonio de la belleza los otros se darán cuenta y nos seguirán…
—Pero no es así. El título de la intervención de Kasper en el Consistorio es bueno: «La familia es una buena noticia». Pero precisamente porque se trata de una buena noticia, entonces hay que presentarla e incluso defenderla allá donde es atacada. Pero hay otra contradicción en el discurso de Kasper al Consistorio.
—Dígame
—Primero dice que la familia es una buena noticia, que el vínculo indisoluble es una buena noticia. Pero luego, al final, habla del peso insoportable que los clérigos ponen sobre los hombros de los fieles, como si fuera una invención del Papa la indisolubilidad del matrimonio. Pero es un don que hemos ecibido del Señor, no de los clérigos. La conciencia de nuestra debilidad, de nuestra fragilidad, no le quita nada a la belleza de la indisolubilidad.
—Quizás tenemos que aclarar el significado de la indisolubilidad.
—En un matrimonio las cosas en algún momento pueden ir mal, uno de los dos puede tomar un mal camino, hacer cosas malas. Tomemos un ejemplo: el hombre comienza a pegar a sus hijos, su mujer no sabe qué hacer. Le dice a su marido que no lo haga, pero él continúa, entonces la mujer dice: me llevo a mis hijos antes de que suceda algo irreparable y me voy. Pero el matrimonio, ¿se rompe por esto? No. Que el matrimonio sea indisoluble no quiere decir que todo matrimonio debe ser el Cielo en la tierra. Puede haber situaciones trágicas, muy dolorosas. Pero vínculo indisoluble, la belleza de este vínculo, significa que los esposos son más felices, que su vida es más bella si permanecen fieles el uno al otro, incluso si la convivencia no es posible en un momento determinado. La vida es más bella si no trato de volver a casarme. Significa: dejo siempre la puerta abierta para ti, tú sigues siendo mi único amor, una luz está siempre encendida en mi habitación, la cama está vacía, estoy sólo porque me faltas tú, y te pienso, y te quiero, y rezo para que vuelvas. Esto es bello: no dejar nunca de esperar. El cardenal Kasper habla de un matrimonio «definitivamente fracasado», pero, ¿quién dice que sea definitivamente fallido? Sólo si uno entra en una nueva relación con nuevos compromisos, entonces sí que la situación se convierte en paradójica, sin salida: compromisos aquí, compromisos allí, hijos aquí, hijos allí.
—Cuando se habla de la belleza del matrimonio te imaginas una pareja que siempre está de acuerdo, en el que todo funciona a la perfección, los niños son buenos, y así sucesivamente. En cambio, usted está diciendo que la belleza es otra cosa.
—Cierto, piense, por ejemplo, en la belleza del perdón. Pues bien, se presupone la fealdad del mal que se ha realizado, la fragilidad humana. Algunas personas pueden objetar: usted propone un ideal, pero tenemos que vivir en la realidad. Quién dice esto no creo que haya leído la catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano donde habla de toda la fragilidad del hombre que peca, que desea de un modo malo, que comete adulterio en el corazón y en la carne; pero que a pesar de todo es un hombre que está llamado a ser elevado por la gracia, un hombre que puede recibir el perdón. El perdón de Dios y el perdón de la esposa o del esposo.
—Sin embargo algunos padres sinodales han puesto en duda que esto sea verdaderamente posible.
—Por supuesto que es posible, y yo puedo decirlo porque mis padres son un fuerte testimonio de ello. Han vivido grandes dificultades y estaban a punto de separarse; pero justo cuando todo parecía irreparable intervino la gracia de Dios y cambió las cosas: se reconciliaron. Fue un cambio repentino, pero luego está todo el camino a realizar. Estuvieron siete años más juntos, antes de que mi padre muriera, y mi madre decía: «El periodo más hermoso de nuestro matrimonio fueron los últimos siete años». Pero era un matrimonio que habían vivido tempestades, habían visto el sufrimiento, habían visto tantas dificultades. Es aquí donde está la belleza: se viven juntos estas cosas, uno es fiel incluso si las circunstancias y nuestras emociones están en contra. Pero se confía en Dios, se confía en la gracia que se nos ofrece, así es posible un camino de perdón, de reconciliación, un empezar de nuevo. También puede ocurrir al final de la vida: hemos luchado, podemos disfrutar de los frutos de un árbol; luego vamos a estar separados durante un poco de tiempo, para después volver a encontrarnos en la Casa del Padre. Esto es un bello matrimonio, no aquel en el que todo funciona bien.
—Llegamos al punto que tantas fricciones ha provocado en el Sínodo: la comunión de los divorciados vueltos a casar, aunque bajo ciertas condiciones. ¿Incluso estas excepciones contradicen la indisolubilidad del matrimonio?
—Sí, estoy convencido de que esta práctica llamada «pastoral» contradice la enseñanza sobre la indisolubilidad que hemos recibido del Señor mismo.
La indisolubilidad no es una idea abstracta: los esposos el día de su boda se prometen ser fieles para toda la vida. ¿Qué significa esta fidelidad? Como ya hemos dicho, puede incluso haber circunstancias en las que se hace imposible la convivencia, pero el compromiso de fidelidad permanece. Fidelidad para toda la vida significa exclusividad sexual, se dice «tú eres mi único, mi única».
Puede suceder, incluso si se vive en una situación matrimonial estable, que se pueda pecar; pero uno cae y vuelve a levantarse. Tenemos que vivir con las consecuencias, pero se pueden confesar estos actos individuales y reconciliarse con la Iglesia y con el Señor. Pero si por el contrario se entabla una relación estable con otra mujer u otro hombre, como si fuesen la esposa o el esposo, entonces se entra en una relación estable que contradice el compromiso de exclusividad sexual, contradice la indisolubilidad del matrimonio.
—El cardenal Kasper afirma no querer poner en discusión la indisolubilidad del matrimonio.
—Sí, pero yo no veo cómo se puede conciliar esta afirmación con la pretensión de que la Iglesia debe reconocer de alguna manera un estado de vida en el que se tienen relaciones extramaritales habituales. Pedir la admisión de los divorciados y vueltos a casar civilmente a la comunión significa pedir el reconocimiento eclesial de las uniones extramatrimoniales. Y entonces podemos preguntarnos por qué no reconocer otras uniones fuera del matrimonio, como las relaciones sexuales prematrimoniales, las uniones del mismo sexo, y así sucesivamente. Y entonces, ¿dónde nos detenemos? Pero aparte de la cuestión de dónde nos detenemos, la Iglesia siempre ha insistido en que el lugar adecuado, bello y verdadero, que corresponde a la verdad del hombre, para el ejercicio de la facultad sexual es sólo dentro del matrimonio.
—Se invoca la misericordia para situaciones tan difíciles, que parecen demasiado duras para las personas.
—Sin embargo, si leemos las Sagradas Escrituras y consultamos a la tradición de la Iglesia, nunca se propuso como solución al pecado un cambio de los mandamientos (no matar, no robar, no cometer adulterio…). La solución es más bien la conversión, a la que la gracia de Dios nos invita. Ésta es la verdadera misericordia de Dios: Dios llama al pecador a corregirse y a cambiar de vida. De este modo es posible la reconciliación con Dios y con los seres queridos.
—En su libro usted afirma: «La cuestión más importante para la pastoral de la familia hoy en día es cómo garantizar que los matrimonios son contraídos válidamente y no cómo encontrar nuevas soluciones para admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar que no desean seguir el camino ya señalado por la Iglesia». ¿Puede explicar este pasaje?
—El debate sinodal ha dedicado mucha reflexión a cómo facilitar el proceso de nulidad para resolver el problema de los divorciados vueltos a casar civilmente que quieren recibir la comunión. A veces se ha tenido la impresión de que las causas de nulidad son una cosa útil, casi buena, para poder resolver, a través de las sentencias de nulidad, los problemas pastorales surgidos después de la celebración del matrimonio. Pero hay que decir que las causas de nulidad no resuelven ningún problema, sino que ellas mismas son un gran problema. Si es cierto que un gran número de matrimonios no son contraídos válidamente, entonces esto no es una solución al problema de los divorciados vueltos a casar civilmente, sino más bien un problema mayor y que hay que afrontar con mayor urgencia que el de los divorciados vueltos a casar. En lugar de preguntarnos «¿cómo podemos acelerar los procesos que concluyen en una declaración de nulidad?», deberíamos preguntarnos: «¿Cómo podemos ayudar a las personas a contraer matrimonios válidos?».