Coincidiendo con la fiesta de la Divina Misericordia y en el marco de una misa celebrada con motivo del centenario de «aquella horrible masacre que fue un verdadero martirio del pueblo armenio, en el que muchas personas inocentes murieron como confesores y mártires por el nombre de Cristo», el papa Francisco proclamó a san Gregorio de Narek como doctor de la Iglesia.
«Padre Santo, –se dirigió al Papa el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos en su solicitud de proclamación del nuevo doctor– desde los primeros siglos de la era cristiana, el Espíritu Santo ha dado al Oriente numerosas estrellas, es decir, hombres y mujeres santos y sabios que con el ejemplo de su propia vida y con su enseñanza han señalado el camino al conocimiento de los misterios de Dios y al encuentro con Cristo». Ejemplo de ello lo encontramos en san Gregorio de Narek, monje del siglo x, teólogo, místico y poeta. Su doctrina sobre el sentido del pecado y del límite del hombre, la reflexión dogmática sobre el misterio de la Santísima Trinidad, la defensa de la eficacia sobrenatural de los sacramentos, la reafirmación de la importancia de la gracia divina y de la vida interior o su gran devoción a la Virgen María son algunos de los temas que el santo armenio tuvo el carisma de transmitir a la Iglesia. Su obra penetró poco a poco en todos los campos de la vida religiosa y de la cultura armenia: la poesía, la miniatura, la música, la hagiografía, la liturgia y el folclore de tal manera que ha sido llamado el «san Agustín de los armenios» por el influjo que tuvo entre los fieles. Su constante popularidad está unida todavía hoy a su libro de meditaciones y oraciones (el Libro de la Lamentación), que es el texto más venerado y difundido en Armenia después del Evangelio.
Georges Dankaye, rector del Pontificio Colegio Armenio, destacaba en entrevista a Radio Vaticana dos de los frutos que la Iglesia de Armenia espera de este doctorado: por un lado, una mayor profundización de los fieles en los misterios de la fe ya que, a causa de las persecuciones sufridas y aunque el pueblo ha conservado la fe, no han recibido una catequesis detallada y sistemática. Por otro lado, el hecho de que san Gregorio viviera poco antes del Cisma de Oriente puede representar un nuevo impulso hacia la plena unión entre la Iglesia católica y la Iglesia armenio-apostólica, no católica.
Al inicio de la celebración el Santo Padre llamaba la atención sobre los signos de unos tiempos que en varias ocasiones ha definido como «un tiempo de guerra, como una tercera guerra mundial «por partes», en la que asistimos cotidianamente a crímenes atroces, a sangrientas masacres y a la locura de la destrucción. Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos–, o bien obligados a abandonar su tierra.» Y cuando aún resuenan en nuestros oídos estas sobrecogedoras palabras nos llega la noticia de una nueva masacre de treinta cristianos en Libia llevada a cabo por el Estado Islámico (ISIS), parte de ellos ejecutados a tiros y el resto brutalmente decapitados bajo la acusación de ser «cruzados».
Y durante la homilía, el Papa recordaba que «la maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Y nos preguntamos: ¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia. (…) Es éste el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, crucificado y resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia. Los santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios.»