Santa Teresa de Jesús o la osadía de una hormiga
En veinte años fundó en total 17 conventos, sin un maravedí en su haber, ni unas posesiones, ni tesoros escondidos. Tan sólo la certeza de que Dios lo quiere y de que Él proveerá: Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576), Villanueva de la Jara (1580), Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582), ambos en el año de su muerte.. Una proeza que la hace posible sólo Dios cuando se olvidan temores, prudencias humanas y mil miramientos pusilánimes. Clave para los verdaderamente activos.
Santa Teresa, en el capítulo 2 del libro de las Fundaciones, en el último párrafo, se dirige a Dios con estas palabras de agradecimiento y de admiración: «¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad! Como nunca nos determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas, así, Dios mío, no obráis vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo de dar, si tuviese a quién, ni de recibir servicios a su costa? Plega a Vuestra Majestad que os haya yo hecho alguno y no tenga más cuenta que dar de lo mucho que he recibido, amén.»
Sólo quien conozca el interior encendido en amores que ardía en su corazón puede comprender el desbordamiento de su afán apostólico y la entrega y donación de su vida, tan debilitada por enfermedades corporales y mil contratiempos de toda índole, hasta el último aliento (octubre de 1582) a las puertas de fundar en Madrid y en tantos otras ciudades que estaban pidiendo nueva fundación, como es el caso de Pamplona.
Mujer andariega e infatigable con la reciedumbre del austero espíritu de su tierra castellana, fuerte e inasequible al desaliento. Retóricas de ocasión insuficientes, palabras vacías. Nada. No fue así. La grandeza de Teresa fue su entrega absoluta a la voluntad de Dios porque es entonces cuando una hormiga se llena de la osadía de los gigantes. Teresa sólo quería apartamiento y soledad y sin embargo tenía que salir, con gran pesar, de su recogimiento para servir en algo a su Señor, que así lo disponía. Llevaba celosías, rejas y muros pero en su persona, cubierta la cara con el velo negro, y siguiendo la vida escondida del monasterio, en las duras condiciones de las carretas cubiertas que ni protegían de la lluvia ni suavizaban el rigor del sol por los caminos polvorientos o en míseras posadas de España, al son de la campanilla que señalaba con sus toques, los rezos del convento improvisado.
Verdadera epopeya, califica Víctor García de la Concha al Libro de las Fundaciones y al de la Vida. Es una narración épica en que luchan Jesucristo y Satanás. Los demás, vasallos de un Señor o del otro. Santa Teresa sirve a su Señor con la lealtad de quien ama.
El fragmento que he seleccionado pertenece a los puntos 7 y 8 del capítulo primero de las Fundaciones. En él se resume lo que con detalle narra y describe a lo largo de su libro y adelanta lo que aparecerá constantemente en todas su fundaciones: 1º la presencia de Jesucristo que a la vez que avala a Teresa y a sus colaboradores lo hace con un respeto sobrecogedor de la libertad de cada persona: «Espera un poco, hija, y verás grandes cosas.» 2º El poder de la oración. 3º El ímpetu misionero que animaba sus empresas fundacionales. América, no sólo Europa o España. El nuevo continente, descubierto recientemente, el Nuevo Mundo en que media España estaba volcada, (allí han emigrado sus hermanos: Rodrigo, Lorenzo, Pedro, Hernando, Jerónimo, Antonio y Agustín de Ahumada, el más pequeño. Son muy interesantes las cartas entre ellos) tiempo en que se está desarrollando la evangelización Teresa suspira por participar en ese impulso misionero «Fuíme a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio». Extender la Iglesia, convertir almas para Cristo, le producía mayor emoción que el buen ejemplo de los martirios de los santos. Hormiga gigante que hace comprensible el cuidado que Dios tiene por los hombres y el misterio de la Cruz y de la redención.
«7. A los cuatro años, (me parece era algo más), acertó a venirme a ver un fraile franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le tuve yo harta envidia. Este venía de las Indias poco había. Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animando a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para más. Había gran envidia a los que podían por amor de nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen, por ser ésta la inclinación que nuestro Señor me ha dado, pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos, mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer.
8. Pues andando yo con esta pena tan grande, una noche, estando en oración, representóseme nuestro Señor de la manera que suele (9), y mostrándome mucho amor, a manera de quererme consolar, me dijo: «Espera un poco, hija, y verás grandes cosas». Quedaron tan fijadas en mi corazón estas palabras, que no las podía quitar de mí. Y aunque no podía atinar, por mucho que pensaba en ello, qué podría ser, ni veía camino para poderlo imaginar, quedé muy consolada y con gran certidumbre que serían verdaderas estas palabras; mas el medio cómo, nunca vino a mi imaginación. Así se pasó, a mi parecer, otro medio año, y después de éste sucedió lo que ahora diré». (Fundaciones capítulo 1º, puntos 7 y 8)