Precursora del Apostolado de la Oración
Que santa Teresita del Niño Jesús es patrona del Apostolado de la Oración y de las Misiones, con san Francisco Javier, está en nuestro recuerdo agradecido. No nos debiera extrañar, pues santa Teresa impregnó el Carmelo de sentido apostólico y misionero y centró la vida de una carmelita en la oración para conseguir amor o sea la conversión de todos. El Carmelo es misionero desde su origen reformado, pues bien sabía Teresa del poder de la oración para llevar a todos los seres humanos las maravillas de un Dios que quiere morar entre los hombres
En el penúltimo párrafo de Las Moradas, la última de sus grandes obras, en el epílogo, nos recuerda el fin de sus fundaciones y el compromiso de la oración como remedio a los graves males por los que atraviesa la Iglesia: «Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir a este mi Dios y Señor, os pido que en mi nombre, cada vez que leyereis aquí, alabéis mucho a Su Majestad y le pidáis el aumento de su Iglesia y luz para los luteranos; y para mí, que me perdone mis pecados».
Está muy divulgado, y con razón, que Teresa orientó sus monasterios para suplicar la conversión de los que denominaba luteranos, los hugonotes propiamente, al nombrar a Francia, aunque creo que se refería al protestantismo en general con inclusión de todas las herejías que pulularon en aquel siglo, por ejemplo, el iluminismo que Menéndez Pelayo lo denomina en su Historia de los Heterodoxos «cáncer del misticismo». Enfermedad grave que tanto hizo sufrir a nuestra Santa, al ser incomprendida, y que le impulsó a un amor sin medida a la Iglesia, en la que quiso vivir y morir.
Es admirable la pasión con que recuerda a sus hijas su vocación más propia, al mismo tiempo, que les advierte de costumbres de las gentes con evidente inmadurez espiritual interesadas en los negocios del mundo «¡Oh hermanas mías en Cristo! ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones; no, hermanas mías, por negocios del mundo; que yo me río y aun me congojo de las cosas que aquí nos vienen a encargar supliquemos a Dios, de pedir a Su Majestad rentas y dineros, y algunas personas que querría yo suplicasen a Dios los repisasen todos. Ellos buena intención tienen y, en fin, se hace por ver su devoción, aunque tengo para mí que en estas cosas nunca me oye.»
Teresa era consciente de que una nueva sociedad contraria a Cristo y su Iglesia estaba surgiendo con enorme vigor, demoliendo las organizaciones sociales y políticas cristianas anteriores. Una amenaza impetuosa que exige una respuesta sin paliativos ni igual. ¿Qué es si no el Carmelo? Es un error muy grave considerar que los males de hundimiento de la fe que vivimos hoy han brotado aquí y ahora. Vienen de lejos. Antes, incluso que en los años de Teresa de Jesús, por limitarnos a la crisis de nuestra civilización cristiana.
Recordemos que desde el Renacimiento se inician corrientes de pensamiento que separan el Cielo de la tierra y convierten al hombre en medida de todas las cosas, sin moral y sin Dios. Por ello es tan actual santa Teresa y necesaria en nuestros días. Quiera Dios que en este quinto centenario descubramos el mensaje teresiano, que no es otro que amar a Dios en verdad sobre todas las cosas. En su escrito «Exclamaciones del alma a Dios» confiesa al Señor, como síntesis de su vida, «Yo sólo quiero quererte».
¿Puede describirse el desmoronamiento social con más vigor?:
«Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia.»
Cuando releo los fragmentos que os he seleccionado de Camino de perfección, podemos apreciar en la frescura de expresión tan suya, su apasionado sufrir por todos los hijos de la Iglesia y la entrega de su vida para suplicar por la fidelidad de todos los responsables de servirla y por la conversión de todos. No puedo evitar reconocer el espíritu que luego se institucionalizará en el siglo xix en el Apostolado de la Oración, en las palabras de la santa: inutilidad, incapacidad, por una parte, y fuerza de la oración por otra.