La vida de san Enrique de Ossó fue, en palabras del papa Juan Pablo II, «contacto íntimo con Jesús, abnegación y sacrificio, generosa entrega apostólica». Además del sacerdocio supo desarrollar su gran vocación a la enseñanza. No sólo hizo descubrir a todos la sabiduría escondida en Cristo, sino que sintió la necesidad de formar personas capaces a su vez de enseñar a otros.
Este joven catalán nació en Vinebre (Tarragona) en el año 1840. Pasó su juventud en el seno de una familia con una fe muy arraigada. Desde que nació, su madre –con gran sabiduría– le inculcaba la vocación sacerdotal y le decía «Hijo mío, qué alegría me darías si fueras sacerdote»; mientras, su padre quería que fuera comerciante. Enrique lo tenía claro, y rechazaba ambas opciones: él quería ser maestro.
A los 12 años de edad, su padre le envió a aprender el oficio de comerciante al lado de su tío. Dos años más adelante, sucedió algo que iba a marcarle para siempre: la enfermedad y muerte de su madre, que en 1854 entregaba su alma al Señor. Fue entonces cuando Enrique de Ossó, «motivado por la gloria y servicio de mi Eterno Padre» –como dejaría escrito – huye a Montserrat sin decir nada a nadie. Marcha con lo puesto y dispuesto a ofrecerse a la Virgen.
En Montserrat, pasa días delante de la Moreneta, orando y meditando. Su familia, preocupada, busca al joven Enrique; y es Jaime, su hermano, quien le encuentra en Montserrat tras hallar textos y estampas de la Virgen en su habitación. Cuando Jaime ve a su hermano, queda sorprendido por su actitud de piedad. Enrique sólo accede a volver a casa cuando su hermano se compromete a ayudarle a ir al seminario; y es que Enrique de Ossó había tomado esa determinación a los pies de la Virgen, convertirse en siervo de Dios: «Hallé mi vocación… Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y de amor».
Sus años en el seminario fueron brillantes. Destacaba como estudiante ejemplar en todas las asignaturas. Su padre decide enviarle a Barcelona para estudiar también física y química. En el aspecto espiritual brillaba su piedad: cada día se levantaba haciendo una hora de oración mental, más tarde oía misa y durante el día visitaba el sagrario, hacía lectura espiritual y rezaba el Santo Rosario. Sus obras predilectas eran, sin lugar a dudas, las de santa Teresa de Jesús. Y en sus vacaciones, ejercía de catequista. Queda claro que este joven tarraconense iba a destacar por tener una educación sobresaliente, cosa que iba a ayudarle en su misión como formador y maestro.
Sacerdote maestro
l 21 de septiembre de 1867 era ordenado sacerdote. La primera misa la celebraba en Montserrat, y recordando el vacío que le había causado su madre decía: «Al entreabrirse los Cielos para bajar por primera vez a mis manos el Hijo de María, asomáronse por sus puertas mis buenas madres, María Inmaculada, Madre de Dios, y Micaela, mi buena madre de la tierra».
Sus primeros años de ministerio empiezan con el estallido de la revolución, un momento fulminante para la fe, que quedó claramente mermada en esos años. La piedad popular se fue perdiendo. En el mundo de la enseñanza y la cultura, se impulsaba una educación laica y sin ningún tipo de carácter sobrenatural. Ese clima inhóspito, de enemigos de la Iglesia, dificultaba la labor pastoral de nuestro nuevo sacerdote; pero pese a la adversidad, Enrique de Ossó sintió la llamada a poner su sacerdocio a pleno rendimiento, erigiéndose como catequista, publicista, fundador de asociaciones piadosas y creador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. «Hay que amar y abrazar lo que Jesús amó y abrazó», decía.
Con una clara vocación de formador, se hacía llamar sacerdote maestro, volcándose por completo en la educación de los niños. Empezaba sus catequesis diciendo «Viva Jesús». Según él, «éste es el único secreto inefable para obtener una restauración social en nuestros días: el cultivar la inocencia, haciéndola crecer en la ciencia de Dios y en el amor de la religión. Estos niños, ¡sacerdotes!, que ahora descuidáis y miráis con indiferencia cómo vagan por las calles y plazas oyendo sólo blasfemias y perversas doctrinas, y viendo escandalosos ejemplos, serán un día padres de familia, empuñarán las riendas del gobierno de la ciudad, de un pueblo o quizá de toda una nación: y si son educados en el temor de Dios, amarán la religión y sus ministros, educarán a sus hijos en la piedad, y florecerá la práctica de la religión». Y también decía: «Por esto el más importante y necesario de todos los cargos es el de enseñar. Éste confió Cristo a sus apóstoles, y de éste tienen el derecho natural los padres de familia.»
Compañía de Santa Teresa de Jesús
or aquel entonces, a finales del siglo xix, casi toda la población de España estaba bautizada, pero pocos podían llamarse cristianos de verdad, porque no conocían su fe. Enrique entendió que sólo llegarían a ser auténticos cristianos mediante un proceso de formación.
Tal era el celo de san Enrique de Ossó de velar por la educación de la mujer, que presentó ante el obispo su voluntad de fundar la Archicofradía Teresiana, iniciada en 1873 como un grupo de mujeres jóvenes cristianas con el deseo de renovar ese ambiente de indiferencia religiosa que inundaba las calles. En una ocasión se dirigía a las jóvenes diciendo «Vosotras sois las que debéis decidir, y sentenciar sin apelación si la sociedad entera ha de ser de Jesucristo o de Lucifer, de Dios o del demonio; si adorarán la virtud o se abandonaran en el vicio. […] No se trata de que entréis monjas, ni siquiera cargaros con nuevas obligaciones o de imponeros duros sacrificios, no se trata sino de que seáis cristianas de veras y de facilitaros los medios para serlo».
En el año 1876 fundaba la Compañía de Santa Teresa de Jesús, llamada comúnmente teresianas, una congregación religiosa en la que las mujeres consagradas se dedicarían a la oración y a la educación de niños y jóvenes, siguiendo el ejemplo de santa Teresa de Jesús como modelo de evangelización y transformación de la sociedad.
En 1877 dirige una multitudinaria peregrinación a los lugares teresianos. En 1879 hacen los votos las primeras hermanas de la Compañía de Santa Teresa. Se dedica en cuerpo y alma a la formación de esas mujeres que debían ser buena simiente en el mundo.
El papel de la mujer, crucial en la sociedad
an Enrique de Ossó redescubrió el valor histórico y transformador de la mujer, tomando el ejemplo de santa Teresa de Jesús, reformadora del Carmelo, con la sola fuerza de Dios. Decía: «¿Se ha visto nunca al mundo resistir la acción simpática, la ardorosa influencia de la mujer? Corazón de la familia, reina del hogar doméstico, dulce encanto de la sociedad, y gloria de la religión». No se trata de una valoración sentimental, sino de remarcar ese papel decisivo en la sociedad. Es imprescindible que la mujer se capacite para garantizar una verdadera competencia.
Tal era el teresianismo de Enrique, que se expresaba así: «Formar, pues, el corazón de la mujer española en el molde de Teresa de Jesús, copiar su fisionomía, hacer que reviva la imagen de Teresa en las católicas españolas (…). Tal es el mundo, tanto vale una nación, cuanto valen las madres que dieron el ser a sus hijos (…), y sabido es que tanto valen las madres cuanto valen las jóvenes que un día, más o menos lejano, lo serán». Impulsó la apertura de colegios para la educación de niñas y jóvenes.
El cuarto de hora de oración
e entre todas sus obras literarias, el Cuarto de hora de oración es quizá la más nombrada y difundida. Para este santo de Vinebre, la oración fue la clave de toda su vida. Decía que «Hoy se habla más, se escribe más y hasta se trabaja más, pero se reza menos, y sin la oración la palabra no da fruto, los escritos no mueven el corazón, el trabajo es menos agradable a Dios. ¡Oh almas…! Orad, orad, orad: la oración todo lo puede».
La buena práctica que pretendía difundir san Enrique era sencilla, pero requería de un cuarto de hora diario: ponerse en presencia del Señor, leer un pasaje del Evangelio u otra lectura espiritual, meditarla y reflexionarla, hacer oración con un trato de amistad con Jesús, y agradecerle y pedirle que nos ayude a cumplir en todo su voluntad.
Canonización de san Enrique de Ossó
l Señor llamó a sí a san Enrique de Ossó el 27 de enero de 1987, siendo sorprendido por una grave enfermedad. Sus últimos días transcurrieron en clima de contemplación. La fama de que gozaba en vida se fue acrecentando posteriormente. En el decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Enrique de Ossó se lee: «Dándose cuenta del peligro que corría la fe de los hombres, especialmente de los jóvenes y adolescentes, a los que nadie daba el pan, se consagró completamente a la enseñanza del catecismo, a la predicación de misiones al pueblo y a la dirección de almas, entregándose a promover operarios que le ayudasen a cultivar el campo del Señor».
Canonizado por Juan Pablo II en Madrid el 16 de junio de 1993, el Papa decía de él: «Enrique entendió que el amor de Dios tenía que ser el centro de su obra».