Si hablamos de la Iglesia en Irak, hablamos de testimonio de fe, de mártires y persecución, de héroes del Evangelio. La Iglesia de la antigua Mesopotamia lleva años viviendo un invierno duro, un atardecer en el que ya sólo quedan unos pocos rayos de luz en el horizonte. Desde Irak llega calladamente un grito unánime: «Ayudadnos, los cristianos aquí somos náufragos que extienden la mano para que alguien los salve de la muerte». Tras siglos viviendo como una minoría, están amenazados por los terroristas del Estado Islámico. Sólo les queda abandonar su país o vivir como refugiados internos. La Iglesia quiere seguir siendo el rostro de Cristo en esta tierra, pero se encuentran ante la última encrucijada. El sol de la fe se apaga en Oriente: estamos ante el ocaso de la Iglesia de Irak.
Irak se asienta sobre las ruinas de los antiguos imperios de Babilonia, Asiria y Persia. Es considerado como «la cuna de la civilización», lugar de origen de la escritura. Irak se encuentra en los orígenes bíblicos, fue en Ur de los Caldeos, la actual ciudad de Basora, donde Abraham recibió la promesa de Dios de ser el padre de un pueblo numeroso. El pueblo de Israel estuvo desterrado durante años en Babilonia y el profeta Jonás fue enviado por Dios a la ciudad de Nínive, la actual Mosul, en el norte de Irak. La Iglesia está presente en esta tierra desde los primerísimos tiempos del cristianismo. Según la tradición, fue el apóstol santo Tomás quien evangelizó esta tierra en el siglo i, de camino a la India, empezando por las comunidades judías que estaban asentadas en algunas ciudades. De hecho, existen cartas manuscritas de obispos con nombres judíos que datan del siglo II.
Pese a la larga historia de la presencia de la Iglesia en Irak, hoy los cristianos son una minoría que está siendo cercenada. En apenas diez años, los bautizados han pasado de ser 1,6 millones a sólo unos trescientos mil. Tras la caída de Saddam Husein, la comunidad cristiana se ha convertido en el chivo expiatorio de los males del país y los enfrentamientos entre chiíes y suníes han golpeado duramente también a los bautizados. No hay familia cristiana que no cuente con algún muerto por la violencia sectaria de los radicales islamistas. Muchos han abandonado el país ante el recrudecimiento de la situación. Los que se quedaron, habían emigrado a la ciudad de Mosul, en el norte, un lugar aparentemente más tranquilo que la convulsa capital de Bagdad. Ahora han tenido que huir de nuevo debido a la invasión del grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés, «Islamic State of Syria and Iraq»). Ya no se oyen las campanas en Mosul ni en pueblos milenarios de la Llanura de Nínive como Qaraqosh, Alqosh, o Telkeff.
Ayuda a la Iglesia Necesitada, con los cristianos de Irak
Al menos cinco obispos han tenido que huir de sus diócesis, los conventos y seminarios han quedado vacíos y unos treinta sacerdotes han perdido sus parroquias. El Patriarca Católico de los Caldeos, Luis Rafael Sako I, ha pedido apoyo a organizaciones eclesiales como la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (A.I.N) para sostener la atención a los refugiados, así como para seguir ayudando en la pastoral ordinaria. «Los cristianos en Irak tendremos un futuro si la comunidad internacional nos ayuda inmediatamente. No lo olvidéis», decía Mons. Sako. Actualmente hay 120.000 refugiados cristianos en el Kurdistán iraquí, en la zona noreste del país, un lugar de momento seguro. A.I.N ha puesto en marcha la mayor campaña de su historia, recaudando un millón y medio de euros para bienes de primera necesidad, alojamientos, educación, ayuda a la formación de seminaristas, sostenimiento de religiosas y sacerdotes, y regalos de Navidad para los más pequeños.
Además, un equipo de A.I.N se desplazó las pasadas Navidades hasta Erbil, capital del Kurdistán iraquí, para conocer de cerca la situación de los refugiados y cómo la Iglesia está apoyandoles. Sólo en Ankawa, el barrio cristiano de Erbil, viven actualmente setenta mil refugiados, son más del doble de los habitantes del barrio. Estamos ante una emergencia constante, con familias de hasta ocho miembros viviendo en tiendas de campaña de apenas unos diez metros cuadrados. Cada familia tiene su propio drama, todos tuvieron que huir con lo puesto en mitad de la noche cuando los terroristas entraron a golpe de mortero y fusil gritándoles: «Convertíos o morid». Sin embargo, «podemos decir que ningún cristiano ha apostatado de su fe», asegura Mons. Emil Nona, arzobispo católico caldeo de Mosul y también refugiado, que ha está atendiendo a sus «ovejas» huidas y refugiadas.
Los Jadar eran una familia normal de clase media del pueblo cristiano de Qaraqosh, el que era el pueblo cristiano más grande de Irak con cincuenta mil habitantes. Cuando los terroristas invadieron esta localidad, los cuatro hijos mayores de los Jadar se fueron con otros familiares. Se quedaron la madre y el padre con la hija pequeña, Cristina, de sólo tres años. No querían perder su casa. Cada día iba un terrorista a su puerta a decirles que se convirtieran al islam o que morirían. Finalmente un día salieron debido a que el señor Jadar necesitaba asistencia médica. Nada más salir un terrorista arrebató a la pequeña Cristina de las manos de su madre, que no pudo hacer nada. Llevaron a los padres a las afuera del pueblo y les abandonaron en mitad del desierto a su suerte. Los Jadar actualmente viven en un centro de refugiados de Ankawa y llevan seis meses sin saber de su hija pequeña.
Sabiha es vecina de los Jadar en el mismo centro de refugiados. Tiene cien años y tuvo que salir de su casa en mitad de la noche en brazos de su nieto porque no puede andar. Ahora está postrada en una cama en una pequeña caseta compartida con los siete miembros de su familia. Al lado de estas familias están los sacerdotes y religiosas que también han perdido sus conventos y parroquias, perseguidos y refugiados como ellos, pero que siguen al servicio de los más pobres y olvidados. Como el padre Hanna Yayuki que lleva 57 años siendo sacerdote en Irak y ha visto morir a cientos de cristianos en atentados contra iglesias y asesinatos selectivos. A su edad, que no quiere revelar, está supuestamente jubilado, pero sigue ayudando como un sacerdote más. Él era de Mosul, servía en la catedral, tuvo que huir también. Junto a las religiosas y sacerdotes también están los seminaristas, como Martin Baani, de 24 años, que está finalizando sus estudios y pronto será sacerdote. El equipo de A.I.N desplazado a Erbil pudo hablar con él, estaba en un centro de refugiados ayudando al reparto de alimentos, durante sus vacaciones de Navidad. Martin tiene a toda su familia en Estados Unidos, huyeron allí hace un par de años. Él podría marcharse pero quiere ser sacerdote en Irak y servir a su pueblo siguiendo con humildad y entrega a Jesús.
Aún hay esperanza para los cristianos de Irak, muchos de ellos dan gracias a Dios por lo que han vivido y dicen que ahora están más cerca de Dios que antes, que sólo les queda la fe. Sin embargo, según los datos de la Iglesia local, cada día setenta y cinco cristianos abandonan Irak. Ahora más que nunca debemos ser una misma Iglesia y ayudar a que nuestros hermanos sigan siendo el rostro de Cristo en la tierra milenaria de Irak, en el corazón de Oriente Medio, la tierra de los mártires y del origen de la civilización cristiana.
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