La situación de los cristianos en Corea del Norte, ignorada incluso por sus propios hermanos de fe, se ha puesto encima del tapete gracias a dos hechos recientes. Por un lado el informe presentado en la Cámara de los Lores inglesa, trabajo impulsado por el católico Lord David Alton. Del informe se desprende que el gulag norcoreano es, en pleno siglo XXI, un despliegue de crueldad y crímenes que creíamos limitados al pasado. Y es que la persecución a los cristianos es una constante del régimen norcoreano. Empezando ya por Kim Il-Sung, el fundador de la dinastía comunista reinante, quien afirmó que «las personas religiosas deberían morir para curarse así de ese hábito». En 1962 escribía «no podemos llevar a esa gente religiosa en nuestra marcha hacia la sociedad comunista. En consecuencia, hemos juzgado y ejecutado a todos los líderes religiosos de nivel superior al de diácono en las iglesias católica y protestante. Entre las otras personas religiosamente activas, aquellos considerados malignos los hemos llevado a juicio. A los creyentes ordinarios que se han retractado les hemos dado trabajos, mientras que a aquellos que no, los hemos internado en campos de prisioneros».
Los ejemplos que aparecen en el informe presentado en Westminster acerca del funcionamiento del gulag en la comunista Corea del Norte son terroríficos. En esos campos son internados los considerados enemigos del régimen, tanto los de tipo político como los de tipo religioso. A estos últimos les están reservadas las mayores crueldades. El internamiento es perpetuo y sólo acaba con la muerte del preso. Además, el crimen de un miembro se extiende a toda su familia, que es automáticamente considerada como culpable (recordemos que la práctica privada de la fe ya es delito). De resultas de esta política, el porcentaje de cristianos, que en el momento de la partición de las dos Coreas, en los años cincuenta del siglo pasado, era equivalente en el norte y en el sur, arroja ahora un 23% en el sur frente a un 0,8% en el norte. Un auténtico genocidio.
Por otro lado se acaba de publicar la historia de Shin Dong-Hyuk, un hombre de 32 años cuya vida transcurrió en el gulag norcoreano hasta su huida del mismo. Blaine Harden la explica en su libro Evasión del campo 14. Se trata de una historia terrible que muestra hasta dónde puede llegar la deshumanización cuando nos esforzamos por erradicar a Dios de nuestras vidas, pero es también una historia necesaria para conocer esa realidad y ayudar a acabar con el odioso régimen comunista de Corea del Norte.