No es el caso que el excelente religioso se reservara para ciertas categorías de personas, más capaces que otras de apreciar su talento en su justo valor. Incluso, podría ponderarse como excesiva la condescendencia que siempre mostró al prestarse sin medida a cualquier oportunidad para hacer el más mínimo bien. Pero ¿cómo sujetar semejante temperamento tan ardiente que, desde primera hora, todo su anhelo se volcaba en favor de los pequeños, de los desheredados y de los pobres? Un ejemplo, entre muchísimos otros. ¿Quién podrá hacerse eco de su atención delicada, de su entusiasta entrega, de su acompañamiento sostenido, hacia sus queridos pequeños sordomudos? Nunca regresaba a Le Puy sin visitar la casa, sin dar alguna sorpresa a los niños, sin hablarles con el corazón, único idioma que saben oír. ¡Y qué sorpresa la de una hermosa carta de Pío IX, obtenida un día a petición suya, para agradecerles haber querido,«aunque pobres e indigentes, ofrecerle la ayuda de sus limosnas, el fruto de sus ahorros y el trabajo de sus manos»! (breve, 12 de junio de 1861.)
Emilio Régnault, S.I.
Messager, marzo de 1884
Las instituciones para sordo-mudos tomaron auge en la Francia del siglo xix, asumiendo frecuentemente su dirección la Institución Lasalliana. La diócesis de Le Puy contaba con una de estas residencias. Distante de la ciudad unos veinte minutos a pie del centro de formación de la Compañía de Jesús, en Vals, el padre Enrique Ramière era asiduo de los niños allí acogidos. De vuelta a Vals, la parada de carruaje era obligada en la cabeza de la diócesis. Puestos los pies sobre el empedrado, ascendía con presteza en dirección a Nuestra Señora de Francia. Su amor y entrega vivía del Corazón de Cristo, de quien son las palabras: «Aprended de mí, que soy manso y humilde corazón».