Con el fin de compartir algunos pensamientos sobre la importancia del estudio de la historia de la Iglesia, especialmente para ayudar a los sacerdotes y agentes pastorales a interpretar mejor la realidad social, el pasado 21 de noviembre el papa Francisco escribió una carta en la que subraya la importancia de promover una real sensibilidad histórica que incluya no sólo el conocimiento profundo y puntual de los momentos más importantes de estos pasados veinte siglos de cristianismo sino también y, sobre todo, el surgir de una clara familiaridad con la dimensión histórica propia del ser humano.
Se debe decir –continúa el Papa– que todos, y no sólo los candidatos al sacerdocio, tenemos hoy necesidad de renovar nuestra sensibilidad histórica porque una adecuada sensibilidad histórica nos ayuda a cada uno a tener un sentido de la proporción, un sentido de medida y una capacidad de comprensión de la realidad, sin abstracciones peligrosas y desencarnadas, protegiéndonos al mismo tiempo del «monofisismo eclesiológico».
En una época en la que se está extendiendo la tendencia a intentar prescindir de la memoria o construir una que se adecue a las necesidades de las ideologías dominantes, la necesidad de una mayor sensibilidad histórica es más urgente que nunca. Frente a la supresión del pasado y de la historia o de los relatos históricos «tendenciosos», el trabajo de los historiadores, así como su conocimiento y amplia difusión, pueden frenar las mistificaciones y los revisionismos interesados.
Hoy –subraya el Santo Padre– tenemos una proliferación de relatos, a menudo falsos, artificiales e incluso engañosos –historias cuidadosa y secretamente prefabricadas que sirven para construir relatos ad hoc, relatos de identidad y relatos de exclusión–, y al mismo tiempo una ausencia de historia y de conciencia histórica en la sociedad civil y también en nuestras comunidades cristianas. El papel de los historiadores y el conocimiento de sus resultados hoy son decisivos y pueden representar uno de los antídotos para enfrentar este régimen mortal de odio basado en la ignorancia y los prejuicios.
Refiriéndose más concretamente al estudio de la historia de la Iglesia, el papa Francisco nos alerta del riesgo de proponerla meramente como soporte de la historia de la teología o de la espiritualidad en los siglos pasados. Enseñada de esta manera, la historia de la Iglesia pierde su fuerza y no contribuye a que la teología entre realmente en diálogo con la realidad viva y existencial de los hombres de nuestro tiempo. Además, este enfoque no facilita un adecuado conocimiento de las fuentes y de las herramientas necesarias para leerlas sin esos filtros ideológicos o prejuicios teóricos que no permiten una recepción viva y estimulante de esos textos. Por otro lado el Papa se refiere a la necesidad de «hacer historia» de la Iglesia –así como de «hacer teología»– no sólo con rigor y precisión sino también con pasión e involucrándose: con esa pasión y compromiso, personal y comunitario, propios de quienes, comprometidos en la evangelización, no eligieron un lugar neutral y aséptico, porque aman a la Iglesia y la acogen como Madre, tal como ella es. Esto también ayudará a recuperar «las huellas de quienes no han podido hacer oír su voz a lo largo de los siglos», como es el caso de los mártires, conscientes de que no hay historia de la Iglesia sin martirio y que esta preciosa memoria nunca debe perderse porque precisamente donde la Iglesia no ha triunfado a los ojos del mundo es cuando ha alcanzado su mayor belleza.