El Cuaderno CEU-CEFAS 09 (otoño de 2024), Una visión actual del pensamiento de Jaime Balmes, recoge una conferencia que José Mª Alsina impartió en el marco de unas jornadas sobre Jaime Balmes. Allí, tras señalar los motivos del fracaso de los intentos de Balmes de hallar una solución al conflicto entre carlistas y liberales, Alsina extrae tres principios de aplicación inmediata para la salud de nuestra patria:
“Avanzando hacia lo más esencial de la cuestión sobre el fracaso de los planes de fusión dinástica de Balmes tenemos que atrevernos a formular la pregunta sobre si podía esperarse de los isabelinos y de los liberales esta transigencia con la solución balmesiana. Entonces habrá que confesar que no pudo realizarse la boda entre el hijo de Don Carlos y doña Isabel porque no podían casarse la Tradición, que daba fuerza a la causa carlista, con la Revolución que había levantado sobre sus bayonetas el trono de Isabel. De hecho, el fracaso fue debido a la intransigencia anticarlista de los liberales moderados, que detentaban entonces el poder y que cerraron el camino a la solución propuesta por Balmes. La puerta, pues, se cerró por el lado isabelino. No es algo extraño ni desconcertante si se piensa qué abismo había que superar: unos años antes se cantaba en las calles de Madrid: «Muera Cristo, Viva Luzbel. Muera don Carlos, Viva Isabel».
Balmes entendía que la solución política debía tener bases doctrinales, en concreto tres principios para lo que hoy llamaríamos una verdadera reconstrucción nacional. El primero: «que la religión católica es el más fecundo elemento de regeneración que se abriga en el seno de la nación española», porque «no es la política la que ha de salvar a la religión, la religión es quien debe salvar a la política; […] la sociedad no ha de regenerar a la religión, la religión es quien debe regenerar a la sociedad». Y ante aquellos que acusarán a la religión de opresora de los pueblos, ofrece Balmes esta luminosa reflexión: «la unidad en la fe católica no constriñe a los pueblos como aro de hierro, no los impide moverse en todas direcciones: la brújula que preserva del extravío en medio del océano jamás se apellidó opresora del navegante».
El segundo principio es aquel en el que afirma que la política «ha de fundarse en el verdadero estado social, entendiendo por política todo lo que es materia de gobierno: administración, instrucción, justicia y hasta las relaciones entre la Iglesia y el estado», o de otro modo, «que el poder político ha de ser expresión del poder social» porque es condición para alcanzar verdadera unidad.
Y el tercero, aquel en el que reflexiona que «lo que falta por lo común al hombre y a la sociedad no son buenas reglas, sino su aplicación; no son buenas leyes, sino su cumplimiento; no son buenas instituciones, sino su genuina realización […] Ésta es una verdad luminosa que esclarece el horizonte de la filosofía de la historia y es una guía que puede servir a muchos en los intrincados senderos de la práctica»”.