Se cumplen dos años de la invasión rusa de Ucrania y, a pesar de todas las precauciones que hay que tomar respecto de un conflicto en el que la propaganda juega un papel clave, hay ya algunas certezas. La guerra relámpago que iba a llevar a los rusos hasta Kiev fracasó, dando lugar a una dura guerra de trincheras y combates casa por casa más parecida a la Gran Guerra que a los conflictos tecnológicos del siglo XXI. También ha quedado claro que, a pesar del apoyo militar occidental y de las innumerables sanciones contra el régimen de Vladimir Putin, Rusia resiste y, en las condiciones actuales, Ucrania tiene pocas o ninguna posibilidad de recuperar los territorios invadidos por el ejército de Moscú. Es más, la abrumadora superioridad rusa en términos de potencia de fuego y demografía y el agotamiento ucraniano a la hora de movilizar soldados para el frente indican que, sin la llegada de nuevas tropas sobre el terreno o de un cambio sustancial en el armamento que Occidente suministra a Ucrania, el horizonte para Ucrania es bastante sombrío.
Por otra parte, no se vislumbra en el horizonte ninguna posibilidad de negociación: Vladimir Putin es consciente de que el tiempo, ahora, juega a su favor, especialmente ante la expectativa de que un cambio en la Casa Blanca pueda favorecerle, y dedica sus esfuerzos a la consolidación de sus conquistas territoriales. Mientras tanto, ni Zelenski ni los países occidentales quieren ni tan siquiera mentar la posibilidad de plantear una negociación, insistiendo en la resistencia sin cuartel contra el invasor. El presidente francés Macron incluso ha encontrado tiempo en su apretada agenda abortista para amenazar con enviar tropas al escenario del conflicto.
Esta retórica belicista, que en muchas ocasiones adquiere tonos maniqueos, es ciertamente llamativa, tanto más cuanto que no va acompañada de ningún plan realista para superar el actual estancamiento del conflicto. La baja inversión sistemática en defensa de los países europeos y, sobre todo, la extensión de una actitud entre su población de rechazo por principio a toda guerra, junto con la asunción de que dar la vida por algo superior a uno mismo es un delirio, deja a los países europeos, más allá de sus grandilocuentes proclamas, con una capacidad de acción muy limitada.
En definitiva, a estas alturas se puede afirmar que la guerra en Ucrania se ha alimentado de dos grandes ilusiones: la de los rusos, convencidos de que conseguirían la rendición de Kiev en pocos meses, y la de los gobiernos occidentales, convencidos de que bastaría con ayuda militar y financiera para llevar a Ucrania a la victoria. Ilusiones de las que es víctima el pueblo ucraniano, que poco a poco está descubriendo una realidad que tiene poca similitud con los discursos que oye a diario.
En el campo de batalla este segundo aniversario se caracteriza por el avance de las tropas de Moscú en todos los frentes: al oeste de Avdiivka y Bakhmut, pero también en los sectores de Ugledar y Zaporizhia. En cuanto a las pérdidas de cada bando, es difícil hacer un balance dada la guerra de información y propaganda que envuelve el conflicto, pero la estimación de pérdidas en la parte ucraniana estaría en torno al medio millón entre muertos y heridos, mientras que el presidente Zelenski cifra en más de 400.000 el número de rusos muertos. Números no confirmados pero que, en cualquier caso, son terribles. Una sangría que no afecta a los planes del Kremlin, que ha anunciado que esta primavera se incorporarán al frente casi medio millón de nuevos reclutas rusos. Por el contrario, las reservas humanas de Ucrania son mucho más limitadas: tras sacrificar sus mejores unidades en la fallida defensa de Bajmut, Marynka y Avdiivka y, sobre todo, en la fracasada contraofensiva del año pasado, la escasez de reclutas ucranianos es un hecho.
En términos meramente militares, el potencial bélico de Rusia está creciendo (las sanciones económicas occidentales han sido compensadas con mayores exportaciones a China y la India), mientras que Ucrania depende por completo de la ayuda militar y económica de Occidente, una ayuda que, en el contexto de la guerra en Gaza, ha disminuido abruptamente. Mientras que en Estados Unidos los fondos para Ucrania siguen bloqueados en el Congreso y la guerra en Ucrania no parece ser el tema dominante de la campaña presidencial de este año, en Europa se aborda la cuestión con proclamas alejadas de cualquier concreción más allá de seguir armando a Ucrania para que pueda recuperar unos territorios perdidos, que, por otra parte, son cada día más extensos. De hecho, la última promesa de ayuda militar anunciada por la Unión Europea hace referencia a armas que aún no se han construido y que estarán disponibles en 2026 o 2027.
Tras dos años y miles de muertos no se vislumbra ninguna salida a corto plazo a este sangriento conflicto, alimentado por ilusiones y errores de cálculo desde hace muchos años por parte de todos los actores y que está sufriendo en sus propias carnes una población que asiste al desplome de todos los cálculos y esperanzas humanos.