HEMOS querido tratar este mes de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, uno de los aspectos más nucleares de nuestra revista: la reparación al Sagrado Corazón de Jesús.
Siempre que se habla de este tema parece obligado hacer referencia a lo que se ha escrito reiteradamente acerca de la difi cultad teológica de explicarlo adecuadamente, que en muchos casos se convierte en una objeción que tiene como consecuencia el no tratarlo de ningún modo. A través de los distintos artículos de este número hemos pretendido ayudar al lector para que descubra como la reparación constituye uno de los elementos esenciales de la devoción al Corazón de Jesús y nos
atrevemos decir que, dadas las circunstancias en que nos ha tocado vivir, tiene una renovada actualidad.
Entendemos las objeciones si pensamos como en nuestro mundo se ha perdido el sentido del pecado
como ofensa a Dios. Todo pecado es un acto de desobediencia a Dios pero tiene como fuente una indiferencia, olvido o desprecio de un acto de amor. Por ello mismo está tan intrínsecamente unida la reparación con la devoción al Corazón de Jesús, de la que santa Margarita estuvo encargada de difundir como una nueva revelación del amor de Dios. Un amor no correspondido que se nos muestra dolorido por esta falta de correspondencia. Esta queja de todo un Dios infi nito que se nos muestra
misteriosamente ofendido por el desamor de la pequeña criatura que ha salido de sus manos creadoras
como manifestación suprema de su amor, constituye una llamada apremiante y misericordiosa a la reparación. Solo Dios haciéndose hombre podía reparar adecuadamente, pero en su infi nita misericordia ha querido asociar a todos los hombres a esta tarea reparadora. Por ello podemos afirmar que la reparación es también una llamada a la esperanza, pueden resonar en nuestros oídos aquel grito atribuido a san Francisco de Asís: «El Amor no es amado», palabras que en nuestro mundo llegan a tener un volumen Solo Dios haciéndose hombre podía reparar adecuadamente, pero en su infinita misericordia ha querido asociar a todos los hombres a esta tarea reparadora.
Todo pecado es un acto de desobediencia a Dios pero tiene como fuente una indiferencia, olvido o desprecio de un acto de amor.
Necesidad de reparación en nuestro tiempo.
Cuánta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo, como dijimos, «en poder del malo» (1 Jn 5,19). De todas partes sube a Nos clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes o rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia (2 Pe 2,2). Por esas regiones vemos atropellados todos los derechos divinos y humanos; derribados y destruidos los templos, los religiosos y religiosas expulsados de sus casas, afligidos con ultrajes, tormentos, cárceles y hambre; multitudes de niños y niñas arrancados del seno de la Madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Jesucristo y a los más horrendos crímenes de la lujuria; todo el pueblo cristiano duramente amenazado y oprimido, puesto en el trance de apostatar de la fe o de padecer muerte crudelísima. Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse «los principios de aquellos dolores» que habían de preceder «al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora».(2 Tes 2,4) (Pío XI, Miserentissimus Redemptor), sin precedentes, sin embargo, el Corazón de Jesús continúa solicitando, más aun, mendigando el amor de los hombres. Los males y despropósitos del mundo de hoy solo encontrarán remedio respondiendo a esta llamada misericordiosa. También el desenfoque con que ha sido tratada frecuentemente la reparación es consecuencia de haber sido atribuida a una concepción dolorista de la espiritualidad cristiana. Sobre esta cuestión habría que recordar algunas verdades de orden natural y sobrenatural. El dolor presente en toda vida humana es consecuencia del pecado, no reconocerlo da lugar a un mundo que pretende engañosamente erradicarlo completamente y ante el fracaso de este propósito nos encontramos con un mundo frustrado y sin sentido. Hay que redescubrir que el dolor es también un firme camino para el amor, para ello solo es necesario contemplar a Jesús crucifi cado y abierto su costado para mostrarnos el amor de su Corazón.
Terminamos con una palabras esperanzadoras de Pío XI en su encíclica Miserentissimus Redemptor
que reafi rman la actualidad de la reparación: «Cuantos fieles mediten piadosamente todo esto, no podrán menos de sentir, encendidos en amor a Cristo apenado, el ansia ardiente de expiar sus culpas y las de los demás; de reparar el honor de Cristo, de acudir a la salud eterna de las almas. Las palabras del Apóstol: «Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20), de alguna manera se acomodan también para describir nuestros tiempos; pues si bien la perversidad de los hombres
sobremanera crece, maravillosamente crece también, inspirando el Espíritu Santo, el número de los
fi eles de uno y otro sexo, que con resuelto ánimo procuran satisfacer al Corazón divino por todas las ofensas que se le hacen, y aun no dudan ofrecerse a Cristo como víctimas (Miserentissimus Redemptor 13)
«Volved a mí de todo corazón»
Reflexiones en torno a la pandemia del coronavirus Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte...