Hemos querido dedicar monográficamente el presente número al recuerdo y homenaje del sacerdote recientemente fallecido don Antonio Pérez-Mosso Nenninger. Su firma había aparecido en algunas ocasiones en nuestras páginas, pero su colaboración ha sido mucho más intensa por la comunión íntima con los ideales de nuestra revista, de la que ha sido un entusiasta propagador, como el lector podrá comprobar a través de los artículos y testimonios que encontrará en las páginas del actual número.
En la vida de las personas hay encuentros que marcan su vida con un antes y un después. Así le ocurrió al padre Antonio. El año 1963 se trasladó a Barcelona con el propósito de terminar su carrera de Ingeniería industrial que había estado cursando hasta entonces en Bilbao. No tardó en ponerse en contacto con la Congregación Mariana de la cual era miembro en su ciudad, y allí conoció a algunos de sus miembros que se estaban formando en Schola Cordis Iesu con el profesor Francisco Canals Vidal. Su magisterio, continuador de las enseñanzas del padre Ramón Orlandis, dirigido a formar apóstoles del Corazón de Jesús, que sintieran con la esperanza del reconocimiento del Reino de Cristo en el mundo, y que todo ello lo vivieran con el espíritu de la infancia espiritual de santa Teresita del Niño Jesús, orientó de un modo definitivo las ansias misioneras que ya entonces abrigaba el padre Antonio. Posteriormente cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, especializándose en Historia eclesiástica en Roma. Ordenado sacerdote secular, fue profesor de seminario en Toledo y en Chile y, ya de nuevo en España, desarrolló su labor sacerdotal como un sencillo y fervoroso cura rural, muy querido y admirado por sus feligreses por su entrega total a sus tareas parroquiales. Al mismo tiempo continuaba de un modo callado pero decisivo su labor de formador de jóvenes y de futuros sacerdotes que tendría como resultado la fundación de la «Hermandad sacerdotal de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón».
Cuando muere el padre Antonio algunos se sorprendieron al descubrir que aquel cura celoso y sencillo de aquellas parroquias navarras podía ser al mismo tiempo el autor de una Historia de la Iglesia en seis volúmenes y fundador de una hermandad sacerdotal. Sin embargo, todo estaba muy unido en aquel misionero del Corazón de Jesús que en su juventud universitaria descubrió un tesoro doctrinal que le impulsó a estudiar y a predicar a los doctos y a los sencillos el único remedio que puede sanar los males de un mundo que desconoce el amor de todo un Dios que se ha hecho hombre, ha muerto por todos y en la Cruz nos ha mostrado su Corazón traspasado.
En un artículo sobre la teología de la historia, a la que había dedicado tantos desvelos y trabajos, afirmaba: «¿Cómo no han de ser puestas al servicio del fin supremo de la salvación las verdaderas filosofía y teología para que ayuden a una verdadera comprensión de la historia, y en definitiva para que ayuden a captar –mostrando al mismo tiempo el fracaso de tantos intentos reincidentes de sanar el mundo sin Cristo– que precisamente en el Corazón de Cristo se halla la clave de la salvación del hombre, ya en la historia, y de manera plena en la vida eterna?».
Al recordar las palabras que el padre Orlandis, reconociendo su afición a la historia, decía: «historiador parezco pero misionero soy», nos parece que también se las podríamos aplicar al padre Antonio. Su importante labor de historiador estaba al servicio de un ideal apostólico grande: la extensión del Reino del Corazón de Jesús. Esta es también la tarea a la que Cristiandad está dedicada. Le pedimos al padre Antonio que interceda desde el Cielo para que seamos fieles a esta labor apostólica para la que se fundó la revista
Los últimos tiempos
Como ya anunciamos en el número anterior, continuamos la reflexión sobre algunos aspectos de los que trata san Pablo en la segunda carta dirigida a la comunidad de Tesalónica referentes a los últimos tiempos. Hemos elegido dos cuestiones, no...