Chantal Delsol publica un agudo artículo en la revista La Nef, en el que reflexiona sobre lo acertado (e
inquietante) del capítulo VII de la segunda parte de La democracia en América, la fundamental obra que Alexis de Tocqueville publicó en 1840: «Para Tocqueville, el panteísmo corresponde al futuro de la democracia, cuando ésta haya caído en su exceso pervertido. Los tiempos democráticos son portadores de tres derivas potenciales: el materialismo puro y duro, el de la muerte de Dios y de lo sagrado; el panteísmo vago, que sería una deriva del spinozismo; y finalmente las prácticas de las sectas.
Si los pueblos democráticos ya no tienen una religión para indicarles los límites de la libertad, necesitarán un déspota. El panteísmo se convertirá en la religión de las sociedades democráticas degeneradas en despotismo. Parece que para Tocqueville, el panteísmo, visto como futuro de la democracia, coincide con la omnipotencia del Estado, entendida como el futuro desolador de la
democracia, la eliminación de los poderes pequeños y de los cuerpos intermedios y, paralelamente, el aumento del poder del Estado central y de la administración, siendo los individuos iguales en su debilidad.
Pero, ¿porqué el panteismo?
Allí donde los siglos aristocráticos veían sobre todo singularidades, el hombre democrático ve semejantes a los que se aplican las mismas verdades. La confianza en la sola razón, que es la misma en todas partes, engendra la confianza en las ideas generales. Además, el hombre democrático tiene prisa por triunfar sin demasiado esfuerzo: le gustan las ideas generales que le permiten abarcar mucho sin demasiados problemas.
La mente entonces busca abarcar todo a la vez, es monocausalista, busca la unidad en todas partes.
La sacralización de todo
La democracia lleva al materialismo, y la supresión de la trascendencia lleva al panteísmo: no a la desacralización, como se suele creer, sino a la sacralización de todo. Hay que recordar que en la Europa de la época de Tocqueville, las ideas revolucionarias suscitaron una tentación panteísta, hasta el punto de dar lugar a lo que se llamó la «Querella del panteísmo», suscitada por Jacobi. La democracia está destinada a privilegiar la igualdad sobre la libertad, y por lo tanto a engendrar una forma de despotismo, que corresponde más al panteísmo que al cristianismo.
Los ciudadanos son semejantes. En democracia, son iguales y libres a la vez. La democracia se caracteriza por el vínculo entre ambos, y especialmente por el amor a la igualdad de condiciones. En todos los tiempos, los hombres prefieren la igualdad a la libertad, porque las perversiones de la libertad se ven inmediatamente, pero las de la igualdad, que se despliegan disimuladamente, no. Además, los placeres de la igualdad se sienten más rápidamente y con mayor intensidad que los de la libertad. Así, los iguales pueden perder su libertad sin darse cuenta. Los hombres de la democracia aman tanto la igualdad que están dispuestos a perder la libertad para mantenerla.
El resorte de la envidia
Entre iguales, la envidia es natural y ardiente. Los ciudadanos de la democracia buscan destruir la singularidad.
Son similares y también lo son sus acciones, creen que todas las inteligencias son iguales, sólo se
interesan por ellos mismos y no se escuchan más que a sí mismos, o bien a la opinión de la masa. Pero
en el panteísmo no hay elegidos, ni personas virtuosas a la espera de recompensa. No existe ni el yo ni la individualidad. El panteísmo deshace «la verdadera grandeza del hombre », y esto es exactamente lo que busca la democracia.
En la teología política de Tocqueville se teje un vínculo entre el gobierno centralizado sobre los iguales
y el panteísmo. La uniformidad de los hombres en democracia produce entre ellos una empatía secreta.
No aman a los gobernantes, pero sí al poder central: les gusta la parte anónima del poder. En el panteísmo no hay un poder con nombre propio.
Pero todos son iguales y están en empatía universal inmersos en un todo innominado. El capítulo de
Tocqueville sobre el panteísmo es a la vez breve y abrumador. Inquietante, porque pinta nuestro futuro
y parece acertar. A principios del siglo XXI, la ecología se ha convertido en una religión, y esta religión
es panteísta
La plaga de la filantropía se cierne sobre los refugiados
Juan Manuel de Prada nos tiene acostumbrados a sus sugerentes comentarios. En esta ocasión, en las páginas de XL Semanal, aborda con brillantez la cuestión de la filantropía, hoy de plena actualidad: «Siempre he pensado que el sacerdote y...