Saboread una escena que me atrevo a llamar evangélica, aunque no la encontremos textualmente en el Evangelio. Intitulémosla «Las cuatro primeras visitas de Jesús a Betania». Si me leéis con el corazón, diréis al terminar y suspirando de amor: «Si no el marco, por lo menos la pintura debe haber sido una dichosa realidad… Algo, y tal vez mucho de ella, debió ocurrir en Betania.»
Cuando Jesús llegó por primera vez a Betania, fue recibido por Lázaro y Marta (María era todavía la oveja errante y extraviada) con cierta reserva, no exenta de legítima curiosidad. Ver de cerca al famoso Nazareno, de cuyos hechos prodigiosos se hablaba en todas partes, besarle la mano, oírle en la intimidad… ¿Quién podrá ser?… ¿Un rabí? ¿Un profeta?… Lázaro y Marta se sintieron halagados ciertamente con tanto honor, pero, al mismo tiempo, les intrigaba Sin embargo, un algo misterioso, inefable, que emanaba de toda su persona, había secretamente conmovido, y conquistado la fibra más delicada de los dos hermanos… Por esto, y ya, en el umbral de la casa, embargados por una emoción jamás sentida, y al despedirse de Jesús, los dos a una le dijeron, con voz que temblaba y que traicionaba un amor que ya despertaba: «Maestro, regresa a Betania, no nos olvides.»
Y Jesús, con una sonrisa que permitía adivinar un trasunto del cielo de su Corazón, prometió regresar…
Y en Betania por segunda vez. Es casi una fiesta… Hay flores, hay expectación. Lázaro y Marta están conmovidos al sentir que se acerca a Betania el adorable Nazareno. Están impacientes, salen a esperarle, gozan de veras al verle… El respeto es mucho mayor que en la primera visita, pues despunta ya el amor. Esta vez no se contentan con escucharle arrobados: hay la bastante confianza para interrogarle… La conversación es casi familiar, y tiene ciertos tonos de expansión y de alegría. «¿Oh, qué sencillo, qué bueno es este Maestro, se dicen, y qué dulce y avasalladora majestad la suya! Su mirada refresca e ilumina, sus palabras transforman, su Corazón enloquece… ¡Oh, todos los amores de la tierra saben a hiel cuando se han sentido de cerca sus palpitaciones divinas!»
Esta vez, al partir, Lázaro y Marta pudieron apenas reprimir el sollozo que anudaba sus gargantas. Los dos a una, suplicantes, le dijeron: «Nos será difícil desde hoy acostumbrarnos a vivir sin ti; vuelve, Señor, considera esta casa como tuya, considéranos… ¡tus amigos!» y Jesús, conmovido, les dijo: «Seré yo vuestro Amigo, volveré, ¡oh!, si, y puesto que me amáis, Betania será el oasis de mi Corazón.»
¡Qué explosión de júbilo, qué fiesta de amor fue aquélla cuando Jesús regresó por tercera vez a Betania! Llamémosla ésta la visita y el agasajo de la entronización. Con qué impaciencia Lázaro y Marta habían contado los días y las horas; qué languidez, qué soledad insoportable en Betania desde que Jesús les había dicho: «Regresaré, y como Amigo.» Ya nadie puede darles paz, ya nadie tiene el don de hacerles sonreír. El único sueño dorado o, mejor dicho, la única realidad es Él… Desde que se despidió, vivían sin vivir, sin corazón… ¡Jesús se los había arrebatado!
Por fin, ¡ahí está, llega el Deseado! Corren desalados a su encuentro, caen a sus pies, besan llorando de dicha, las manos divinas… Y en medio de una verdadera ovación de cariño, de ternura, llamándole con santa osadía «Amigo», le introducen ahí donde no se recibe sino al íntimo del hogar…
Luego se acercan sin ningún recelo, le hablan con la santa familiaridad de sus discípulos, con el desahogo de quien se siente adivinado, comprendido, amado… Y Jesús escuchaba, y en cada respuesta, y en cada mirada o sonrisa iba penetrando hasta el fondo del alma de sus amigos…
De repente, en lo más cálido de ese diálogo de celestial intimidad, se hace un silencio… Jesús calla, Lázaro se estrecha más todavía al Maestro, y apoyando su rostro sobre las rodillas del Amigo divino, rompe en un sollozo…
—¿Por qué lloras? —dícele Jesús.
—Tú lo sabes todo—responde Lázaro.
—Si —replica Jesús—, lo sé todo, pero, puesto que somos de veras amigos, habla, confíame tu alma toda entera…
Y mientras Marta esconde entre sus manos el rostro ruborizado y llora en silencio, Lázaro dice: «Maestro, somos dos, y éramos tres en este hogar… María, nuestra hermana, nos cubre de dolor y de vergüenza, la llaman la Magdalena… La queremos tanto y es hoy el deshonor de Betania… Jesús, si eres nuestro Amigo, ¡devuélvenosla sana, salva y hermoseada!» Y Jesús después de llorar con sus amigos, entrecortada la voz por los sollozos, afirma: «¡Vuestra hermana volverá, vivirá y Betania será feliz!»
Al despedirse esa tarde, bendiciendo a sus dos amigos, Jesús repetía: «¡María volverá al redil, amigos queridos, volverá para gloria de mi Padre y mía!»
El Evangelio cuenta lo demás: la resurrección de la pecadora, roto a los pies de Jesús el vaso de alabastro, símbolo de su corazón arrepentido, y con cuyos perfumes preciosos unge los pies y los cabellos de su Redentor.
(Del libro Jesús, Rey de Amor, del padre Mateo Crawley-Boevey)