El Concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate, afirma que «la Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma (…) Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres».
Esta invitación del Concilio ha sido el principal motivo que ha impulsado al papa Francisco a viajar a los Emiratos Árabes Unidos –país de mayoría musulmana pero con una presencia significativa de cristianos– los pasados 3 a 5 de febrero con ocasión del octavo centenario del encuentro entre san Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kāmil: «Con gratitud al Señor –afirmó el Papa en el encuentro celebrado en el Founder’s Memorial de Abu Dabi– he aceptado la invitación para venir aquí como un creyente sediento de paz, como un hermano que busca la paz con los hermanos. Querer la paz, promover la paz, ser instrumentos de paz: estamos aquí para esto».
Este anhelo de paz, como enseña el Concilio (Cf. Gaudium et spes, 39), sólo se verá saciado en la bienaventuranza eterna que gozaremos en el nuevo Cielo y la nueva tierra que Dios nos ha preparado. «No obstante –continúa el Concilio Vaticano II–, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana. (…) Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al Reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal. (…) El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección».
Y este es el mensaje que el papa Francisco, primer pontífice en visitar la península arábiga, ha llevado a aquellas tierras, haciendo sentir la voz de la Iglesia a todos los hombres de buena voluntad, sean o no cristianos.
Precisamente de esta bienaventuranza, incoada ya en este mundo, habló el Santo Padre durante la homilía de la multitudinaria misa celebrada en el estadio Zayed Sports City (Abu Dabi) a la que asistieron más de 130.000 fieles de cien países distintos (la mayoría del millón de católicos que se estima viven en los Emiratos son extranjeros que acudieron a la rica federación petrolera para trabajar en todo tipo de empleos) y cerca de 4.000 musulmanes: Entender la vida como una historia de amor, la historia del amor fiel de Dios que nunca nos abandona y quiere vivir siempre en comunión con nosotros. Este es el motivo de nuestra alegría, de una alegría que ninguna persona en el mundo y ninguna circunstancia de la vida puede quitarnos. (…) Una alegría que nos hace bienaventurados porque sólo con la fuerza del amor divino se puede derrotar la muerte, al pecado, al miedo y a la misma mundanidad. (…) Las Bienaventuranzas son una ruta de vida: no nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día. (…) Es la santidad de la vida cotidiana. (…) Quien las vive al modo de Jesús purifica el mundo.
El día anterior, 4 de febrero, el Papa se reunió con los representantes del mundo musulmán. Su tono fue otro pero su mensaje, el mismo: sólo podemos aspirar a la paz si reconocemos «que Dios está en el origen de la familia humana. Él, que es el Creador de todo y de todos, quiere que vivamos como hermanos y hermanas, habitando en la casa común de la creación que Él nos ha dado. (…) No se puede honrar al Creador sin preservar el carácter sagrado de toda persona y de cada vida humana: todos son igualmente valiosos a los ojos de Dios. (…) Por lo tanto, reconocer los mismos derechos a todo ser humano es glorificar el nombre de Dios en la tierra. Por lo tanto, en el nombre de Dios Creador, hay que condenar sin vacilación toda forma de violencia, porque usar el nombre de Dios para justificar el odio y la violencia contra el hermano es una grave profanación. No hay violencia que encuentre justificación en la religión. (…) La verdadera religiosidad consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos».
Llama la atención la insistencia del papa Francisco en presentar a la humanidad como una familia, unida por vínculos de fraternidad, que sólo podrá superar sus dificultades mediante un diálogo cotidiano y efectivo, diálogo entre hermanos y con el Padre (oración) basado en la sinceridad de las intenciones. Y resulta llamativo porque los hombres sólo podemos ser hermanos si tenemos un Padre común que nos ha creado por amor, figura totalmente desconocida en el mundo islámico.
Sin embargo, esto no fue óbice para que el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, firmara, junto al Santo Padre, un documento sobre la fraternidad humana, «documento pensado con sinceridad y seriedad para que sea una declaración común de una voluntad buena y leal, de modo que invite a todas las personas que llevan en el corazón la fe en Dios y la fe en la fraternidad humana a unirse y a trabajar juntas».
En dicho documento, «fruto de mucha reflexión y mucha oración», el papa Francisco ha querido reflejar el compromiso de la Iglesia por la promoción de aquellos bienes de que habla el Concilio Vaticano II, compromiso que también ha asumido como propio el Gran Imán Al-Azhar, máxima autoridad islámica para muchos musulmanes.
Frente a un mundo moderno caracterizado por «una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos y trascendentes», esta declaración es «un testimonio de la grandeza de la fe en Dios que une los corazones divididos y eleva el espíritu huma
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