Hace dos años la diócesis de Santander obtenía el nihil obstat de la Congregación para las Causas de los santos en Roma, y abría solemnemente la fase diocesana del proceso de beatificación y canonización de un grupo de mártires del siglo xx de la diócesis. Lo formaban los siervos de Dios Francisco González de Córdova, que fue párroco de Santoña, y sus 79 compañeros sacerdotes, religiosos, seminaristas y seglares que murieron en la diócesis cántabra entre el 2 de agosto de 1936 y el 22 de agosto de 1937.
En 2016 se daba la apertura a la fase diocesana del proceso de manos de monseñor Manuel Sánchez Monge obispo de Santander, que ha trabajado estos dos años con empeño para que concluya. En aquella ocasión afirmaba;
«Todos ellos son honra y prez de nuestra Iglesia que peregrina en Cantabria y el valle de Mena, hitos gloriosos de nuestra Iglesia diocesana. Ellos, junto con los demás santos y beatos de nuestra tierra, son modelos de lo que debe ser una vida cristiana santa, generosa, consecuente y fiel. Y constituyen nuestro patrimonio más precioso que el económico o artístico, el auténtico patrimonio de santidad. Todos ellos son testigos del amor más grande, pues fueron cristianos de profunda vida interior, devotos de la Eucaristía y de la Santísima Virgen. En las penosas circunstancias en que acabaron con su vida terrena, confesaron la fe y sufrieron con la fortaleza del Espíritu Santo muchas vejaciones y torturas, muriendo con una serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando a Jesucristo como único Rey y Señor.
El testimonio de estos mártires, que “no amaron tanto su vida que temieran la muerte”, ilumina e inspira nuestro momento histórico. Frente al “todo vale” y frente al “nada importa”, nuestros mártires nos recuerdan que hay ideales que son demasiado grandes como para regatearles el precio a pagar por ellos. Porque sabían muy bien que la gracia de Dios vale más que la vida terrena. El martirio nos indica dónde se encuentra la verdad del hombre, su grandeza y su dignidad, su libertad más genuina y el comportamiento más verdadero y propio del hombre que es inseparable del amor: por ello, el martirio es una exaltación de la perfecta “humanidad” y de la verdadera vida de la persona».
Durante un acto jurídico presidido por un tribunal eclesiástico celebrado en la mañana del sábado 28 de julio en la catedral de Santander, se dio por cerrada la causa de beatificación de 79 siervos de Dios que murieron en la diócesis cántabra durante la persecución religiosa en la contienda civil española.
Los 79 expedientes, quedaron públicamente cerrados y lacrados en cajas para que fuesen llevados a Roma, por un emisario eclesial, a la Sagrada Congregación para las causas de los Santos.
Allí, una vez examinada minuciosamente esta documentación, será el papa Francisco quien decida finalmente que sean proclamados mártires beatos de la Iglesia.
Este acto daba por concluida una fase de este proceso: la diocesana; cuyas primeras investigaciones y circunstancias sobre la muerte de estos siervos de Dios se iniciaron en el año 2.000.
Durante este tiempo, se han recabado testimonios, datos, escritos y las «epopeyas martiriales» obtenidas de personas que conocieron los hechos o estuvieron presentes en el momento de sus muertes, y de aquellos otros que con posterioridad han aportado datos verídicos.
Francisco González de Córdova, párroco de Santoña
La causa lleva el nombre del siervo de Dios, Francisco González de Córdova, párroco ejemplar de Santoña.
Don Francisco González de Córdova nació en Viérnoles, provincia y diócesis de Santander, el día 5 de agosto de 1888. En agosto de 1922 es nombrado párroco de Santoña. En esta parroquia fundó la Hermandad de la Virgen del Puerto, las Juventudes Católicas y la Hoja Parroquial; organizó la catequesis con 40 catequistas y 1.200 niños.
Al estallar la Guerra civil empezó para don Francisco un auténtico calvario: las amenazas de los rojos contra su persona eran constantes; los registros de la iglesia y de la casa rectoral eran frecuentes. Le prohibían celebrar misa, tocar las campanas, celebrar bautizos, asistir a los entierros con la cruz procesional…
No obstante, don Francisco siguió su vida en la parroquia practicando su ejercicio de párroco como podía hasta el día 2 de septiembre de 1936 en que fue cerrada por los marxistas la parroquia. Desde ese día siguió celebrando misa en una habitación de su casa que habilitó como capilla con el Santísimo, y quedó recluido en casa, de donde sólo le dejaban salir para ir a atender a los enfermos graves, y para ello tenía que pedir autorización al alcalde para cada caso.
Los del Frente Popular seguían con constantes registros a la iglesia y casa rectoral buscando algún pretexto para detenerlo, y como no lo encontraban, acordaron decir que había llegado una denuncia de Barcelona y que para aclarar ciertos términos tenía que acudir el párroco don Francisco.
Antes de que llegaran a detenerlo por dicho pretexto, acudió al domicilio de don Francisco, a las seis de la tarde del día 16 de septiembre de 1936, un feligrés que pertenecía a la Adoración Nocturna, a comunicarle lo que habían acordado contra él, y poco después se le presentaron unos marineros a decirle lo mismo y a que se pusiese de acuerdo con ellos para salir esa misma noche en un barco para Francia, a lo que se negó porque no quería abandonar su parroquia ni a su gente. El calvario de sus últimos días no impidió su labor sacerdotal tanto en el penal del Dueso como en el barco prisión «Alfonso Pérez», ese gólgota histórico de la Iglesia en Santander.
Familiares de las víctimas
Durante el acto desarrollado en la catedral de Santander, se hallaron familiares de las víctimas. Este fue el caso de Miguel Ángel Arizcun, hermano del mártir seglar, Manuel Arizcun Moreno (Madrid 1892-Santander 1936).
En verano de 1936, Manuel, militar retirado, padre de nueve hijos, católico ejemplar y presidente de la junta diocesana de Acción Católica de Pamplona se trasladó con toda su familia a la casa que su madre tenía en Suances (Cantabria).
Nada más estallar el conflicto, las fuerzas del Frente Popular le sometieron a una estrecha vigilancia. Cuenta su hijo Pedro María que su padre hubiera podido huir en aquellos primeros momentos, pero no quiso abandonar a su mujer y a sus nueve hijos, el más pequeño de un año, en aquellas circunstancias.El 2 de agosto de 1936, Manuel fue sometido a un largo interrogatorio en el que confesó su condición de católico y sus trabajos en la Acción Católica. Y el 10 de noviembre, en torno a las cuatro de la tarde, fue detenido y trasladado a la checa de Neila, situada en la calle Sol (Santander).
El 13 de noviembre de 1936 fue sacado de la prisión a las dos de la madrugada y, maniatado, fue arrojado vivo al mar en la bahía de Santander.
Junto a él vinieron de Pamplona su mujer, María Asunción Burrum, así como numerosos nietos del mártir. Entre ellos figuró, Rosario Garralda Arizcun, que al término del acto manifestó que durante la celebración la familia «hemos vivido una emoción muy intensa, porque nuestro familiar mártir ha sido un referente de vida para todos nosotros, y puedo asegurar que seguimos sintiendo su protección desde el cielo, e intentamos inculcarlo a nuestros hijos».
Respecto al gesto de perdonar a su agresor cuando fue martirizado comenta, «a nosotros nos han transmitido un gran amor, y nada de odio, ese es el ejemplo que hemos recibido de nuestro mártir familiar. Nosotros sólo queremos «dar a los demás un testimonio de esperanza, de ejemplo y de fuerza de vida», concluyó.
Orar y encomendarse a estos mártires
Monseñor Sánchez pidió a los fieles al finalizar que «no se deje de rezar» para que prospere esta causa de canonización. Igualmente, animó a «encomendarse» a estos mártires siervos de Dios de la diócesis de Santander que fue abundantemente bendecida con la palma del martirio durante la guerra.