El padre Jacques Mourad posee una gran virtud: su sonrisa. No duda en saludar y sonreír a quienes se acercan a él para escucharle. Su alegría contrasta con la tremenda experiencia de cautiverio que ha vivido. Externamente fue el peor momento de su vida. Pero cuando cuenta su testimonio, habla desde su interior: una gran luz inunda todo y cobra sentido su sonrisa. «Mi cautiverio ha sido un momento de gracia, he vivido la auténtica libertad».
Este presbítero estuvo secuestrado por el Daesh (Estado Islámico) durante 143 días. Tras ser tomado como rehén por un grupo de yihadistas y permanecer casi cinco meses encarcelado, cada día era amenazado de muerte: «O te conviertes o te cortamos la cabeza». En Al Qariatain, en Siria, el sacerdote estaba al servicio de todos sus habitantes desde el año 2000 y tenía a su cargo a los feligreses de la parroquia siro-católica de la diócesis de Homs. Allí fue donde le secuestraron.
El día del secuestro
El 21 de mayo de 2015, un grupo de hombres enmascarados y armados invadieron el monasterio de Mar Elian, del que era responsable, y tomaron como rehenes al padre Jacques y a Boutros, un postulante del convento. Permanecieron detenidos durante cuatro días en un vehículo en pleno desierto y luego fueron llevados a Raqqa, capital del Daesh en Siria, donde fueron encerrados en un baño.
En el camino hacia Raqqa, una frase resonaba en el interior del padre Jacques que le ayudó a aceptar lo que estaba pasando y abandonarse en el Señor: «Voy de camino hacia la libertad…». Cuenta que la presencia de la Virgen María y la oración del Rosario fueron su segunda arma espiritual junto a la Oración del abandono de Carlos de Foucauld, «una víctima de la violencia que consagró su vida al diálogo cristiano-musulmán».
El padre Mourad pertenece a una comunidad monástica incipiente que tiene su casa central en el monasterio de Mar Musa. A esta comunidad también pertenece el padre jesuita italiano Paolo Dall’Oglio, secuestrado por yihadistas en el 2013 y aún desaparecido. La comunidad de Mar Musa también ha hecho del diálogo interreligioso el alma de su misión, apoyando durante más de quince años a todas las familias de Qariatain sin hacer distinciones por razón de fe.
«La paz sea con vosotros»
«Una vez en Raqqa, en prisión, me inundó un doble sentimiento: por un lado, un sentimiento de dolor por el recuerdo del padre Paolo, nuestro superior secuestrado, y de su destino. Y por otro, un sentimiento de alegría nacido de esta comunión con mi hermano en cautiverio», cuenta el sacerdote.
«En el octavo día, un hombre de negro y enmascarado entró en nuestra celda, por llamarla de algún modo. Cuando lo vi me asusté y me dije: “ha llegado mi hora” en cambio, para mi gran sorpresa, nos pidió el nombre y nuestra dirección y se dirigió a nosotros con el saludo que les es propio: «assalam aleïkoum», que significa «la paz sea con vosotros». Esta expresión está reservada a los musulmanes y está prohibida para los no musulmanes (pues no hay paz posible para quien no se une a ellos). Además, éstos consideran a los cristianos infieles y herejes (kouffar).
Después de este saludo, el hombre les interrogó para tratar de conocerles mejor. Y cuando le preguntaron el motivo de su secuestro, éste les contestó: «Tomároslo como un retiro espiritual». La respuesta conmocionó a los secuestrados, dándoles una serenidad excepcional. Los días seguían y ellos permanecieron en el baño encerrados durante más de tres jornadas. «Casi cada día entraban en mi celda y me interrogaban acerca de mi fe. Me amenazaron varias veces con decapitarme y me sometieron a un simulacro de ejecución para que renegara de mi fe. En esos duros momentos, resonaba en mí la palabra del Señor: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”» .
Un encuentro inesperado
A los pocos meses de que el padre Mourad fuese secuestrado, el pueblo de Qariatain, donde realizaba su labor pastoral y asistencial, fue tomado por el Daesh. Pasados unos días, un jeque saudí acudió a su celda para llevarle a un lugar secreto fuera de la ciudad de Palmira. Cuando traspasó una verja negra en un sitio a oscuras, levantó la vista y se encontró de frente con 250 rehenes, todos cristianos de su antigua parroquia. «Fue un momento de indescriptible dolor para mí. Para ellos fue un momento extraordinario de alegría y dolor. De alegría porque no se esperaban que estuviera con vida, y de dolor, por las condiciones de nuestro reencuentro.»
Veinte días más tarde, el Daesh llevó de vuelta a todo el grupo y al padre Mourad a Qariatain. Eran aparentemente libres, pero con la prohibición de abandonar la localidad. «Fue un regreso a la vida, pero no a la libertad. ¡No obstante, este regreso fue un milagro que me maravilló!», narra el sacerdote.
Regreso al monasterio destruido
Tuvieron que firmar un contrato por el que estaban bajo protección de los yihadistas, a cambio de un impuesto o jezyé. Incluso les dejaron practicar sus ritos, a condición de que no lo hicieran de forma visible. Algunos días más tarde, a raíz del fallecimiento de una de las feligresas debido a un cáncer, se reunieron en el cementerio, cercano al monasterio de Mar Elian. «Fue entonces cuando constaté –comenta el padre Mourad– que había sido arrasado, pero, curiosamente, no reaccioné. Tres días más tarde, el 9 de septiembre, en la fiesta de Mar Elian (san Julián de Edesa), durante la misa, comprendí que Mar Elian había sacrificado su monasterio y su tumba para salvarnos.»
Llegado el mes de octubre, el padre Mourad sintió que era momento de huir. Pudo hacerlo gracias a la ayuda de un musulmán que le llevó en su moto, «también en aquel momento, la mano misericordiosa de Dios y la Virgen María me protegieron y acompañaron. Con la ayuda de ese musulmán de la región pude franquear un puesto de control de los yihadistas sin que me reconocieran ni me apresaran.» Un nuevo milagro.
La caridad salva
Jacques Mourad afirma rotundamente: «Sin duda, el bien que he podido hacer a esta población –también, gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada– contribuyó decisivamente a mi liberación. Estoy seguro de que fue una de las razones por las que el Estado Islámico no me mató.»
En aquel día del 10 de octubre de 2015, por aquel camino desértico, la palabra «libertad» volvió a brillar. Después de pasar el puesto de control de los yihadistas, el joven musulmán que le llevaba en su moto, aceleró «y entonces entoné esa palabra en inglés a voz en grito para expresar la felicidad de ser libre de nuevo.»
El padre Mourad termina su testimonio diciendo, «Dios no sólo nos pide que seamos sensibles a las necesidades materiales de los pobres. Nos encontramos ante pueblos que sufren, ante pueblos heridos que soportan una carga muy pesada, muy pesada… y que gritan con Jesús en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Que gritan con David en el salmo 51 “misericordias domini…”. Parad esta guerra. Queremos regresar a nuestras ruinas… tenemos derecho a vivir como todo el mundo… queremos vivir.»