Aquel débil sacerdote que era Rvdo. Mulot, gracias a sus plegarias al Señor y al apoyo del padre Montfort, se había dejado transformar en un gran misionero y con una actividad apostólica muy grande. Predicó más de doscientas misiones durante su vida, hasta su muerte en el año 1749. En las épocas de recolección agrícola se dedicaba a visitar las 26 casas que tenían las Hijas de la Sabiduría, de las que era limosnero por orden del Sr. Obispo.
Murió, al igual que su maestro, el padre Montfort, en plena predicación de una misión, en el pueblo de Questembert. Visitando la obra de reparación que se realizaba en la iglesia y el cementerio, se clavó un clavo en el pie y, sin decir nada, continuó predicando la misión. Su entrega, según sus compañeros, fue heroica durante toda su vida: «el deseo que tenía de sufrir le hacía conservar una alegría que se reflejaba afuera», decía el padre Hacquet en su oración fúnebre, la mitad de la cual estuvo dedicada a elogiar la humildad, rasgo dominante de su personalidad: «Nuestro misionero tenía de él el más bajo de los sentimientos, viéndose como el menor de sus hermanos, soportaba sus defectos con bondad y los recibía afectuosamente». La fama de santidad en la región fue motivo de numerosas visitas a su sepultura en la misma población.
El Rvdo. Mulot entregó su vida al proyecto del padre Montfort. Bajo su dirección se transformó en una realidad bien asentada, de tal forma que a partir de entonces a los misioneros montfortianos se les llamó mulotinos. A su muerte los misioneros montfortianos eran únicamente diez sacerdotes y cinco hermanos; ello muestra la gran labor apostólica que estos misioneros realizaban, sin duda, con la ayuda temporal de otros sacerdotes.
Los grandes enemigos de las misiones montfortianas, en esta época, fueron los jansenistas y los «ilustrados». Un hecho importante de la oposición de que gozaban estos misioneros es que la aprobación real de la Compañía de María no se hizo hasta 1771, porque la ola ilustrada y jansenista estaba ya instalada en los círculos reales. La aprobación de dichos estatutos llegó con modificaciones importantes, pues las aprobaciones se hacían en función de su interés social, y como consecuencia les fueron negados los votos, incluso los simples, a las personas que quisieran ingresar en la Compañía de María. Era en la época de la expulsión de los jesuitas en Francia, ocurrida en el año 1773.
Tras la expulsión de los jesuitas los mulotinos fueron el blanco de todos los ataques de los ilustrados, y aunque fueran pocos en número, se les llamaba las tropas auxiliares de los jesuitas. Ellos también, dentro de la Iglesia católica, mantenían la ortodoxia frente al jansenismo, como habían hecho los jesuitas. Y ya empezaron desde entonces a manifestarse las autoridades contra los misioneros, en primer lugar contra la aprobación de la Compañía, y después contra su labor.
Una personalidad notable, en una carta al procurador general de Poitiers exponía que «la casa de estos sacerdotes es peligrosa ya que se ha vuelto el asilo y el hogar del fanatismo y la superstición y continuaba desvelando que la imbecilidad del pueblo en veinte leguas a la redonda, donde estos energúmenos van a exponer sus principios jesuíticos, hacen que las viudas y los huérfanos les hagan caso».
A pesar de estos ataques, los mulotinos gozaban de la estima de las poblaciones campesinas y de los sacerdotes que les llamaban a sus parroquias, pero no era más que el preludio de lo que iban a sufrir quince años después. Los misioneros se volvieron sospechosos y el general Fontenay los describe así en una carta: «El distrito de Châtillon está infectado de fanáticos. El gran hogar es Saint Laurent sur-Sèvre donde hay una comunidad de misioneros que han envenenado todos los alrededores con un catecismo que el ministerio público va a perseguir». Dos funcionarios públicos llegados a La Vendée hacen un juicio idéntico: «Es una comunidad de Saint Laurent los que lanzan el veneno y han corrompido a todos los habitantes del campo. Estos ministros peligrosos se han coaligado con el antiguo obispo de Luçon, con su vicario y con todos los sacerdotes no juramentados y se han opuesto a los decretos de la Constitución Civil del Clero».
Lógicamente la ley de las congregaciones religiosas de 1792, los hizo pasar a la clandestinidad, pero su labor continuaba. Tras la muerte de Luis XVI en la guillotina, la Asamblea decidió enrolar a los jóvenes del país, a lo cual la región llamada Vendée militar se opuso y se levantó contra ello. Esta región estaba situada en un radio de 60 kms alrededor de Saint-Laurent-sur-Sèvre y tenía una población muy ligada a su fe católica. Hasta el inicio de la Revolución el número de misioneros incorporados a la Compañía de María fueron pocos, cincuenta y un sacerdotes, pero su labor en la región ha perdurado por siglos.
La que llora, de León Bloy, Editorial Homo Legens, 2020
León Bloy es uno de esos autores que dejan huella. Su estilo, incisivo pero sereno, desacomplejado y admirablemente lúcido, resulta altamente penetrante. Es uno de esos pensadores a través de los cuales la realidad parece verse más clara, y...