«Ahora la presencia de la Iglesia es fundamental, la fe hace muchísimo bien». El padre dehoniano Jesús Arenal, en Pedernales
Casa por casa y acompañando espiritualmente a cada familia. Así es como los sacerdotes, catequistas y voluntarios de las parroquias de la archidiócesis de Portoviejo están repartiendo las ayudas con paquetes de alimentos y medicinas en las zonas más afectadas por el terremoto del pasado 16 de abril. Les dan agua, medicamentos, arroz, frijoles, toallas, colchonetas… El padre Walter Coronel, sacerdote Fidei donum de Portoviejo, explica a Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) que familias enteras viven fuera de sus casas, en las esquinas y las aceras, debajo de techados de plásticos que se sostienen con palos. Noche y día, calor y frío, «¿y si llueve? Se mojan».
«Llenarles el alma y el estómago» es nuestra misión ahora mismo, «escucharles, que no se sientan solos, llevarles la caridad de la Iglesia». Cuenta el padre ecuatoriano que muchas de las ayudas del Estado llegan en camiones, «tocan el claxon y la gente se acerca, pero son auténticas marabuntas, se apelmazan y se pelean y los más débiles o ancianos no consiguen nada», es por esto –recalca– que las ayudas que se están dando a través de la Iglesia están siendo más controladas, y dando no sólo apoyo material sino también espiritual y acompañando con la oración a todos.
Por su parte, el arzobispo de la archidiócesis de Portoviejo, Mons. Lorenzo Voltolini Esti, agradece a la fundación pontificia AIN la primera ayuda de emergencia que se envió pocos días después del gran terremoto, «estamos abrumados por su solidaridad, gracias por lo que nos han dado, queremos levantar cabeza y reconstruir todo lo que el terremoto nos ha quitado. No se olviden de nosotros», ruega.
La vida en el antiguo aeropuerto
Muchas familias han huido a otras ciudades como Quito y Guayaquil a casa de familiares, pero la gran mayoría están acogidos en la «tendópolis» que es como llaman a la gran explanada del antiguo aeropuerto de Portoviejo, donde llegó tanta gente después del terremoto por no tener edificaciones alrededor. Allí habilitaron hospitales de emergencia y centros de acogida. Hay un gran movimiento de solidaridad entre la gente, se cocina una «olla común» y comparten lo poco que tienen.
La mayoría han perdido todo, pero a pesar de ello y del derrumbe emocional, muchos tienen fuerzas para trabajar como voluntarios y recorrer las ciudades repartiendo ayudas, arriesgándose a contraer enfermedades e infecciones «a pesar de ir con mascarilla». No hay baños y las medidas de salubridad brillan por su ausencia. Hay zonas, como en el centro de Manta o Pedernales, donde se ha prohibido el paso por peligro de contagio de enfermedades.
Hasta aquí también ha llegado el sacerdote español dehoniano Pedro Jesús Arenal, quien a pesar de vivir actualmente en Quito, ha residido durante muchos años en la zona más afectada por el terremoto, en la casa que tienen los dehonianos en Bahía de Caráquez. Él explica a AIN cómo ahora la Iglesia tiene por delante «lo más difícil» porque la gente empieza a entender lo que ha pasado. «Cuando llegué a Pedernales, horas después del terremoto, veía a personas deambular por las calles, como zombis, sin rumbo, en estado de shock completamente, no contestaban, sólo reaccionaban cuando había nuevas réplicas y comenzaban a gritar».
Un pueblo que no sólo ha perdido a sus seres queridos y sus casas, sino también sus trabajos, «lo que les daba la dignidad, ahora no ingresan nada y esto es un gran choque psicológico». Necesitan apoyo emocional, abrazos, darles consuelo. «La presencia de la Iglesia es fundamental ahora, la fe hace muchísimo bien», asegura el Padre Jesús, que vive en Ecuador desde hace trece años. «Los más pobres son los que menos posibilidad tienen de comenzar una nueva vida, su pobreza se ha convertido en miseria y esta desesperación les lleva a veces a cometer robos».
A pesar de la terrible situación, el pueblo ecuatoriano no abandona la sonrisa ni la esperanza. «Lo han perdido casi todo pero ninguno está triste», asegura el padre Walter, que recuerda las palabras del Santo Padre Francisco durante su viaje apostólico a Ecuador en julio de 2015, pidiendo a los fieles la receta para ser un pueblo tan especial:
«En todos los lugares donde voy siempre el recibimiento es alegre, contento, cordial, religioso, piadoso, pero acá había algo distinto. ¿Cuál es la receta de este pueblo? ¿Qué tiene este pueblo de distinto? Esta mañana orando se me impuso, aquella consagración al Sagrado Corazón. Toda esta riqueza que tienen ustedes, la riqueza espiritual de piedad, de profundidad, vienen de haber tenido la valentía, aunque fueran momentos muy difíciles, de consagrar la nación al Corazón de Cristo, ese corazón divino y humano que nos quiere tanto». Lo dijo el papa Francisco durante su discurso con el clero, religiosos, religiosas y seminaristas en el santuario de El Quinche, Ecuador.