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CRISTIANDAD

La conversión de Vittorio Messori: «Doctor, mi hijo está muy grave: va a misa»

Por Gerardo Manresa Presas
junio 2016
en «Gracias Señor por tus misericordias», Secciones
5 min de lectura

Quién es Vittorio Messori?

Vittorio Messori es un periodista italiano. Nació en Sasuolo (Italia) en 1941, y se graduó en Ciencias Políticas en Turín. Periodista y escritor, comenzó su carrera en La Stampa, para trabajar luego en el grupo editorial de Famiglia Cristiana, en el diario Avenire. Ha colaborado con numerosos periódicos de su país y ha publicado libros de gran interés y enorme éxito, como el basado en un coloquio con el Card. Ratzinger Informe sobre la fe (1985), o el ya famoso Cruzando el umbral de la esperanza (1994), una entrevista con el papa Juan Pablo II en la que, por primera vez en la historia del cristianismo, un papa expone y razona su fe. Pero, en contra de lo que pudiera pensarse, no ha sido precisamente un «católico de toda la vida». En una entrevista con José R. Pérez Arangüena, nos desvela la apasionante aventura de su sincera búsqueda interior y de su conversión.

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Educado en el ateísmo

Nací en plena guerra mundial en la región quizá más anticlerical de Europa: en la Emilia, zona del antiguo Estado Pontificio, la del don Camilo y Peppone (el cura de pueblo y el alcalde comunista) de Guareschi. Mis padres no estaban precisamente de parte de don Camilo y, aunque vivían de verdad unos valores –apertura, acogida, generosidad, etc–, desde pequeño me inculcaron la aversión, no al Evangelio o al cristianismo, sino al clero, a la Iglesia institucional. Me bautizaron como si fuera una especie de rito supersticioso, sociológico, pero después no tuve ningún contacto con la Iglesia.
»Acabada la Guerra, mis padres se trasladaron a Turín, la mayor ciudad industrial italiana, cuna del marxismo italiano –de Gramsci, Togliatti y otros dirigentes comunistas–, en la que los católicos hace tiempo que son minoría. Asistí allí a un colegio público, donde no se hablaba de religión más que para inculcarnos el desprecio teórico hacia ella. Obligada por el Concordato había, sí, una clase semanal de enseñanza religiosa, pero casi ninguno la tomaba en serio y yo, en concreto, evitaba la asistencia con las más variadas excusas. O sea, que si por mi familia estaba imbuido de anticlericalismo pasional, la escuela llovió sobre mojado al enseñarme la cultura del iluminismo, del liberal-marxismo».

Su pasión, la política

Acabado el bachillerato, eligió como carrera universitaria la de Ciencias Políticas. Pertenecía a la famosa generación del 68 y convirtió la política en su pasión. «Decía el teólogo protestante Karl Barth que “cuando el cielo se vacía de Dios, la tierra se llena de ídolos”. Para mí el cielo estaba vacío, y uno de los ídolos que llenaba la tierra era precisamente la política. Era para mí una auténtica pasión. Estaba muy comprometido con los partidos de izquierda».
Se da cuenta con el tiempo de que la política no podía proporcionarle las respuestas sobre el sentido de la vida. «Sin embargo, aun consciente de esas carencias de la política, a la vez estaba convencido de que no podría encontrar respuestas fuera de ella, precisamente porque formaba parte de los que rechazaban el cristianismo sin tomarse la molestia de conocerlo. Pensaba que cualquier dimensión religiosa pertenecía a un mundo pasado, que un joven moderno como yo no podía tomar en serio. (…)
»El Evangelio era para mí un objeto desconocido: nunca lo había abierto, pese a tenerlo en mi biblioteca, porque pensaba sin más que formaba parte del folklore oriental, del mito, de la leyenda».

Encuentro con el misterio

Pero un día sucedió… Llegamos a un punto en que me es difícil hablar… por pudor. André Frossard, colega y amigo mío, entró un día en una iglesia católica en Francia y de la misma salió convertido. Mi proceso no es tan clamoroso. Pero un tipo semejante de experiencia mística, no tan inmediata sino diluida en el arco de dos meses, la he vivido también yo. Mi hallazgo de la fe fue muy protestante. Fue un encuentro directo con la misteriosa figura de Jesús, a través de las palabras griegas del Nuevo Testamento. No vi luces, ni oí cantos de ángeles. Pero la lectura de aquel texto, hecha probablemente en un momento psicológico particular, fue algo que todavía hoy me tiene aturdido. Cambió mi vida, obligándome a darme cuenta de que allí había un misterio, al que valía la pena dedicar la vida.
»La situación que se creó fue todo un drama para mí. De inmediato me vino un gran consuelo, una gran alegría, pero a la vez un miedo terrible, por varios motivos. Por una parte, me di cuenta de que mi vida debía cambiar, sobre todo en la orientación intelectual. (…) Me hacía sufrir especialmente el que, si mi familia se enteraba de lo que me sucedía, me echasen de casa. De hecho, cuando mi madre supo que asistía a misa a escondidas, telefoneó al médico y le dijo: “Venga, doctor. Mi hijo padece una fuerte depresión nerviosa”. “¿Qué síntomas tiene?”, preguntó el médico. Y mi madre le contestó: “Un síntoma gravísimo: he descubierto que va a misa”. Esto da idea del clima que se vivía en mi familia y de lo mucho que podía afectarme.

La Iglesia, proyecto de Dios

Ha sido una aventura solitaria –siempre he sido un individualista–, en la que me guió Pascal: un hombre de hace trescientos años, también laico convertido, que razonaba como yo, que no quería renunciar a la razón y que, antes de rendirse a la fe, deseaba agotar todas las posibilidades. Él me ayudó a descubrir esa nueva Atlántida personal. He hablado de aventura solitaria y de mi individualismo, pero también digo siempre que no soy un “católico del disenso”. Al contrario, soy un “católico del consenso”. Y es que, en la lógica de la Encarnación, no sólo juzgo legítimo al Vaticano, a la Iglesia institucional, sino que la considero necesaria, indispensable.
»¿Cuándo decidí aceptar la Iglesia? Cuando, al reflexionar sobre el Evangelio para intentar conocer mejor el mensaje de Jesús, me di cuenta de que el Dios de Jesús es un Dios que quiso necesitar a los hombres, que no quiso hacerlo todo solo, sino que quiso confiar su mensaje y los signos de su gracia –los sacramentos– a una comunidad humana. Es decir, si uno reflexiona bien, acepta la Iglesia no porque la ame, sino porque forma parte del proyecto de Dios. Me ha costado muchos años, pero ahora estoy convencido de que sin la mediación de un grupo humano, en el fondo no tomaríamos en serio la mediación de Jesús.
»Mi aventura también ha sido solitaria porque era uno de los pocos que andaba contracorriente. Entraba en la Iglesia, cuando tantos clericales salían de ella, gritando: ¡Qué maravilla, finalmente la tierra prometida! ¡Hemos descubierto la cultura laicista! Yo, asombrado, intentaba pararlos: ¿Qué hacéis? ¡La verdadera cultura está aquí dentro, en la Iglesia!
Por eso, algunos me han acusado de ser un reaccionario, un nostálgico. Es absurdo. Yo no he conocido la Iglesia preconciliar, no he escuchado jamás una misa en latín, porque antes del Concilio nunca había asistido a misa, y cuando comencé a ir, era ya en italiano. De ahí que no pueda ser un nostálgico. ¿De qué? No he tenido ni una infancia ni una juventud católica. Lo que sí he conocido de cerca es la cultura laicista. Y luego, un encuentro misterioso y fulgurante con el Evangelio, con una Persona, con Jesucristo; y, después, con la Iglesia».

Etiquetas: ConversionesMisericordia y conversiónVittorio Messori
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