La prioridad de los esposos Martin fue la educación de sus hijos. ¡Uno de los grandes temas de alegría, de orgullo y de reconocimiento hacia Dios! Amar a cada uno de los hijos como si fuera el único y comunicarle lo mejor de ellos mismos, en Dios y para Dios. «Es un trabajo tan dulce ocuparse de los hijos» (Correspondencia Familiar 31), decía la madre. Una auténtica vocación. Los padres Martín acordaron educar a sus hijos «para el Cielo», según una expresión de Celia (CF 192) , sin que ello fuera ninguna forma de utopía. Fuertes por el dinamismo de su fe y en conformidad con ella, Luis y Celia quieren despertar en sus hijos lo que a sus ojos es simplemente la finalidad de toda existencia humana: Dios, su Reino, «el Cielo». Vivir aquí abajo con esta esperanza. Arrastrar con ellos a sus hijos, educarlos, elevarlos «para el Cielo», ¿Qué hay de más lógico?
Uno de los elementos esenciales de este ideal de vida es la oración, el aprendizaje de la oración.
Dice sor Genoveva: «Yo me acuerdo que (nuestra madre) nos hacía rezar por la mañana y por la noche y nos enseñó esta oración de ofrecimiento: Dios mío, yo os doy mi corazón, tomadlo, por favor, a fin de que ninguna criatura lo pueda poseer, sino solo Vos, mi buen Jesús» Sor Genoveva, La madre de santa Teresa del Niño Jesús. Teresita en sus escritos (Manuscrito A, 15v ) hace alusión también a este ofrecimiento y dice: «Yo amaba mucho al buen Dios y le daba muy a menudo mi corazón sirviéndome de la fórmula que mamá me había enseñado.»
En reconocimiento de la primacía de Dios en su vida, Luis y Celia comunican a sus hijos desde muy pequeños, el espíritu de oración. Acto educativo por excelencia: aprender a escuchar a Dios, hablar con Él con simplicidad de corazón, ser receptivo a su voz, su gracia, su llamada. Entrenados muy pronto por sus padres, las hijas Martin se dirigen a Dios y se abren libremente a Él. En los últimos días de Celia, Celina y Teresa fueron confiadas a la familia Leriche, sobrinos de Luis. Ellos piden a su parienta que les haga rezar. Dice Teresa: «Haciéndonos entrar a las dos en una gran habitación, ella salió. Entonces Celina me miró y nos dijimos: “Ah, no es como mamá…. Ella siempre se quedaba con nosotros a rezar”» (Manuscrito A, 12 r) .
Muchos otros ejemplos podríamos citar de la correspondencia de Celia, en donde podríamos ver la forma espontánea en que rezan los hijos, fruto de una educación comenzada desde que se inicia el despertar de las conciencias.
Iniciación a la oración, pero también participación en la celebración de los sacramentos, lectura de la vida de los santos, apertura al espíritu de caridad y de humildad por la atención a los más pobres, aprendizaje del don de sí por el despertar a una relación viva, personal y voluntaria con Jesús, lo que Teresa traducirá por la fórmula completamente salesiana «dar gusto a Jesús».
Una de las cosas en las que más insistían a sus hijas eran las visitas al Santísimo Sacramento. Siendo Luis adorador nocturno tenía una especial devoción por visitar frecuentemente capillas en que estuviera expuesto el Santísimo y, especialmente los domingos por la tarde, llevaba a sus hijas a hacer una visita. Ver rezar a su padre le hacía exclamar a Teresa que ella escuchaba al predicador, «pero miraba más a papá que al predicador. ¡Me decía tantas cosas su hermoso rostro…! A veces sus ojos se llenaban de lágrimas que trataba en vano de contener. Tanto le gustaba a su alma abismarse en las verdades eternas, que parecía no pertenecer ya a esta tierra… Sin embargo, su carrera estaba aún muy lejos de terminar: tenían que pasar todavía largos años antes de que el hermoso Cielo se abriera ante sus ojos extasiados y de que el Señor enjugara las lágrimas de su servidor fiel y cumplidor…»
Luis y Celia no olvidan nada para favorecer el crecimiento humano y espiritual de sus hijas. Deliberadamente, ellos las llevan por el camino de la santidad. Lo que ellos han sembrado, sin escatimar sus penas y su tiempo, traerá el fruto que nosotros conocemos. No pensemos solo en Teresa. Pensemos también en Leonia y finalmente, con modos y resultados diferentes, en cada una de las hijas Martín.
Añadamos también, contrariamente a lo que se pueda pensar y escribir, que Luis fue un padre muy presente en la educación de sus hijas. Ciertamente, no de una forma autoritaria, cosa que no estaba ni en su temperamento ni en sus principios. Aunque él dará muestras de ciertas debilidades con su última hijita, Teresa, a quien llamará «su reinecita», Luis no dejará nunca de asumir su papel de padre, cuando la ocasión lo requiera, como para animar a Celia a dar muestras de firmeza, en ciertos momentos de dificultad. Ciertamente esta presencia educativa cerca de sus hijas, después del fallecimiento de su esposa Celia, fue mucho mayor.
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