AL comenzar el nuevo año deseo hacer llegar a los hombres y mujeres de todo el mundo mis fervientes deseos de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza. Lo hago proponiendo a la refl exión común el tema que he
enunciado al principio de este mensaje, y que considero muy importante: Familia humana, comunidad de paz. De hecho, la primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntos una nueva familia. Pero también los pueblos de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración, como corresponde a los miembros de la única familia humana: « Todos los pueblos –dice el Concilio Vaticano II– forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra (cf. Hch 17,26); también tienen un único fin último, Dios».
La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer , es el «lugar primario de ‘‘humanización” de la persona y de la sociedad» , la «cuna de la vida y del amor».
Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, «una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social» .
En efecto, en una vida familiar «sana» se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de sorprender, pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de la familia. Por tanto, cuando se afirma que la familia es «la célula primera y vital de la sociedad»6 , se dice algo esencial.
La familia es también fundamento de la sociedad porque permite tener experiencias determinantes de paz. Por
consiguiente, la comunidad humana no puede prescindir del servicio que presta la familia. El ser humano en
formación, ¿dónde podría aprender a gustar mejor el «sabor» genuino de la paz sino en el «nido» que le prepara
la naturaleza? El lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el
uso del vocabulario de la paz. En la infl ación de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa «gramática» que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras.
Por tanto, quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal «agencia» de paz. Éste es un punto que merece una refl exión especial: todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz. La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los
hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a
la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz. Concretamente, los
medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza
El descanso del Corazón de Jesús: la familia de Betania (I)
Saboread una escena que me atrevo a llamar evangélica, aunque no la encontremos textualmente en el Evangelio. Intitulémosla «Las cuatro primeras visitas de Jesús a Betania». Si me leéis con el corazón, diréis al terminar y suspirando de amor:...