Los derechos del hombre (por el dr. Torras y Bages). Extracto de las Obras completas, vol. XIV, ¿Qué es la masonería?
EL fruto natural, el resultado inmediato, la aplicación práctica del espíritu masónico, la realización en el orden político del gran secreto de la masonería, el naturalismo, se hizo con la Revolución francesa. Entonces el espíritu masónico quedó triunfante, sin restricciones, por algún tiempo, y si después se ha visto más o menos restringido no ha perdido el tiempo ni ha trabajado sin provecho; poco a poco su influjo maléfi o ha penetrado en la sociedad, la secta ha extendido sus ramas por todo el mundo llegando a dominar los tronos más poderosos. No es posible ya dudar de que aquella revolución fue obra de la masonería, después de las afirmaciones de Luis Blanc y del conde de Hanguitz; mas no lo fue sólo en el orden de los hechos, sino, además, en el de las ideas. La secta engendró en su cuerpo libidinoso el naturalismo. Al salir el monstruo a la luz del día le pusieron un nombre de apariencia inocente para ocultar la malicia de lo que significaba. La declaración de los derechos del hombre: he aquí al naturalismo introducido en el orden político, pero de manera disimulada; porque, como dice monseñor De Ségur, varios de aquellos principios de 1789 son verdades muy antiguas del derecho francés o del derecho político cristiano que los abusos del cesarismo galicano habían hecho olvidar y que la pueril ignorancia de los constituyentes tomó por admirable descubrimiento; otras son verdades de sentido común que parece imposible que ni siquiera se proclamasen en serio; pero el mal radica en el perverso principio que anima toda la declaración, lo que verdaderamente la constituyó en novedad del orden político y del derecho público; es decir, la independencia absoluta de la sociedad. Y ¿no es esto el principio masónico, el dogma secreto de la secta, el panteísmo humano, aquel Dio è il popolo, de Mazzini? ¿No fue aquello una verdadera deificación de la sociedad emancipada de la potestad de Jesucristo?
La declaración de los derechos del hombre puede decirse que es hoy día ley fundamental de los pueblos; el magisterio de la Iglesia católica es sólo reconocido por los particulares, mas no por los gobiernos; el liberalismo, más o menos triunfante en todas las naciones del mundo, ha constituido el Estado moderno que se basta a sí mismo, que si en sus constituciones reconoce a Dios es para ponerlo bajo su potestad y darle leyes; para él no es Jesucristo el soberano maestro de los pueblos a quien la voz del Padre Eterno dijo en el Jordán y en el Tabor: Ipsum audite; la autoridad divina ha quedado postergada y Dios ha dejado de ser el principio y el fi n de las leyes humanas. Quitar a Dios de todas partes, tal es el fi n de la secta; y muchos liberales alborotados, no sectarios, contribuyen a tan nefasta labor; otros la aceptan sin gran dificultad creyendo que así el mundo puede ir viviendo, haciendo cada cual su antojo y quedando la sociedad tranquila, olvidando la máxima de aquel antiguo filósofo: ciudades puede haber sin murallas, sin plazas o sin teatros, mas no sin Dios.
A los hombres de valer no se les cura con la inacción; más aún el médico verdadero y experimentado no pierde el tiempo atacando solamente síntomas externos: busca la causa del mal, estudia el principio corruptor y allí aplica el remedio oportuno. La locura liberal por los derechos del hombre ha de ser contrarrestada por la nobilísima y firme aspiración del católico para restablecer los derechos de Dios en la sociedad. El día en que los hombres dejen de considerarse soberanos; cuando crean y confiesen que no hay otro Maestro que Jesucristo, como nos dice el Evangelio; cuando se reconozcan súbditos de la ley divina y proclamen al Redentor de los hombres Rey de los siglos inmortal e invisible, entonces la masonería estará perdida. Cuando, en vez de sentirse cada hombre rey en su interior, sienta cada ciudadano al verdadero Dios en su conciencia, la sociedad quedará tranquila. En una palabra, como dijo mejor que nadie el conde De Maistre, «la Revolución que comenzó proclamando los derechos del hombre terminará cuando se proclamen los derechos de Dios»