La carta apostólica Inde a primis, de 30 de junio de 1960, y como de pasada, escribía el papa beato Juan XXIII este juicio: «… el culto al sacratísimo Corazón de Jesús, a cuya plena y perfecta constitución y a cuya difusión por todo el mundo en tanto grado contribuyeron las cosas que Cristo el Señor, mostrando su sacrosanto Corazón, manifestó a santa Margarita María de Alacoque…». Y añadía: «…y con tan singular honor apoyaron los romanos pontífices, con admirable unanimidad esta forma de culto religioso, que no sólo pusieron en claro su virtud y fuerza, sino que también declararon su legitimidad y promovieron su uso».
He aquí en estas breves palabras dos afirmaciones fundamentales que guían esta reflexión. La primera es que «la manifestación del Señor a santa Margarita María» se ha de considerar como la causa de la plena y perfecta constitución de la extendida devoción al Corazón de Jesús. Y observemos, sobre todo, el empleo de la palabra «manifestación» que es un término contrario al de ocultamiento o privacidad. Y no se nos puede pasar por alto tampoco que esta manifestación la hizo el Señor Jesús no sólo con palabras sino también de modo visual «mostrando su sacrosanto Corazón» porque, en efecto, la imagen del Corazón de Jesús, habrá de ser elemento esencial que centrará el núcleo de este culto.
Quien tuviera la más mínima duda de que la imagen del Corazón de Jesús es insustituible en esta devoción debería leer y meditar las palabras del gran papa León XIII en la primera encíclica acerca del culto al Corazón de Jesús –cuyo objetivo fue la consagración del mundo al Sagrado Corazón–, cuando escribe hacia el final de tan sustancial documento: «He aquí que hoy se presenta a nuestros ojos otra señal muy favorable y divina: el Corazón sacratísimo de Jesús con la cruz sobrepuesta, brillando entre llamas con vivísimo resplandor. En Él se han de colocar las esperanzas. A Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salvación de los hombres».
La Iglesia recibe «otra señal» que ya no es meramente la cruz –instrumento de suplicio convertido por Jesús en altar del nuevo y eterno sacrificio– sino esta misma cruz superpuesta a un corazón en llamas, esto es, como emanando de un amor ardiente –podríamos decir, pasional– que es el que lleva a Jesús a sufrir la muerte en cruz y todos los demás dolores de la pasión para nuestra salvación. El amor es, pues, la causa, y la cruz el efecto y el modo de manifestarlo. Esta «otra señal» contiene a ambos pues, como dice santa Margarita, el amor se manifiesta de modo particular en el sufrimiento. Ahora bien, esta imagen presentada por León XIII no está en ningún lugar más que en la revelación que la santa tuvo en su segunda aparición: «El divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, más esplendoroso que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeada de una corona de espinas significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en su parte superior…». Pero es la presente intención poner especialmente de relieve la segunda de las afirmaciones del inolvidable papa Juan XXIII. En efecto, estas manifestaciones del Señor a santa Margarita –que se condensan en cuatro grandes apariciones desde 1673 hasta 1675– fueron apoyadas, dice, «con admirable unanimidad» por los romanos pontífices en un doble plano, el de declarar su legitimidad –sin la cual ninguna aparición tiene garantía de autenticidad– y poner en claro su virtud y fuerza, esto es, mostrar su inserción en el cuerpo doctrinal de la catequesis cristiana como algo especialmente necesario en los momentos presentes, y esto, con tal plenitud, que «promovieron su uso». Quiere esto decir que la devoción al Corazón de Jesús es, sí, de santa Margarita, pero es también de la Iglesia. Estar fuera de la devoción al Corazón de Jesús que nos transmitió santa Margarita, de parte del mismo Señor Jesús como «mensajera», es estar fuera de lo que ha enseñado la Iglesia en su más alto magisterio.
Es asombroso el grado de aceptación de esta devoción por parte de los papas hasta el punto de dedicarle monográficamente tres grandes encíclicas, la mencionada Annum Sacrum de León XIII (1899), la Miserentissimus Redemptor de Pío XI (1928) y la Haurietis aquas de Pío XII (1956). La primera de estas encíclicas cita a la santa en una ocasión; la segunda en cuatro y la tercera en cinco. Siempre se refieren a las apariciones con palabras de objetiva manifestación de Jesús y nunca como meras «experiencias místicas» de la monja salesa. Este tan alto grado de aceptación, objetivación y recomendación no tiene parangón con ninguna otra revelación aceptada por la Iglesia. En realidad no tiene parangón ni si quiera con las apariciones –tan aprobadas– de la Santísima Virgen en Lourdes o Fátima.
Como quiera que la confirmación y análisis de esta devoción es ya insuperable después de tales encíclicas resta sólo como posible cuestión pendiente la de su actualidad. Con posterioridad al beato Juan XXIII cuya carta apostólica ha sido citada como intinerario de esta reflexión, es de destacar la también carta apostól ca de Pablo VI Investigabilis divitias (1965) al cumplirse los doscientos años de la concesión por la Sede Apostólica, por el papa Clemente XIII, de la primera fiesta litúrgica en honor del Sagrado Corazón, si sin dejar de considerar también –entre otros documentos– la carta Disserti interpretes del mismo año donde leemos: «deseamos que este culto resurja más cada día y sea estimado por todos como la excelente y auténtica espiritualidad actual». Y por parte del llorado gran papa Juan Pablo II, no han faltado múltiples enseñanzas de su magisterio que es más disperso pero muy constante en la recomendación de esta insustituible devoción4«recibidapor santa Margarita María»5de laque dijo, poniendo, en relación esta forma privilegiada de devoción y la tarea de la Iglesia, estas palabras: «Para la evangelización de hoy es necesario que el Corazón de Cristo sea reconocido como el corazón dela Iglesia». La Iglesia no podrá mostrarse a los hombres más que si se presenta con las características del Corazón de Cristo.
Es reconocido por todos que el más alto nivel de exaltación de esta forma de culto se halla en la citada encíclica de Pío XI. Pretendiendo sólo aquí poner de relieve el nivel de aceptación pontificia de las palabras que constituyen el núcleo de la revelación a la santa de Paray-le-Monial atenderemos a un texto sobresaliente. Escribe en esta encíclica el papa acerca de la necesidad de la reparación –fin esencial del documento pontificio– en una referencia incuestionable a las palabras oídas por Santa Margarita: «Ya que al presentarse Cristo a Margarita María y poner de manifiesto su infinita caridad, lamentóse juntamente, a la manera del que está triste, de tantas y tan grandes injurias, inferidas contra Él por los ingratos hombres, con estas palabras, que ojalá estuviesen grabadas en las almas piadosas y jamás se borrasen por el olvido: He aquí, dijo, el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que les ha llenado de toda suerte de beneficios y que no sólo no ha encontrado agradecimiento a su infinito amor, antes bien olvido, desprecio, contumelias y, por cierto, inferidas a veces aún por los que estaban obligados a un peculiaramor».Estas son precisamente las palabras que transmite la santa visitandina como constituyendo la cuara y última gran revelación del 16de junio de 1675 –y que coincidiría con el día que ahora tal como lo pidió el Sagrado Corazón celebramos precisamente la fiesta del Sagrado Corazón. A juicio del padre jesuita José Mª Sáenz de Tejada esta última gran revelación «abre una nueva era en la religión católica, la religión del amor» y dicho autor citando a monseñor Bougaud añade: «Es sin.contradicción la más importante de las revelaciones que han ilustrado la santa Iglesia, después de las de la Encarnación y de la Sagrada Eucaristía. Es la mayor efusión de luz después de Pentecostés».No les falta razón a los comentadores citados. ¿Somos capaces de valorar adecuadamente estas palabras de Pío XI? ¿Puede alguien entender que ha de «grabar» en su alma estas palabras del Sagrado Corazón a santa Margarita si no son equiparables a las mismas palabras evangélicas? Comparables, dice monseñor Bougaud, a las palabras del diálogo entre el ángel Gabriel y la Virgen o a las de la institución de la Eucaristía. Viene a la memoria las palabras de Jesús a sus discípulos el Jueves Santo tal como las refiere el evangelista san Juan: «Todavía muchas cosas tengo que deciros, mas no las podéis sobrellevar ahora. Pero cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa».Esta es la cuestión principal, las revelaciones del Sagrado Corazónse han de inscribir en la «revelación completa», en la verdad integral, omni veritate (με όλη την αλήθεια).No se trata de una «novedad» sino de «toda la verdad» ya revelada en esencia pero no plenamente comprendida según las anteriores palabras de Jesús, que ha querido esperar el momento oportuno, el «ahora» de la historia de la humanidad, lo que podemos llamar «la plenitud de los tiempos», para hacer esta explícita revelación de amor y de la respuesta que espera de nosotros Esta respuesta se inscribe en tres planos inseparables entre sí. La consagración al Sagrado Corazón, la oración reparatoria y de consuelo hacia Jesús doliente de las injurias y menosprecios de los hombres –incluyendo de modo especial las almas consagra-das que tanto le ofenden– y finalmente, tal como lo pusieron de relieve san Claudio la Colombière y santa Teresita del Niño Jesús y, más recientemente, santa Faustina Kowalska, el abandono confiado a su misericordia. En su primer acto de consagración escribe santa Margarita: «Pongo toda mi confianza en ti, porque, aunque todo lo temo de mi malicia, todo lo espero de tu bondad».
En conclusión, santa Margarita María de Alacoque es la que nos revela de parte de Dios, como un profeta para nuestro tiempo de apostasía, que el Verbo encarnado no sólo tiene amor divino y humano hacia nosotros sino también, como reiteradamente lo señala Pío XII en la tercera de las encíclicas citadas, amor de afecto, amor sensible, amor de compasión, esto es, el más inmediato y sensible de los amores humanos. Es así que entendemos mejor en esta devoción y culto lo verdaderamente cerca de nosotros que se halla Jesús, Dios y Hombre verdadero.
Si el evangelio de Juan es llamado, por su especial insistencia en que Dios es amor, el evangelio del amor, santa Margarita nos lleva el mensaje, nos transmite fielmente, aquellas palabras que penetran todavía más en el misterio del amor de Cristo, como una especie de quinto evangelio cuyo autor es exclusivamente el mismo Jesús que la eligió a ella como anunciadora con el especial encargo –que tanto la hizo sufrir– de darlo a conocer a toda la Iglesia. Y así lo ha reconocido la Iglesia. La devoción al Corazón de Jesús está en la Iglesia hasta tal punto que este Corazón divino es su propio corazón, según las bellas palabras de Juan Pablo II arriba citadas.