No hay ocupación más noble (y enriquecedora) a la que dedicar las horas de asueto que el cultivo de la amistad. Tanto es así que Aristóteles llegó a sostener que sin amigos nadie querría vivir. Ahora bien, entre los distintos tipos de amistades hay algunos que son realmente improbables. A este grupo pertenece la entrañable amistad entre el escritor C.S. Lewis y el sacerdote Don Giovanni Calabria, fundador de las Congregaciones de los Pobres Siervos de la Divina Providencia y canonizado en 1999 por el papa Juan Pablo II. Corría el año 1947 y el mundo trataba de superar la terrible Segunda Guerra Mundial. Don Calabria vive en Verona y una de sus mayores preocupaciones, que él considera clave para evitar que se repita una guerra tan devastadora como la que acaban de vivir, es la unión de todos los cristianos. Un amigo dominico le regala la edición italiana de las Cartas del diablo a su sobrino de Lewis, que le entusiasma. Quiere contactar con el autor nacido en Belfast, felicitarle y pedirle (quizás no es del todo consciente del entorno antipapista del que procede el escritor) que le apoye en sus campañas de oración por la unidad de los cristianos. Pero hay un pequeño problema: el sacerdote no sabe inglés y no consta que el escritor entienda el italiano. ¿Cómo superar la barrera del idioma? Muy fácil: empleando la lengua de la Iglesia, el latín. Empieza así una curiosa correspondencia en la que las cartas, siempre en latín, viajarán de Verona a Oxford y viceversa, labrando una relación que dará lugar a un entusiasta aprecio del uno por el otro y de sus respectivas obras y que desembocará en una profunda amistad. Se inicia así una relación que se alargará hasta 1954, año en que fallece Don Giovanni Calabria, y que se mantuvo siempre epistolar, pues nunca llegaron a encontrarse personalmente. Las cartas que se conservan (que no son todas) nos muestran a un sacerdote lleno de celo, que habla poco de sí mismo y mucho de sus empresas (como por ejemplo el octavario de oraciones por la unidad de los cristianos), cariñoso y siempre con cuidado de no herir a su hermano alejado. Las respuestas de C.S. Lewis son más personales, incluyendo comentarios sobre su estado de salud y ánimo. El profesor acoge sin reservas la propuesta del sacerdote («le aseguro que también para mí el cisma en el Cuerpo de Cristo es tanto una fuente de aflicción como uno de los asuntos de mis oraciones») y apuesta por subrayar lo que nos une, un modo de enfocar la cuestión que dará pie a su libro Mero cristianismo. Lewis empieza reconociendo, en 1947, que dejó hace años de practicar la escritura en latín y se disculpa por sus posibles errores… pero se muestra encantado de mantener esta insólita correspondencia en un latín desacomplejado y «vulgar»: «si ese latoso Renacimiento que nos trajeron los humanistas no hubiera destruido el latín (y lo destruyeron justo cuando se jactaban de que lo estaban reviviendo), todavía seríamos capaces de mantener correspondencia con toda Europa». Es también Lewis quien adelanta su idea de un «ecumenismo de la persecución»: «Aquellos que sufren lo mismo por la misma Persona difícilmente pueden no amarse los unos a los otros. De hecho, bien puedo creer que es la intención de Dios, dado que hemos rechazado remedios más suaves, llevarnos a la unidad a través de la persecución y la adversidad». Ambos amigos hablan del Kempis, se envían libros (entre ellos la primera edición en italiano de las Crónicas de Narnia o, en sentido contrario, un libro titulado La renovación de todas las cosas en Cristo) y rezan incansablemente el uno por el otro. Don Calabria le descubre a Lewis las letanías compuestas por el cardenal Merry del Val («¿Sabía que soy desde hace tiempo extremadamente consciente de todas las tentaciones contra las que escribe estas oraciones? Deseo de ser estimado… temor de ser rechazado… Touché, ahí me ha dado»). Y Lewis va dejando perlas propias de un pensador de su agudeza. Como cuando, respondiendo a las preocupaciones por el momento que vive Italia en 1948, le responde a su amigo que «Vuestros izquierdistas declaran su ateísmo. Incluso alardean de él. Son lobos y se presentan como lobos. Nosotros sufrimos una manada de lobos vestidos como corderos. De aquellos que no cesan de cometer injusticias en política, muchos dicen que están construyendo el Reino de Dios». En 1953 ambos se indignan con las actuaciones de los comunistas chinos. Don Calabria le hace llegar una revista italiana donde se explica la persecución desatada, lo que provoca este certero comentario de Lewis: «Todo esto no ocurre, no obstante, sin culpa por nuestra par[1]te: esa justicia hacia los pobres que, de forma mendaz, proclaman los comunistas, tendríamos que haberla traído nosotros hace tiempo. Pero lejos de ello: nosotros, occidentales, predicamos a Cristo con nuestros labios, pero con nuestras acciones traemos la esclavitud de Mammon. Somos más culpables que los infieles, porque aquellos que conocen la voluntad de Dios y no la cumplen tendrán un castigo mayor». La relación epistolar se va haciendo cada vez más estrecha: Lewis llama al sacerdote «padre y camarada», Don Calabria le responde que las palabras de Lewis han sido inspiradas por el Espíritu. Tres meses antes de su muerte, Don Calabria le pide a su amigo un favor especial: «deseo que, por su amor a mí, me escriba lo que piensa sobre el estado moral de nuestros tiempos, cuál es desde su punto de vista la causa y origen de nuestras dificultades… ¿pido mucho? Por favor, perdóneme. Es por nuestro amor mutuo, por su bondad hacia mí, que le pido tanto». La respuesta de Lewis no tiene desperdicio: «Los graves peligros a los que nos enfrentamos resultan de la apostasía de gran parte de Europa de la fe cristiana. Así estamos en un estado peor que aquel en el que estábamos antes de recibir la Fe. Nadie regresa del cristianismo al mismo estado en que estaba antes del cristianismo, sino a uno peor: la diferencia entre un pagano y un apóstata es la diferencia entre una mujer soltera y una adúltera. Porque la fe perfecciona la naturaleza, pero la fe perdida corrompe la naturaleza. Por ello muchos de nuestros contemporáneos han perdido no sólo la luz sobrenatural sino también la luz natural que los paganos poseían… Sobre los remedios, la cuestión es más difícil. Por mi parte creo que deberíamos trabajar no solo para extender el Evangelio (eso seguro), sino también en una cierta preparación para el Evangelio. Es necesario recordar a muchos la ley de la naturaleza antes de hablarles de Dios. Porque Cristo promete el perdón de los pecados, pero ¿qué significa eso para aquellos que, dado que no conocen la ley de la naturaleza, no saben que han pecado? ¿Quién tomará medicina a menos que sepa que está enfermo? El relativismo moral es el enemigo que tenemos que vencer antes de enfrentarnos al ateísmo. Casi me atrevería a decir: primero hagamos de los jóvenes buenos paganos y luego hagamos de ellos cristianos». En carta fechada un día después de la muerte de Don Calabria, Lewis le anunciaba su traslado a Cambridge, donde había sido nombrado profesor de Literatura inglesa medieval y renacentista. Un cambio que no le desagradaba: «La fe cristiana, me parece, cuenta más entre los de Cambridge que entre nosotros; hay menos comunistas y esos pesados filósofos que llamamos positivistas lógicos no son tan poderosos». La respuesta que llegará desde Verona, firmada por Don Luigi Pedrollo, informará a Lewis del fallecimiento de su «muy querido amigo». Aquella carta se acompañaba con una foto del sacerdote, que Lewis agradeció señalando que «su apariencia era tal y como me la había imaginado: la gravedad de la edad bien mezclada y combinada con una cierta vivacidad juvenil». Acababa así la fase terrenal de una amistad epistolar, con la esperanza, expresada por C.S. Lewis, de poder seguir conversando, ahora ya cara a cara, en la Casa del Padre.
Conversaciones con mi maestra, de Catherine L’Ecuyer, 2021
Es conocido que una de las notas características de nuestro tiempo es su profundo relativismo, la aseveración de múltiples y pretendidas verdades absolutas, que suponen, entre sí, una profunda contradicción. La percepción de dicha contradicción provoca en la persona...