CUANDO este libro que lleva como subtítulo «Las pruebas bíblicas e históricas en favor de Jesucristo» cayó en mis manos lo cogí casi con resignación, pensando enfrentarme a un ensayo histórico escriturístico arduo de más de 200 páginas, pero una vez terminado sigo sintiendo su impacto tanto en
mi cabeza como en mi corazón. Soy muy profano en esta materia, pero después de leer el libro puedo
decir que el autor ha cumplido su objetivo de trasmitir el conocimiento sobre los evangelios y su protagonista, Jesús de Nazaret, el Hijo del Hombre, el Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre.
La sensación que tengo después de su lectura es de GOZO, un gozo espiritual enorme, el gozo de ver que las cosas aprendidas en catequesis y formación tienen su apoyo en la revelación que hemos recibido, y ese gozo me hace pensar qué bueno es Dios con nosotros, y qué grande es la Iglesia que nos ha trasmitido este tesoro.
El conocimiento del Señor es un acto de fe
Primero quiero reseñar, citando las dos últimas páginas de la obra, en la que se comenta la respuesta de san Pedro a Cristo ante la pregunta a sus discípulos «¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre», Pedro contesta: «Tu eres el Mesías, el hijo del Dios vivo» y Cristo le responde «¡Bienaventurado tú Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos», que el reconocimiento del Hijo de Dios es un acto de Fe, como dice la Escritura, nadie puede decir Señor a Jesús, si no es por el Espíritu Santo, pero es conforme a nuestra inteligencia. Como dice el autor: «La capacidad de Pedro para reconocer y aceptar el insondable misterio del Dios del universo que se hace ser humano en la persona de Jesús de Nazaret es un don de la gracia. Ahora bien, la confesión de fe de Pedro en la filiación divina de Jesús no es algo contrario a la inteligencia humana».
Y afirmado lo anterior, continúa diciendo el autor: «Esto mismo, diría, que es cierto para nosotros hoy. Puedo daros todos los argumentos históricos de cómo hemos recibido los Evangelios, todas las razones que se remontan a los apóstoles y sus discípulos por las que debemos creer. Puedo daros todas las pruebas históricas que nos hacen concluir que Jesús de Nazaret afirmó ser el tan esperado Mesías de
Israel, el Hijo del Hombre celestial y el Hijo divino de Dios. Puedo hacer todas estas cosas, y he intentado hacerlas lo mejor que he podido. Pero hay algo que yo no puedo hacer. No puedo responder por ti a la pregunta definitiva: la pregunta de si Jesús de Nazaret era en realidad Dios. Esa es una pregunta que tienes que responder por ti mismo.»
Historicidad de los evangelios
Porque de esto va el libro, de argumentos sobre la verdad de la noticia de Jesucristo como Dios y hombre verdadero, como el Mesías esperado por el pueblo, como el Hijo del Dios vivo. Y con una fi rmeza extraordinaria pone orden en la inteligencia y da paz al corazón. Para ello va repasando diversos aspectos como la autoría de los Evangelios. Refuta el argumento de que los Evangelios responden a una tradición semejante al juego del «teléfono estropeado» por lo que las noticias que han llegado hasta nosotros serían versiones tergiversadas de lo que realmente sucedió. Otro aspecto versa sobre el estilo literario de los evangelios explicando que son, sin ninguna duda, biografías sobre
la vida de Cristo. Examina también las fuentes más antiguas sobre estas cuestiones, añadiendo un capítulo importantísimo sobre la datación de los evangelios escritos mucho antes de lo que vulgarmente se cree.
El autor mismo confiesa, al iniciar su obra, cómo, al empaparse de los estudios modernos y racionalistas sobre la fi gura de Jesucristo, estuvo a punto de perder la fe, y de cómo todavía hoy estas versiones de los evangelios están llegando al pueblo cristiano transmitiéndole que Jesús fue un gran profeta, o un gran maestro moral, pero que nunca afi rmó ser Dios ni ser el Mesías. «Esta idea está
en las universidades y en las aulas de los colleges, donde muchos estudiantes llegan como cristianos y las dejan como agnósticos o ateos. Está en los documentales de la televisión que se emiten justamente alrededor de Navidad y la Pascua, los cuales parecen especialmente diseñados para
suscitar dudas acerca de la verdad del cristianismo y muy a menudo están llenos de todo menos de verdadera historia. Está en la docena de libros que se publican cada año afi rmando desvelar que Jesús en realidad fue un zelote, o que en realidad estaba casado con María Magdalena o cualquier última teoría. De hecho, la idea de que Jesús nunca afi rmó ser Dios puede estar ahora más extendida que en ningún otro periodo de la historia.»
Jesús de Nazaret es el Mesías, el hijo del Dios
Una vez asentada la historicidad de los Evangelios entra de lleno en la cuestión de si Jesús de Nazaret afirmó de sí mismo ser Dios y Mesías. Para mí este punto es sobrecogedor. Engancha y no puedes dejar de leerlo porque empiezas a comprender por qué Jesús citaba las Escrituras que citaba y hacía los milagros que hacía.
Comenta el autor que «si pregunto a mis alumnos qué tipo de Mesías esperaba el pueblo judío en el siglo I d.C., todos parecen tener muy clara la respuesta. Por lo general, su respuesta estándar es algo así: “En la época de Jesús, el pueblo judío espera un Mesías terrenal y político que vendría a liberarlos del Imperio Romano”. Por otro lado, si les pregunto qué profecías condujeron a esta antigua esperanza judía de un Mesías terrenal y político, suelen perderse por completo. La clase se queda rápidamente en silencio. Normalmente se quedan aún más callados cuando pregunto “¿De hecho, qué profecías mesiánicas cumplió Jesús?” O “¿qué profecías pensaban los primeros cristianos de origen judío que Él había cumplido?” Cada vez que planteo estas preguntas, la gran mayoría de los alumnos (que suelen ser todos cristianos) no saben responderlas. Normalmente no saben decir ni una sola profecía que Jesús haya cumplido y que demuestre que, realmente, era el Mesías. De vez en cuando, uno o dos estudiantes traen a colación el oráculo de la virgen que da a luz un niño (Is 7) o el pasaje sobre el Siervo Sufriente (Is 52-53).
Sin embargo, eso es lo más lejos que llegan. Si mis experiencias sirven de indicio, muchos cristianos de hoy creen que Jesús era el Mesías, pero no por ello saben por qué creen que lo era, y mucho menos por qué sus primeros seguidores pensaban que era el tan esperado rey de Israel».
Se trata de saber por qué creemos que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios
Si tuviera que entresacar un par de ejemplos que explican esto y que animen a la lectura de libro, me gustaría referirme a dos momentos extraordinarios. En primer lugar, cuando se explica qué quiere decir Jesús cuando habla del «Reino de Dios» y del «Hijo del Hombre» y el autor entronca ambas expresiones directamente con las profecías de Daniel, tanto para el momento histórico que vivió Jesucristo como para el mensaje que predica, así como para la anunciada muerte del Mesías.
El otro momento que, en mi opinión, puede impactar a los lectores es la explicación del milagro en el
que Cristo apacigua la tormenta en el mar de Galilea y su referencia a la profecía contenida en el salmo 107, 23-30, que es lo que hace exclamar a los apóstoles «Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!» Y así va repasando otros milagros del Señor, como el caminar sobre las aguas, la transfi guración en la montaña o la curación del paralítico en los que queda de manifi esto la proclamación de la divinidad del Señor y su condición de Mesías divino y cómo no la muerte y resurrección del Señor y el sepulcro vacío.
«¿Y vosotros quién decís que soy yo?»
Cristo no iba por los caminos de Galilea gritando «soy Dios», «soy Dios», sino que lo va demostrando
mediante sus acciones y sus palabras, siendo «un judío de verdad», y es frente a estos hechos y esta doctrina donde nos quiere llevar el Señor para preguntarnos «¿Y vosotros quién decís que soy yo?»
Después de todo, y citando, con el autor, a C.S. Lewis, si lo que se cuenta en los Evangelios es verdad, no cabe más que tres posibilidades: Jesús era un mentiroso que, sabiendo que no era Dios, iba afi rmando que lo era; o era un lunático que, sin ser Dios pensaba que lo era; o era el Señor, el
Emmanuel, el Dios con nosotros.
Desde la experiencia gozosa de haber disfrutado con esta obra, animo a todos los lectores de Cristiandad a leerla y acercar más la fi gura de Jesucristo a nuestras vidas.