Después de unos meses en que asi toda la atención mediática ha estado centrada en la guerra en
Ucrania, el conflicto geopolítico entre la República Popular de China y Taiwán está lejos de haber desparecido y las partes involucradas van dando pasos que parecen amenazar la tensa paz que se ha mantenido desde 1945, año en que las tropas de Chiang Kai-Shek se refugiaron en la isla tras salir derrotadas de la guerra civil contra los comunistas de Mao. En el marco de lo que se conoce como el statu quo y la política de «una sola China», que ha venido siguiendo la ONU desde que Carter dejara de reconocer la legitimidad del gobierno de Taiwán sobre el continente en 1979, cualquier gesto simbólico llevado a cabo por Occidente es interpretado por Pekín como una amenaza que conlleva consecuencias. El mensaje de Pekín es claro: consideran a Taiwán como una provincia rebelde y están dispuestos a enfrentarse a cualquier potencia, incluidos los Estados Unidos, que se perciba como un desafío a esa visión.
En este contexto, no fue poco el revuelo que se armó tras las declaraciones de Biden al afirmar que EEUU defendería militarmente Taiwán en caso de invasión de la República Popular de China. Desliz que rápidamente salió a matizar la Casa Blanca para intentar sosegar el enfado de Pekín. Tras la escena vivida, poco tiempo le faltó a Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, para volver a tensar la cuerda (para muchos innecesariamente), con su visita oficial a Taiwán el 4 de agosto. ¿Es casualidad que este desafío diplomático, claramente provocador, se haya llevado
a cabo a falta de tres meses para las elecciones de mitad de mandato?
Más aún teniendo en cuenta que estas elecciones se prevén difíciles para el Partido Demócrata. La reacción de Pekín no se hizo esperar. Numerosas maniobras aéreas y navales con fuego real en el Estrecho de Formosa se orquestaron los días previos y posteriores a la mencionada visita. Más de 100 aviones militares chinos cruzaron el Estrecho, mientras que en un año solamente lo habían hecho cinco. Para más inri, el «golpe de efecto», o el pequeño momento de gloria mediática de Pelosi ha tenido lugar a pocos meses del XX congreso del Partido Comunista Chino, en el que el presidente Xi Jinping planea
presentarse a un tercer mandato y quiere aparecer como el hombre fuerte de China, el sucesor de Mao.
Lo que parece claro es que es extremadamente peligroso alterar el statu quo de Taiwán. Las consecuencias de un confl icto abierto no son difíciles de adivinar: Rusia unida a China contra EEUU y Occidente. No sería descabellado pensar (esta vez sí), en una posible tercera guerra mundial. A diferencia de Ucrania, donde la OTAN se ha abstenido de entrar en el territorio bélico y en un confl icto abierto y la ONU ha conseguido algún éxito, como el corredor de cereales entre Odesa y el Bósforo,
un confl icto con China se presenta como mucho más peligroso que el ucraniano.
En cualquier caso, no parece que por el momento se vaya a desencadenar una guerra frontal y abierta
en Ucrania entre las grandes potencias. Si Estados Unidos se implica en Ucrania, lo hace a miles de kilómetros de sus fronteras. Además, reciente todavía en la memoria la retirada de Afganistán del pasado mes de agosto, los Estados Unidos no parecen muy dispuestos a enfrentarse en una guerra abierta en la que potencialmente podrían emplearse armas nucleares. Por otro lado, China está observando muy de cerca lo que ocurre en Ucrania. La tentación de pensar que Taiwán caería tras un breve enfrentamiento militar parece disiparse tras observar la férrea resistencia (con la ayuda militar y fi nanciera de Occidente) de los ucranianos. El mar que separa la República Popular China y Taiwán, y que esta última está armada hasta los dientes, mueve además a una mayor cautela. Lo que sí parece claro es que hasta que llegue el momento, que parece difícilmente evitable, China va a tomarse
muy en serio cualquier amenaza a sus objetivos y cualquier gesto va a ser respondido con acciones
directas y concretas. En los últimos meses hemos visto como China ha atacado y capturado tierras fronterizas con la India en el Himalaya, ha reclamado prácticamente todo el Mar de la China Meridional, ha fortifi cado media docena de islas en ese mar, ha reclamado el Estrecho de Taiwán como aguas territoriales para que el tránsito por buques de guerra estadounidenses requiera el permiso de China, ha reclamado Taiwán como parte de China, así como las cercanas islas Senkaku, actualmente en poder de Japón y ha conseguido, en gran parte gracias a la pandemia, aprobar la ley de seguridad nacional incorporada a la Ley Fundamental de Hong Kong.
En conclusión, parece que el statu quo pende de un hilo que va debilitándose cada vez más. China es una potencia en expansión que ya no disimula sus intenciones y que aprovecha el entorno de caos en que está sumido el tablero internacional. Xi Jinping, obstinado en fi gurar en la trinidad imperial de la china contemporánea, quiere ser recordado como el hombre que devolvió Taiwán a la patria y, aunque la invasión directa no parece inminente, el confl icto fi nal, que tendría consecuencias terribles, parece
difícil de evitar.
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