L’Homme Nouveau recoge la explicación que Philippe Roy-Lysencourt, profesor de Historia en la Universidad Laval de Quebec, hace de una de las leyendas que recurrentemente se utiliza para atacar a la Iglesia, la de la supuesta mujer que habría ostentado el papado:
Según una persistente leyenda, cuyos primeros registros escritos se remontan al siglo XIII, una mujer,
de nombre Juana, habría ocupado la sede apostólica en los siglos IX, X u XI, antes de ponerse de parto y dar a luz en público. Según la versión, este parto habría tenido lugar mientras celebraba misa, mientras iba a caballo o durante una procesión. Mientras que algunos afirmaron que murió en el parto o fue apedreada hasta morir, otros argumentaron que fue simplemente depuesta.
El relato más antiguo conocido de esta historia se encuentra en la Chronica universalis Metensis, escrito
alrededor de 1250 por el dominico Jean de Mailly, que escribió: «A verificar. En aquellos años [finales del siglo XI] hubo un cierto papa o más bien una papisa, pues era mujer. Disfrazándose de hombre, se convirtió, gracias a sus cualidades, en notario de la curia, luego en cardenal y finalmente en papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz. Inmediatamente la justicia romana le ató los pies y la ató a la cola de un caballo. Así arrastrada, fue apedreada por el pueblo durante media milla y fue enterrada donde murió».
Poco antes de 1260, este relato fue retomado de forma casi idéntica por el inquisidor dominico Esteban
de Borbón en su Tractatus de diversis materiis predicabilibus, exemplum que contiene unos 3.000 relatos, así como por un franciscano anónimo de Erfurt que, en su Chronica minor Erphordiensis, precisa que la papisa «era hermosa, de gran saber y de gran hipocresía de vida». El primero
sitúa el pontificado en torno a 1100 y el segundo en torno a 915. Un poco más tarde, hacia 1277, en una versión tardía de su Chronicom pontificum et imperatorum, Martín de Troppau sitúa la anécdota a mediados del siglo IX, tras la muerte del papa León IV: «Después de este León, Juan el Inglés, natural de Maguncia, reinó durante dos años, siete meses y cuatro días, y murió en Roma. Era, según se dice, una mujer. Desde su juventud iba a Atenas con su amante, vestida de hombre. Adquirió tales conocimientos en las distintas ciencias que no se pudo encontrar a nadie que la igualara. […]
Como su conducta y su ciencia gozaban de gran reputación, fue elegida papa por unanimidad. Sin embargo, se quedó encinta durante su pontificado. Ignorando cuándo iba a dar a luz, experimentó los dolores del parto yendo de San Pedro a Letrán. Dio a luz entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente, y luego murió; fue enterrada allí. Como el Papa se desvía siempre al hacer este trayecto, se cree que es por el desagrado que supone el recuerdo de este evento».
Esta versión de la leyenda se insertó posteriormente, con ligeras variaciones, en el Liber pontificalis en el siglo XIV y en varios manuscritos. Hacia finales del siglo XIII, en su Chronique de l’abbaye de Saint-Pierrele- Vif de Sens, Godofredo de Courlon relató la historia de la papisa Juana a partir del texto de Troppau, pero añadiendo un dato: «De allí, se dice, los romanos tomaron la costumbre de averiguar el sexo del elegido a través de la abertura de un asiento de piedra». Un segundo mito se injertó así en el primero y, según algunos autores, su origen se debe al uso, durante la ceremonia de investidura de
los pontífices romanos entre 1099 y 1513, de dos asientos perforados que servían de letrinas en la antigüedad. Estos asientos, que aún existen, datan del siglo II y se utilizaban por estar hechos de mármol precioso. El nuevo papa debía sentarse en ellos, primero en uno y luego en el otro, para recibir ciertas insignias de su dignidad y poder, lo que podría haber dado lugar al rumor.
¿Cuál es el origen de este supuesto pontifi cado? Podría provenir de la infl uencia exorbitante de ciertas
mujeres de la aristocracia romana en el papado durante el siglo X, como Teodora I y su hija Marozia,
madre del papa Juan XI. Otra explicación radicaría en el hecho de que una de las amantes del papa Juan XII se llamaba Juana Rainière y algunos la llamaban «papisa». Sin embargo, la leyenda, que tuvo
muchas variantes, se difundió tanto que parece haber sido aceptada universalmente entre el siglo XIII y
fi nales del XV. Hacia 1362, el agustino Amaury d’Augier la incluyó en la lista de papas, asignándole el número ciento diez. Asimismo, a fi nales del XV, Platina la convirtió en el centésimo papa con el nombre de Juan VIII. Además, en los siglos XV y XVI, Juana fue representada entre otros papas en la catedral de Siena. También fue representada en pinturas y libros. Además, algunos teólogos reivindicaron
la existencia de la papisa para defender sus tesis eclesiológicas. Así, en un sermón predicado
ante el antipapa Benedicto XIII en Tarascón en 1403, el teólogo Juan de Gerson afirmaba que la Iglesia podía «equivocarse y ser engañada, como sucedió hace tiempo cuando tuvo una mujer por papa». En el Concilio de Constanza Juan Hus utilizó esta leyenda para poner en cuestión el principio de la primacía romana sin que fuera desmentido. Más tarde, los protestantes explotaron esta historia para desacreditar
al papado. A raíz de esto se empezó a investigar su veracidad y a ser cuestionada seriamente a partir del siglo XVI. En sus Annales Boiorum, publicados en 1554, Johannes Aventinus la niega categóricamente.
Posteriormente fue impugnada con serios argumentos por Onofrio Panvinio, César Baronio, Roberto Belarmino, Florimond de Raemond y el protestante David Blondel. Así fue siendo progresivamente desacreditada antes de ser refutada defi nitivamente por Pierre Bayle en su Dictionnaire
historique et critique (1697).
Los argumentos de estos estudiosos se basan tanto en la inverosimilitud de la leyenda (diversidad de nombres, orígenes y épocas) como en la imposibilidad de ese pontificado: no hay lugar para él en las fechas que se le atribuyen; en algunos manuscritos aparece en forma de anotaciones posteriores; los primeros textos que lo recogen están muy alejados del acontecimiento; la literatura lo ignora antes del siglo XIII, etc.
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