Con gusto hago esta reseña bibliográfica del libro Aprender a mirar para aprender a vivir del profesor Santiago Arellano Hernández, al que nos une una verdadera amistad desde los jóvenes años de la Universidad.
El subtítulo es Memorias de un profesor católico porque ante todo Santiago «ha sido un profesor», con
una gran vocación pedagógica. Él ha sido, y sigue siendo, un verdadero maestro, es decir, aquel que desea formar y educar a los jóvenes que el Señor le pone en el camino a través de su tarea de profesor de
lengua y literatura. Es verdadero maestro porque no pretende enseñar «cosas», sino sobre todo formar a
estos jóvenes en la verdad, el bien y la belleza, como insistía el padre Orlandis.
Arellano pudo confirmar en sus clases el estado deplorable de la lectura comprensiva en España y el
desolador panorama actual fruto de la indiferencia, la insensibilidad y el olvido de la belleza.
Este libro es una verdadera guía de la educación para todo el que de más lejos o de más cerca tenga
que ver con la educación de niños y jóvenes.
Él quiere que sus discípulos aprendan a mirar y admirar la belleza, la belleza de la creación, la belleza
de la vida cotidiana, porque necesitamos la belleza para poder llegar a admirar al Creador. Sin belleza
no podríamos vivir, ya que «la belleza habita en nosotros», sobre todo la Belleza.
La belleza y la verdad traen el gozo al corazón, y es necesario educar el gusto para poder gustar lo bueno, porque el fi n de la educación es la vida eterna.
Él enseñaba a mirar la belleza entrando en el interior, en la intimidad, dejando fuera el caos, el estrépito, la calle, el mundo…
Desde la literatura, «esta atalaya donde se aprende a contemplar la vida» él utiliza todo lo que hay en ella de «bueno, justo, amable…» para «forjar seres humanos». Y aun se sirve también a veces de lo que no es tan bueno para conseguir una verdadera «catarsis» o para que quede patente el «veneno» que representa, como cuando comenta «El retrato de Dorian Grey», «este libro hermoso a la vez que inmoral, amoral y escabroso».
Así concibe Arellano la literatura y el arte en general, y esto es lo que él en sus clases de literatura quiso transmitir a sus alumnos. Él enseñaba a diferenciar «lo urgente», como es el comer, de lo importante: «el amor y el sentido de la vida y el gusto de Dios son más importantes» dirá con Saint-Exupéry.
A lo largo del libro trata muchos temas centrales de la vida, desde «¿Qué es y quién es el ser humano?
», hasta la conciencia, la virtud, el pecado original, la fe cristiana y tantos otros.
Todas estas ideas, y muchas más, e incluso las memorias de su vida de profesor, las va iluminando,
ilustrando y aclarando a través del comentario de distintos y numerosos textos literarios, desde Mío
Cid, el Quijote, Homero, Salinas, Mª Dulce Loinaz, y tantos otros autores de aquí, de allí y de más allá.
Es verdad que hay algunas partes del libro más especializadas, como las que se refieren más a lingüística, gramática, fi guras literarias, etc. Pero todo el libro merece una lectura atenta y sosegada por su gran interés. Además he de decir que es un gozo leerlo ya que está tan bien escrito que es una verdadera
obra literaria.
Tres puntos me han llamado particularmente la atención. El primero es el apartado «El dominio de la lengua materna», donde muestra que, siendo «la palabra el vehículo por el cual nos comunicamos, nos expresamos », «es imprescindible ahondar en las raíces de la lengua materna». Hablar es también entender, por esto es muy importante enseñar a hablar para que no suceda lo que al Pármeno de la Celestina que «No sepas fablar, Pármeno, ¡Sacarte han el alma, sin saber quién!»
Es necesario conocer la lengua para aprender a leer, escribir y gozar de las bellezas de la palabra, pues
en la palabra radica la belleza de la obra literaria. Afirma Arellano que el fracaso escolar guarda relación
con el dominio del lenguaje. No cultivar en cada alumno el dominio del potencial de la lengua «es dejarlo inacabado, atrofiado».
El segundo punto que me ha llamado la atención es «La defensa de las fábulas». Frente a tantos ataques
actuales, manifiesta que las fábulas, cuya tradición se remonta a 2000 años a. de C., son medios educativos y morales muy válidos por su carácter ejemplar. Sostiene que son muy adecuadas para niños y jóvenes, porque muestran determinadas virtudes y vicios a través de una historieta de la que fácilmente se
extrae una moraleja o lección moral. Y especialmente he gozado muchísimo con el «Regreso a los clásicos». En esta parte quinta Santiago Arellano va presentando magistralmente el gran potencial educativo de las obras de los clásicos, la «Odisea», la «Ilíada», la «Eneida», la «Ciropedia»… con sus personajes ejemplares, para el bien o para el mal, Aquiles, Príamo, Héctor, Hécuba, Andrómaca, Eneas…
En nuestros días, necesitamos recuperar el símbolo de Ítaca como la necesidad de todo ser humano
de conocer y desear como lo mejor el fi n o meta de su vida.
Ulises representa el retorno a la patria, a lo suyo, a la esposa fi el que le espera pese a todo, a aquel lugar
y aquella historia del que sabe dar hasta el detalle más insignificante. Para Ulises, que ha desdeñado
inmensas riquezas y todos los placeres imaginables, incluso la inmortalidad y la eterna juventud, «No hay
cosa más dulce que la patria y los padres, aunque se habite en una casa opulenta, pero lejana, en país
extraño».
Agradecemos estas magníficas memorias que con toda seguridad tanto bien han de hacer sobre todo en
el campo de la educación.