Escribe Thibaud Collin en L’Homme Nouveau una interesante reflexión a propósito de las esperanzas que algunos ponen en el diálogo y del peligro que puede suponer para los cristianos perder de vista que nuestra fe no es una más entre otras religiones: «El límite, encarnado por el cardenal Ratzinger en 2004 en su debate con Habermas, consiste en participar en el debate rechazando sus presupuestos procedimentales y fundando sus condiciones de posibilidad sobre una antropología cristocéntrica que asume la recta razón. En efecto, la fe católica no puede verse a sí misma como una creencia religiosa entre otras que contribuyen al edificio, con una Iglesia que se contentaría con que le dejen una silla plegable en las asambleas mundanas. La Iglesia no es una ONG que tenga que seguir la agenda de las agencias de la ONU. La universalidad católica (pleonasmo) se funda en la fe en el Verbo Encarnado recapitulando «todo el hombre y todos los hombres». El católico no puede, sin correr el riesgo de alterar su fe en Cristo único mediador y salvador, adoptar el punto de vista formal dominante, pretendidamente más incluyente que el que Dios mismo le ha revelado. De lo contrario, el católico es llevado lógicamente a sostener un discurso de inspiración pelagiana, es decir, tendente a obviar la realidad de la condición humana herida por el pecado original y que permite esperar que a través del diálogo con todos, las soluciones prácticas soñadas en conjunto serán finalmente realizadas».
Carlos de Foucauld: «Todo ha sido obra tuya, Señor»
Carlos Eugenio de Foucauld nació en el seno de una familia cristiana en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858. Hijo del vizconde de Foucauld y de Isabel de Morlet, recibió una esmerada educación religiosa en los primeros años...