Con la pandemia del Covid-19 monopolizando los titulares, son muchas las cuestiones importantes que han sido olvidadas o archivadas. Se ha hablado mucho de China y de cómo ha gestionado la pandemia: su falta de transparencia, el retraso en comunicar el problema, la manipulación en lo que se refiere a la cifra de fallecidos. Pero hay otros aspectos de la actualidad china que merecen nuestra atención, como es el caso de la difícil situación de los uigures en Xinjiang, en el noroeste de China y que son muy reveladores acerca de la naturaleza de su régimen comunista. Allí, a tenor de las estadísticas demográficas que reflejan las divergencias entre uigures y chinos han, está ocurriendo algo aterrador. Pero antes es necesario aclarar dos errores muy extendidos.
Se suele decir a menudo que los chinos Han que viven en Xinjiang son «colonialistas» que llegaron a Xinjiang después de 1949. Esto no es cierto. Aunque en esta ocasión haya que reconocer la veracidad de lo que sostiene el Partido Comunista, es cierto que los chinos Han llevan viviendo en lo que ahora se llama Xinjiang desde hace siglos. La China imperial ejerció una gran influencia sobre esa región, considerada una marca del imperio. La migración han aumentó después de que las rebeliones musulmanas en el noroeste de China fueran aplastadas a finales del siglo xix y continuó durante el periodo de la República China. Eso sí, los han constituyeron siempre una pequeña minoría de la población de Xinjiang antes de 1949: sólo 300.000 chinos han vivían en Xinjiang cuando se fundó la República Popular China, mientras que los uigures que vivían allí en aquel entonces eran 4,6 millones.
Otro error común es pensar que Xinjiang ha sido siempre musulmán. Xinjiang, conocido como «Tierra en el Oeste» en la literatura clásica china antigua, fue budista durante muchos siglos. Ciudades como Hotan fueron centros budistas antes de que la conquista musulmana impusiera el islam desde el siglo x a través de la yihad. Minorías no musulmanas como los mongoles y la etnia xibe (relacionada con los manchúes) todavía viven en Xinjiang.
Dejando a un lado estos errores, podemos ahora centrarnos en lo que ha ocurrido desde 1949. Desde la Revolución comunista hasta el año 2015 la población de Xinjiang ha sufrido una gran transformación. El gobierno maoísta promovió la llegada de millones de chinos han a Xinjiang, hasta el punto de que en 2015 el número de chinos han había aumentado de 300.000 a 8,6 millones, mientras que los uigures se habían más que duplicado, pasando de 4,6 millones a 11,27 millones.
Fue durante la Revolución Cultural cuando muchos Guardias Rojos se asentaron allí después de que Mao enviara a los disidentes a regiones rurales remotas. Por ejemplo, decenas de miles de estudiantes revolucionarios de Shanghai se trasladaron a Xinjiang a finales de los años sesenta. Con las reformas de Deng Xiaoping la migración de los han disminuyó y muchos regresaron a ciudades como Shanghai y Pequín. Fue entonces cuando el impulso demográfico de Xinjiang dio otro giro.
En 1975, el gobierno de Xinjiang empezó a aplicar la «planificación familiar», pero sólo entre la población china han, que para entonces ascendía a unos 4 millones. En ese momento, la tasa de fertilidad de los uigures era de alrededor de 6,13, mientras que la tasa de los han era de 5,2. Las normas restrictivas de planificación familiar sólo comenzaron a aplicarse seriamente entre los uigures y otras minorías étnicas en 1988, y para entonces la diferencia entre la fecundidad de los Han y la de los uigures se había hecho mucho más pronunciada. Las mujeres uigures en 1988 tenían alrededor de 5,2 hijos, mientras que las mujeres han sólo tenían 2,5.
Los chinos han en Xinjiang vivían bajo reglas estrictas y un importante control por parte del Partido, ya que la mayoría de ellos trabajaban en granjas y fábricas administradas por el gobierno. Al igual que en el noreste de China, la tasa de natalidad de los han de Xinjiang cayó en picado y en la década de 1990 ya estaba muy por debajo de la tasa de reemplazo de 2,1. Los uigures, por su parte, tuvieron libertad de facto hasta inicios de la década de los 90, pero incluso cuando el gobierno presionó para frenar su natalidad, los uigures tenían una tasa de 3,2 hijos, mientras que la tasa de los han era de alrededor de 1,0. Así, para el año 2000, los uigures habían consolidado una ventaja de fertilidad del doble o incluso el triple de la tasa de fertilidad han.
Esta dinámica, junto con el resurgimiento del Islam y el rechazo generalizado hacia el gobierno comunista entre los uigures, alarmaron a Pequín. Los atentados islamistas en la región hicieron saltar todas las alarmas y la dirección del Partido Comunista Chino empezó a advertir que estaban perdiendo el control de la región. A medida que iban apareciendo decenas de miles de mezquitas, muchos uigures se negaron a obedecer las normas de planificación familiar. Los disturbios de 2009 en Urumqi y la serie de atentados yihadistas realizados por uigures en 2014 fueron la gota que colmó el vaso: en mayo de 2014 el presidente chino Xi Jinping declaró que «todas las etnias deben tener políticas de natalidad convergentes». Esto significaba que debía ponerse fin a la cuota extra de nacimientos de los uigures. En 2015 las instrucciones del Presidente se convirtieron en ley. Desde entonces, las noticias de esterilizaciones y abortos forzados no cesan.
Según las propias estadísticas del gobierno chino, Xinjiang ha pasado de ser una de las regiones con mayor tasa de natalidad de China a una de las más bajas en un tiempo récord. El sufrimiento impuesto a los uigures para que esto ocurra es casi inimaginable. Por poner algún ejemplo, la población uigur de Hotan creció un 3,1% en 2017, pero en 2018 su crecimiento fue de sólo un 0,3%. Esto sólo se puede explicar por una intensa intervención de las autoridades comunistas en Xinjiang, con agresivas campañas de esterilización en masa y abortos forzados. Unas campañas que recuerdan las esterilizaciones en masa en 1983 y la campaña «Cien días sin nacimientos» en la provincia oriental de Shandong en 1991, iniciativas que parecían formar parte del pasado, pero que parece que el Partido Comunista Chino ha recuperado hoy en día.
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