La noticia de la muerte del general iraní Qasem Soleimani tras ser alcanzado por un misil estadounidense en Iraq sacudió al mundo entero. Un magnicidio (Soleimani era uno de los hombres más poderoso del régimen iraní, en realidad el número dos tras el ayatolá Jamenei) que muchos temen que dé lugar a una escalada de violencia que empeore la situación de una región ya sacudida por la guerra desde hace años. Pero démosle a la noticia algo de contexto.
Conflicto entre chiitas y sunitas
Iraq está en el centro de las tensiones por la hegemonía en Oriente Medio, especialmente en la guerra que libran sunitas y chiitas. Irán ha establecido lo que ya se conoce como «media luna chiita», que va desde el Líbano, donde Hezbollah controla una parte del país, hasta el propio Irán, pasando por la Siria gobernada por Bashar al-Assad (que forma parte del 15% de población chiita alauita) y un Iraq en el que los chiitas son mayoría (69% de la población).
A esta «Media Luna» se le añade ahora Yemen, al suroeste de la península arábiga, donde tiene lugar una terrible guerra entre los rebeldes hutis, pertenecientes a la minoría chiita (33% de la población) del norte del país y que con apoyo iraní han conseguido, desde 2014, el control de la capital, Saná, y las fuerzas fieles al gobierno, con el apoyo de Arabia Saudita.
La guerra en Siria y la aparición del Estado Islámico (DAESH o ISIS), aunque haya otros factores en juego, se entiende dentro de este conflicto entre sunitas y chiitas. Entre las fuerzas iraquíes que más importantes han sido para la derrota del Estado Islámico (sunita), junto con las fuerzas kurdas, se encuentran diversas milicias chiitas que se organizaron a partir de 2014, conocidas en su conjunto como Fuerzas de Movilización Popular. Unas fuerzas entre las que se hallaban las poderosas Kataeb Hezbollah (brigadas del Partido de Dios, con aproximadamente 7.500 hombres en Iraq y 2.500 en Siria), controladas por Irán y al mando del iraquí Abu Mahdi al-Mouhandis, fallecido en el mismo ataque que acabó con la vida de Soleimani.
Ofensiva contra Estados Unidos
Fueron estos grupos iraquíes chiitas, verdaderos ejércitos paralelos que le disputan el monopolio de la fuerza al Estado iraquí, quienes iniciaron en 2019, destruida ya la amenaza del Estado Islámico, una ofensiva contra la presencia estadounidense en Iraq, con numerosas acciones hostiles. El pasado 27 de diciembre un ataque contra una base militar en el norte de Iraq, cerca de Kirkuk, supuso un salto cualitativo, al cobrarse por primera vez una víctima mortal. Dos días después, la aviación estadounidense bombardeaba cinco campos de la milicia pro iraní. La respuesta de las milicias chiitas fue lanzar un ataque contra la embajada estadounidense en Bagdad, una acción que despertó amargos recuerdos en Estados Unidos: el ataque a la embajada estadounidense en Teherán, en noviembre de 1979, con la toma de 66 rehenes, que le valdría la presidencia a Jimmy Carter, o el más reciente ataque al consulado estadounidense en Bengasi, Libia, durante la presidencia de Obama, en septiembre de 2012.
Las informaciones acerca de un recrudecimiento de esta campaña de ataques, ordenada por Soleimani, que se encontraba clandestinamente en Iraq, decidió al presidente Trump a ordenar un ataque con drones que acabaría con la vida del poderoso general iraní y sus acompañantes el pasado 3 de enero. La reacción iraní, prometiendo una venganza nunca vista, hizo temer lo peor: una escalada hacia un conflicto abierto y de colosales magnitudes. Pero tras la respuesta de Trump, amenazando con acabar con 52 objetivos iraníes si esa venganza se consumaba, se limitó a un ataque con misiles a tres bases iraquíes que albergan tropas estadounidenses… no sin antes avisar al gobierno iraquí de los ataques, lo que permitió que las tropas se refugiasen a tiempo y se limitó a provocar daños materiales. Se salvaba así el orgullo nacional iraní, capaz de ejecutar un ataque de envergadura contra tropas estadounidenses, pero sin escalar la tensión imprudentemente.
¿Quién era Soleimani?
Considerado en Irán una figura casi mítica, se le atribuyen la mayor parte de los éxitos de Irán en la región, y muy en especial la derrota del Estado Islámico, que él mismo anunció que destruiría en tres años. Soleimani se había consagrado a la carrera militar, donde se demostró un fino estratega. Ya en 1998 fue nombrado por el ayatolá Jamenei comandante de la Fuerza al Quds, el grupo de elite de la Guardia Revolucionaria Islámica encargado de desplegar las acciones iraníes fuera de sus fronteras. Una figura carismática en Irán pero un peligroso terrorista desde el punto de vista estadounidense: se calcula que es el responsable del 17% de las muertes de personal norteamericano en la región a través del reclutamiento, instrucción y dirección de los militantes chiitas que protagonizan la guerra asimétrica de Irán contra los Estados Unidos.
¿Cómo afecta a los cristianos?
Los cristianos sirios e iraquíes miraban a Soleimani de modo ambivalente: por un lado es innegable su papel para la derrota del sanguinario Estado Islámico, por otro no tenía ningún interés en salvaguardar la presencia cristiana y sí en incendiar la región con una escalada militar. La realidad es que desde 2004 se calcula que han huido de Iraq un millón de cristianos, principalmente pobladores de la llanura de Nínive. El regreso de estos cristianos está siendo problemático, pues aunque Estado Islámico ha sido derrotado, las milicias chiitas actúan con hostilidad hacia ellos. Únicamente en la zona bajo la protección de las milicias cristianas Unidades de Protección de la Llanura de Nínive los cristianos han podido regresar en paz a sus poblaciones. En este contexto, concentrar la atención en Irán, dejando fuera del radar de la opinión pública internacional la problemática de los cristianos, es un riesgo para su precaria posición. Pero la situación podría empeorar más en caso de escalada bélica: el conflicto y la inestabilidad siempre golpean con mayor intensidad a los más débiles, en este caso, la población cristiana.