Infancia
El 29 de octubre de 1971, en un pequeño pueblo del norte de Italia, Sassello, Dios bendijo al matrimonio formado entre Ruggero y María Teresa Badano, con el nacimiento de su hija Chiara. Era un bebé muy anhelado, ya que lo habían esperado y rezado durante once años, por lo que la alegría ante tal regalo fue
inmensa. Volcaron en ella todo el amor que se podría pedir a unos padres. Esto no le impidió ser una niña desprendida de sí y que viviera para los demás ya desde su infancia.
Los padres de Chiara eran gente sencilla. Su padre era conductor de camiones mientras que su madre se ocupaba de las labores y tareas del hogar. Ellos, al educarla según la fe católica, trataron de inculcar al
máximo a Chiara el amor y el espíritu de servicio con los demás, y en especial con los más necesitados. Esta forma de vivir en el desprendimiento fue una constante en ella a lo largo de toda su vida. Ya en el parvulario, la pequeña Chiara ahorraba algunas monedas para ayudar a algunas misiones de África, y una vez empezó la primaria, no dudaba en regalar su almuerzo a aquel compañero que no tenía o lo necesitaba. Su madre, al percatarse de eso, empezó a prepararle dos en vez de uno, pero aún así, ella regalaba los dos.
De este modo, Chiara fue creciendo y convirtiéndose poco a poco en una joven con criterio, sana y buena. Es necesario que enfaticemos en la fuerte relación que fue entablando con sus padres a medida que se hacía mayor. Es cierto que, como en todas las familias, discutía con ellos alguna vez, pero es mucho más destacable la confianza que se fue desarrollando entre ellos, así como un inmenso cariño y respeto. Chiara veía a sus padres como un modelo a seguir y aunque a veces le costase trataba de seguir sus consejos cuando se equivocaba. Su misma madre nos relata cómo «Una tarde, Chiara llegó a casa con
una hermosa manzana roja. Le pregunté de dónde la había sacado. Ella me contestó que la había tomado
del huerto de la vecina, sin pedir su permiso. Le expliqué que siempre debía preguntar antes de tomar
algo que no le pertenecía, y que era necesario que devolviese la manzana y se disculpase con la vecina.
Ella no quería hacerlo, porque estaba muy avergonzada. Yo le dije que era mucho más importante
confesar lo que había hecho que comer una manzana. Así fue que Chiara devolvió la manzana y explicó todo lo ocurrido a la vecina.
Esta tarde, la mujer le trajo a Chiara un cajón lleno de manzanas, diciendo que aquel día Chiara había aprendido algo muy importante».
Adolescencia y movimiento focolares.
Un aspecto fundamental en la vida de Chiara fue su educación en la fe. Como se ha dicho, fueron sus padres los que se la inculcaron desde pequeña. Cuando tenía solamente 9 años, empezó a asistir al Movimiento de los Focolares, fundado por Chiara Lubich. Esto sin duda sería algo clave para el crecimiento en la fe y para la manera en que afrontaría los distintos acontecimientos que la vida le iba a deparar. Uno de los principales elementos de este movimiento era el abandono total en Cristo como manera de sobrellevar las distintas cruces y situaciones difíciles que se presentasen en la vida de cada uno. Este modo de enfocar la fe contribuiría a que tuviese una adolescencia sana aunque no exenta de dificultades.
A pesar de estudiar a conciencia y de ser una joven trabajadora, Chiara tenía bastantes problemas
con los estudios y le era muy costoso sacar buenas notas. De hecho, tuvo que repetir el primer año de
secundaria. No obstante, era una chica con un criterio bastante formado y arraigado en comparación
con los compañeros de su edad. Eso le ocasionaría más que alguna burla entre ellos, que llegaron
a apodarla «Hermana». Aún así, fue atesorando un buen grupo de amistades, a las que cuidaba dedicándoles mucha parte de su tiempo. Vivir la fe intensamente no fue un obstáculo para que disfrutase
de otras actividades normales para cualquier adolescente.
Pasaba largos ratos cantando, bailando y escuchando música. Y además era una chica muy deportista, que sentía pasión por el tenis, la natación y el senderismo.
El verano de 1988 fue un punto decisivo en su vida. Tenía 16 años y había ido a pasar unos días a Roma con el movimiento de los Focolares. Escribió a sus padres relatándoles que había tenido un encuentro
muy intenso con Jesús Abandonado y que había sentido la llamada a ser su Esposa. A partir de entonces, entabló una fuerte correspondencia con la fundadoras de los Focolares, Chiara Lubich, que le dio el nombre de «Chiara Luce».
La cruz llama a la puerta
Esta llamada del Señor fue de la mano de una nueva cruz que Él tenía que ofrecerle. Ese mismo
verano sería el momento en el que Chiara revelaría una grave enfermedad. Todo comenzó cuando,
mientras jugaba a tenis, empezó a sentir un fuerte y punzante dolor en el hombro. Al principio no le otorgó
demasiada importancia, pero este se fue prolongando día tras día, hasta que se vio obligada a someterse a distintas pruebas para conocer de qué se trataba. El veredicto de los médicos fue que se trataba de un
cáncer de hueso muy inusual e inmensamente doloroso: osteosarcoma. Chiara abrazó esta cruz tan pesada con una sencillez admirable. Al poco de llegar a su casa tras el diagnóstico dijo «Es para ti, Jesús; si Tú lo quieres, yo también lo quiero».
Aunque el cáncer era dolorosísimo, Chiara no quiso tomar morfina para así permanecer consciente y poder ofrecer su enfermedad, dolor y sufrimiento a Dios de una manera total y plena. En su estancia en el hospital de Turín, acompañó mucho a otra paciente que sufría una fuerte depresión, con la que paseaba y caminaba a menudo, a pesar del intenso dolor que eso le ocasionaba a sus huesos. El duro tratamiento de quimioterapia al que se tuvo que someter no hizo que su buen ánimo menguara. Es más, cuando un mechón de pelo se le caía, decía «Para Ti, Jesús».
Poco a poco, Chiara iba preparando su muerte. Escribió una serie de tarjetas Navidad que en las que se leía «Santa Navidad 1990. Gracias por todo. Feliz año nuevo». Las escondió entre otras para que
su madre las encontrase más tarde. Aunque el dolor iba en constante aumento, Chiara jamás dejó de sentir la presencia de Dios, que le estrechaba la mano y la acompañaba en su enfermedad.
El cáncer terminó por impedirle caminar y los médicos le confirmaron que esa situación sería irreversible. En julio de 1989 estuvo a punto de morir de una hemorragia. Pero su fe no se derrumbó y trataba de consolar a los que le rodeaban con frases como estas: «No derramen lágrimas por mí. Yo voy donde Jesús. En mi funeral no quiero gente que llore, sino que cante fuerte».
La enfermedad de Chiara llegó incluso a oídos del Arzobispo de Turín, Giovanni Saldarini. Éste, al
visitarla, le preguntó de dónde provenía la luz que emanaba de sus ojos, a lo que ella respondió que lo
único que ella hacía era tratar de amar a Dios con todas sus fuerzas.
Muerte y beatificación
Sintiendo muy próxima su muerte, Chiara empezó a planear junto a su madre los detalles de su funeral, que sería para ella su boda con Cristo. Pensó la música, las flores, las lecturas… Y expresó su deseo de ser enterrada vestida de novia, con un sencillo traje blanco con un lazo rosa. Su corazón ardía de deseos de convertirse en la novia y esposa de Cristo. Dijo a su madre: «Cuando me arregles, Mamá, tienes que decirte a ti misma, “Chiara Luce está ahora viendo a Jesús”».
Poco antes de morir exclamó «¡Oh Mamá, los jóvenes… los jóvenes… son el futuro. Ya no puedo correr más, pero cómo me gustaría poder pasarles la antorcha, como en las Olimpíadas! Los jóvenes
tienen tan sólo una vida y vale la pena vivirla bien».
En sus horas finales recibió los sacramentos de la confesión y la Eucaristía, y rezó junto a su familia la
oración «Ven Espíritu Santo». Chiara se fue al Cielo la madrugada del 7 de octubre de 1990, diciendo
como últimas palabras: «Adiós mamá, sé feliz porque yo lo soy».
En 1999, se empezó a promover la causa de santidad de Chiara Badano. El 3 de julio, se la declaró
«Venerable», y en diciembre de 2009, el Papa Benedicto XVI reconoció el milagro por el que se la declararía Beata: intercedió por la curación de un joven al que una fuerte meningitis estaba destruyendo los órganos. Por eso, el 25 de septiembre de 2010 sería beatificada en el Santuario de Nuestra señora del Divino Amor. Su festividad se celebra el 29 de octubre.
Chiara nos enseña a vivir la santidad en todas sus vertientes, ya sea en la vida cotidiana en la que Dios
nos ha situado, o bien, mediante un sufrimiento extremo.
Chiara nos enseña a que la vida es para amar a la familia, a los amigos y, por encima de todo eso,
a Dios y demuestra que el hecho de ser un adolescente no supone un obstáculo para ello.