13 de agosto: los niños en la cárcel de Ourém
Arturo de Oliveira Santos era administrador presidente del concejo de Vila Nova de Ourém al que pertenecía Fátima. Miembro de la logia masónica de Leiría, a sus 26 años, había fundado un «triángulo» masónico, que presidía como venerable en la sede del Ayuntamiento, y editaba su periódico O Ouremse. Fanático anticlerical, conocido por su profesión familiar como «el hojalatero», gobernaba despóticamente su concejo, imponiendo su sectaria política antirreligiosa. Las noticias de las tres primeras apariciones de «una blanca Señora» en su distrito se habían difundido por todo Portugal, fracasando en sus campañas de prensa denunciándolas como fraude del clero. Como el número de peregrinos que acudía cada mes a Fátima iba in crescendo, el hojalatero decidió ponerle fin, a su expeditiva manera.
Se aproximaba el 13 de agosto, y tres días antes Oliveira envió un requerimiento a los padres de los videntes para que, «sin excusa ni pretexto», comparecieran, al día siguiente con sus hijos en su despacho de Vila Nova de Ourém. Como distaba tres leguas de Fátima y no había más medio de transporte que caminar o montar un asno, Manuel Marto, padre de Francisco y Jacinta, decidió que no debía llevar a un tribunal a dos niños tan pequeños que no eran responsables de sus actos, y que además no aguantarían el camino, por lo que se dispuso a ir solo. Pero Antonio dos Santos, padre de Lucía, pensó era mejor que su hija contestara por sí misma, diciendo: «si miente, que sea castigada, y si está diciendo la verdad, Nuestra Señora la protegerá». Cuenta Lucía que al despedirse de Jacinta para marchar a Ourém, ésta, llorando, le dijo: «Si te matan, diles que yo y Francisco somos como tú, y que también queremos morir. Ahora vamos al pozo a rezar mucho por ti.»
Lucía relata su comparecencia ante el hojalatero, que al comprobar que sólo había venido una de los tres videntes, se puso furioso:
«Fui interrogada por el administrador en presencia de mi padre, mi tío y otros señores. El administrador se empeñaba en obligarme a revelar el secreto y prometerle que jamás volvería a Cova da Iria. Para conseguirlo no se privó de promesas ni amenazas. Viendo que nada conseguía, me despidió manifestando que lo había de lograr, aunque para ello tuviese que quitarme la vida…pero nos dejaron volver a nuestra casa.»
El 12 de agosto por los caminos acudían multitudes a la anunciada aparición del día siguiente en Fátima. Pero sorpresivamente en la mañana del mismo día 13, el administrador del distrito Arturo Oliveira se presentó en casa de los Marto alegando que también él deseaba «asistir al milagro», pero que antes debíamos ir todos a casa del párroco Manuel Marques. Una vez allí le preguntaron a Lucía: «¿Quién te enseñó a decir esas cosas que vas diciendo por ahí?» Ella respondió: –«Aquella Señora que yo vi en Cova da Iria.» Siguieron preguntando: «¿Es verdad que esa Señora os confió un secreto?». Lucía respondió al párroco: –Sí, pero no lo podemos decir. Si V. Reverencia quiere saberlo puedo pedir a Nuestra Señora que me autorice.» El administrador, decepcionado, hizo subir a los niños a su coche de caballos diciéndoles que iban todos a Cova da Iria, pero al salir de la aldea ordenó girar en dirección contraria.
Los niños se alarmaron e intentaron apearse, pero procuró calmarles diciendo que primero debían recoger al párroco de Ourém, y para evitar que los peregrinos en camino reconocieran a los niños, los cubrió con una manta. Llegó satisfecho a su casa, dando por supuesto que no hallándose los videntes en Cova da Iria allí no ocurriría nada, y podría anunciar a sus superiores de logia que el asunto de las apariciones se daba por concluido. Los niños fueron encerrados en una habitación de la casa del administrador, quien les dijo que no saldrían hasta que hubieran revelado el secreto, pero luego su buena esposa Adelina les dio de almorzar y los dejó jugar con sus hijos.
Cuenta Lucía que a la mañana del día 14 de agosto, Francisco le decía casi llorando: «Nuestra Señora puede haberse quedado triste porque no hemos ido a Cova da Iria, y no volverá a aparecérsenos más. Y ¡me gustaba tanto verla!» Después, me preguntaba: «–¡Oye!: ¿Nuestra Señora no volverá a aparecérsenos más? –No lo sé. Pienso que sí. –Tengo tanta añoranza de ella…»
Al día siguiente los niños fueron obligados a soportar nuevos interrogatorios, pero, fortalecidos por una gracia especial, permanecieron firmes. Ante su fracaso envió a los niños a la cárcel, encerrándolos en una celda común con otros presos. La pequeña Jacinta, de siete años, lloraba en la prisión por la añoranza de su madre y de su familia, y Francisco procuraba animarla, diciéndole: «A madre, si no la volvemos a ver, paciencia. Lo ofreceremos por la conversión de los pecadores. Lo peor es que Nuestra Señora no vuelva más. Esto es lo que más me cuesta, pero también esto lo ofrezco por los pecadores.» Jacinta asentía y decía: «Si nos matan, da igual, vamos derechitos al Cielo. ¡Qué bueno!»
Los presos, enterados de la causa por la que les habían llevado a la cárcel, les trataban con afecto y, compasivos, procuraban convencer a la pequeña Jacinta de que le explicara el secreto de esa Señora al administrador, y así saldrían libres. Pero Jacinta respondía: «¡Eso jamás, prefiero antes la muerte!»
Cuenta Lucía que les propusieron rezar el rosario a aquellos infelices, y que todos se arrodillaron delante de una medalla de Jacinta que colgaron de la pared de la celda, y que: «Cuando rezábamos el rosario en la prisión, Francisco vio que uno de los presos estaba puesto de rodillas con la boina en la cabeza. Se fue junto a él y le dijo: –Señor, si quiere rezar, haga el favor de quitarse la boina. Y el pobre hombre sin más se la entrega, y él la pone encima de su caperuza sobre un banco».
A eso de las diez de la mañana, los niños fueron llevados ante el administrador e interrogados separadamente. A la vista de su silencio ordenó que calentaran un gran caldero con aceite, y que cuando estuviera hirviendo metieran primero a la más pequeña. El guardia agarró a Jacinta y se la llevó. Otro guardia, al ver que Francisco movía los labios en silencio, le preguntó: « ¿Qué estás hablando?» «Estoy rezando un avemaría –respondió Francisco–, para que Jacinta no tenga miedo.»
Cuando volvieron a por Francisco, y luego a por Lucía, el administrador les dijo que su prima ya estaba muerta, dándoles la última oportunidad de que revelaran el secreto o serían también fritos como ella, pero ambos se mantuvieron firmes, deseando acompañar a sus prima, a la que creían ya en el Cielo. Ante su negativa, al cabo de un rato, fueron conducidos a un cuarto donde abrazaron a Jacinta, feliz y contenta. Los retornaron a casa del administrador, cuya esposa les dio de comer, y a la mañana siguiente, tras un último y largo interrogatorio, los tres niños fueron devueltos a sus casas. Era el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora.
13 de agosto en Cova da Iria
El 13 de agosto habían acudido a Cova da Iria miles de personas, muchas más que en julio, y María da Capelinha, una testigo, describió así la escena: Estábamos todos cantando canciones de iglesia, esperando a los niños, que no aparecían, cuando alguien dijo que el administrador los había raptado. Cundió el desconcierto, pero poco después del mediodía se oyó un trueno, más o menos como las otras veces, al cual siguió el relámpago y, enseguida se notó una pequeña nube, muy leve, blanca y bonita que sobrevoló unos minutos sobre la encina, ascendiendo después hacia el cielo y desapareciendo en el aire. Los rostros de los presentes brillaban con los colores del arco iris; los árboles no parecían tener ramas y hojas, sino sólo flores, y el suelo y las ropas de las personas reflejaban también el color del arco iris. La Virgen parecía haber venido, pero no encontrando a sus confidentes, se habría vuelto al Cielo. La gente volvía hacia Fátima indignada, gritando contra el administrador y contra el prior de la feligresía, al que creían conchabado con él.
Domingo 19 de agosto en Os Valinhos:
Aquel domingo 19 de agosto, después de la misa parroquial, los pastorcillos fueron a rezar el rosario a Cova da Iria. Por la tarde Lucía con Francisco, acompañado por su hermano mayor Juan, llevaron sus ovejas a pastar a Os Valinhos, propiedad de uno de sus tíos, a unos quinientos metros de Aljustrel. Lucía relata lo que ocurrió: «Estando con las ovejas, en compañía de Francisco y de su hermano Juan, en un lugar llamado Os Valinhos, y sintiendo que algo sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que Nuestra Señora iba a venir a aparecérsenos, y dándome pena que Jacinta se quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que fuese a llamarla. Como no quería ir, pues quería ver también a Nuestra Señora, le ofrecí dos veintenos (veinte centavos), y se fue corriendo. Entretanto vi, con Francisco, el reflejo de la luz que llamábamos relámpago, y habiendo llegado Jacinta, un instante después, vimos a Nuestra Señora sobre una carrasca.
Lucía le preguntó: «¿Qué es lo que Vuesa merced quiere de mí» –«Quiero que sigáis yendo a Cova da Iria el día 13; que continuéis rezando el Rosario todos los días. El último mes haré un milagro para que todos crean».
El 13 de agosto en Cova da Iría María Carreira había recogido 13.040 reis de limosnas, que quiso entregar a Manuel Marto, pero éste se negó a aceptarlos. Tampoco los admitió Rosa, la madre de Lucía, ni el párroco Manuel Marques. Nadie quería guardar el dinero, para no ser acusados de cómplices, por lo que Lucía preguntó a Nuestra Señora:
–«¿Qué es lo que Vuesa merced quiere que se haga con el dinero que la gente deja en Cova da Iria?»
– «Que hagan dos andas: una, llévala tú con Jacinta y dos niñas más, vestidas de blanco; y otra, que la lleve Francisco y otros tres niños. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario; lo que sobre es para ayudar a una capilla que se debe hacer». (Las andas usadas en Fátima y en otros lugares de la zona no son para transportar imágenes, sino para recoger donativos en dinero y en especie.)
–«Quería pedirle la curación de algunos enfermos». –«Sí; a algunos los curaré durante el año. tomando un aspecto más serio dijo: –«Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al Infierno, por no tener quien se sacrifique y pida por ellas». Pío XII decía que esta frase era la que más le impresionaba del mensaje de Fátima, y exclamaba: «Misterio tremendo: ¡que la salvación de muchas almas dependa de las oraciones y sacrificios que se hagan por los pecadores!» Y como de costumbre Nuestra Señora comenzó a elevarse en dirección al naciente. Los pastorcitos se sintieron invadidos por una inexplicable alegría. La Aparición en Os Valinhos les había confirmado que tras las angustias y temores pasados en Vilanova de Ourém, Nuestra Señora no los había olvidado. Francisco decía: «Ciertamente, no se nos apareció el día 13 para no ir a casa del señor administrador, tal vez porque es tan malo.» Como recuerdo, cortaron ramas del arbusto sobre el cual se les había aparecido la Virgen y los llevaron a casa donde exhalaban suave perfume. Preguntados por su procedencia, respondían que eran las «ramitas donde Nuestra Señora puso los pies».
Después de la aparición del 19 de agosto, los tres niños se propusieron rezar el rosario con más fervor, y procuraron hacer más sacrificios que ofrecer a Dios, «por su amor, por la conversión de los pecadores, y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María.» Otros sacrificios que acordaron eran no comer la merienda, que repartían entre los pobres, y dejar de coger higos y uvas. Lucía cuenta: «Teníamos la costumbre de ofrecer de vez en cuando el sacrificio de pasar una novena o un mes sin beber. Hicimos una vez este sacrificio en pleno mes de agosto, en que el calor era sofocante.»
La Capilla de las Apariciones que pidió ese día la Virgen fue edificada en la primavera de 1919, siendo bendecida y celebrada allí la primera misa el 13 de octubre de 1921. Dinamitada por los anarquistas el 6 de marzo de 1922, fue restaurada y reinaugurada el 13 de enero de 1923, manteniendo los trazos originales de ermita popular.
El pedestal donde hoy se encuentra la imagen de Nuestra Señora marca el lugar donde estaba la pequeña encina sobre la cual puso sus pies la Señora del Rosario. El porche actual fue inaugurado por san Juan Pablo II en su primera visita al Santuario en mayo de 1982.
Anuncio de la venida de san José con el Niño Jesús para bendecir al mundo
En agosto de 1917 se sucedieron dos momentos de aparición: la anunciada, pero fallida, del día 13 en Cova da Iria, y la sustitutoria el día 19 en Os Valinhos; momentos que se complementan, pues Dios saca bien incluso del mal. Así, divulgado el vergonzoso rapto de los tres niños por el administrador de Vilanova de Ourém y su estancia en la cárcel del 13 al 15 de agosto, y conocida la posterior aparición días después a los niños solos en Os Valinhos, creció el número de personas que decidió ir a Fátima el 13 del siguiente mes de septiembre, la mayoría en desagravio y oración, y otros por curiosidad, llegando a unas veinte mil.
Cuenta Lucía que aquel día:
«Al aproximarse la hora fui a Cova da Iria con Jacinta y Francisco entre numerosas personas que apenas nos dejaban andar con dificultad. El camino estaba lleno de gente que rezaba el rosario. Gente del pueblo, y hasta señoras y caballeros, consiguiendo adentrarse entre la muchedumbre, se agolpaba a nuestro alrededor y caían de rodillas pidiendo que presentásemos sus peticiones a Nuestra Señora. Otros, no consiguiendo llegar junto a nosotros. «Aparecían todas las miserias de la pobre humanidad, y algunos gritaban subidos a los árboles y a las tapias para vernos pasar, clamaban: –¡Por amor de Dios, pidan a Nuestra Señora que cure a mi hijo, que está impedido! Otro: –¡Que me cure a mí, que estoy ciego!
Otro: –¡A mí, que estoy sordo! ¡Que me traiga a mi marido, a mi hijo, que están en la guerra! ¡Que me convierta a un pecador; que me dé salud, que estoy tuberculoso! etc. Lográbamos avanzar gracias a algunos caballeros que nos abrían paso entre la muchedumbre. Por fin a mediodía llegamos a Cova da Iria.»
Lucía comenzó a dirigir el Rosario, respondiendo la multitud, y escribe que sin haberlo terminado: «vimos el reflejo de luz que anunciaba la llegada de Nuestra Señora» y acto seguido los niños la vieron sobre la encina. Como siempre, Lucía le preguntó:
–«¿Qué es lo que quiere Vuesa merced de mí?» –«Continuad rezando el rosario para que termine la guerra, que está para acabar. Volved aquí el 13 de octubre. En el último día ha de venir san José con el Niño Jesús a bendecir al mundo y Nuestro Señor a dar la bendición al pueblo.»
Como Francisco veía a Nuestra Señora pero no oía sus palabras, Lucía luego le contó que en octubre vendría también Nuestro Señor, lo que le causó gran alegría, y dijo:«– ¡Qué bien, me gusta tanto ver a Nuestro Señor, y sólo lo hemos visto dos veces!… (Francisco se refería a la luz que les comunicaba la Virgen, en junio y julio, de la que dice Lucía que «era el mismo Dios».) De vez en cuando, preguntaba: –¿Todavía faltan muchos días para ese día? Estoy ansioso de que llegue, para ver otra vez a Nuestro Señor. Después pensaba un poco y decía: –«Pero, ¡oye!: ¿estará Él todavía tan triste? Tengo tanta pena de que esté así tan triste. Le ofrezco todos los sacrificios que puedo hacer. A veces, ya no huyo de esa gente, para hacer sacrificios.» Lucía dijo a Nuestra Señora: –«Me han pedido suplicarle muchas cosas: la cura de algunos enfermos, de un sordomudo…» –«Sí, a algunos los curaré, a otros no». Luego repitió su súplica: –«Haga un milagro para que todo el pueblo crea que es usted quien realmente se aparece». –«En octubre haré el milagro para que todos crean», y añadió: –«Dios está contento con vuestros sacrificios, pero no quiere que durmáis con la cuerda puesta; llevadla sólo durante el día».
Lucía cuenta así la historia de esa cuerda: «Pasados algunos días (de la aparición del 19 de agosto) íbamos con las ovejas por un camino, donde encontré un trozo de cuerda caída de algún carro. La cogí jugando y me la até al brazo. No tardé en notar que la cuerda me lastimaba; dije entonces a mis primos: esto hace daño; podríamos atárnosla a la cintura y ofrecer a Dios este sacrificio.» Aceptaron mi idea, y tratamos enseguida de partirla para los tres. Las aristas de una piedra, a la que machacábamos con otra, fue nuestra navaja. Fuese por el grosor o aspereza de la cuerda, fuese porque a veces la apretábamos mucho, este instrumento nos hacía a veces sufrir horriblemente. Jacinta dejaba, en ocasiones, caer algunas lágrimas debido al dolor que le causaba; yo le decía entonces que se la quitase, pero ella me respondía: « ¡No!, quiero ofrecer este sacrificio a Nuestro Señor en reparación y por la conversión de los pecadores.»
La Virgen con solicitud maternal les diría en septiembre que no la usaran de noche para no privarles del necesario reposo. Lucía, antes de despedirse de Fátima en junio de 1921, quemó la cuerda ensangrentada que guardaba de Francisco, que se la había entregado al caer enfermo, diciéndole: «Tómala antes de que mi madre la vea; ahora ya no puedo llevarla», y quemó también la de Jacinta, siguiendo utilizando la suya.
Tras este último amoroso cuidado, Nuestra Señora comenzó a elevarse como de costumbre. La multitud vio una vez más el globo luminoso que la había acompañado a su llegada levantarse hacia el este y desaparecer. Terminada la aparición, los más próximos asediaban a los niños a preguntas, y a duras penas pudieron sus padres llevarlos a casa, que vieron también atestada de gente que permaneció allí importunándoles hasta entrada la noche. Los niños estaban felices pensando ya que al mes siguiente la Señora iba a hacer el milagro, y todos creerían. De ello daremos cuenta en próximo artículo.