La Virgen del Olvido no es la patrona de nuestros descuidos, ni tampoco del necesario olvido de uno mismo, aunque puedan referenciarse, sino que tal advocación alude, en boca de la Virgen a sor Patrocinio, «a que (los hombres) me han olvidado». Sin embargo, una madre no se cansa de esperar y, por ello, el título misterioso de esta tierna y amorosa Madre: Nuestra Señora del Olvido, Triunfo y Misericordias.
La figura de sor Patrocinio fue enormemente conocida en la España de la época, sin embargo, hoy en día se ha desvanecido su recuerdo y el esperanzador mensaje que le transmitió la misma Virgen. Por eso, ahora queremos, y es necesario, dar a conocer esta importante manifestación mariana.
La vida de la pequeña Lolita está rodeada de hechos extraordinarios. Nacida el 27 de abril de 1811, fruto del matrimonio de Diego Quiroga y Dolores Capopardo, tuvo revelaciones del divino Niño Jesús y su Purísima Madre desde sus años más tiernos. Incluso se muestran signos desde su propio nacimiento. Como la familia había estado al servicio del Patrimonio Real, en dicho año tuvieron que huir de Madrid por la invasión bonapartista y se dirigieron, por separado ambos padres, a San Clemente (Cuenca). A un kilómetro del lugar, en la Venta del Pinar, Dolores dio a luz a la futura monja, pero allí mismo la abandonó. A los tres días don Diego fue a buscarla y según cuentan, oyó un llanto que le llamaba «padre» en medio de un camino. De esta manera tan singular descubriría el paradero de su niña. Desde entonces, y hasta los diez años, estuvo muy unida a su padre, sufriendo por otro lado el rechazo de su madre. La Madre del Cielo le hará de madre.
«Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga» (Lc 9, 23) dice el Señor. Pues bien, ya estaba escogiendo seguir al Señor la pequeña Dolores cuando el Niño Jesús, en una aparición, le ofreció una corona de rosas y otra de espinas, y ella escogió la segunda porque éstas son las más agradables a Dios. Efectivamente, penas, dolores, persecuciones, cruz y calvario soportará la futura sierva de Dios, de sobrenombre Rafaela –actuando así la divina Providencia para que el Santo Arcángel la defendiera del Maligno.
A pesar del entorno social que le rodeaba, el bienestar económico y la oposición de su madre, no tardó en responder a su compromiso con Dios y la Virgen. A los quince años entraba en el convento de las Comendadoras de Santiago y, a los diecisiete, el 19 de enero de 1829, entró definitivamente en la Orden de la Inmaculada Concepción de María Santísima, en el convento de Jesús, María y José de Caballero de Gracia de Madrid. A petición de la Virgen, adopta el nombre de Patrocinio, en señal de predilección y de singular ternura hacia ella. Sor María de los Dolores Rafaela de Patrocinio empieza su noviciado bajo la protección de la madre Pilar, la abadesa del convento. Ese mismo año, a la vista de Jesucristo, llegaron a tanto las inflamaciones de amor en su alma pura que le quedó impresa una llaga en el costado. Más adelante, se le imprimieron también las llagas en las manos, pies y cabeza. Todos los dolores que sufría, los ofrecía.
El día 13 de agosto de 1831 se le apareció la Santísima Virgen, en una hermosísima y resplandeciente nube, cercada de querubines. A través del Príncipe San Miguel, le hacía entrega de una preciosa imagen suya con los títulos de Olvido, Triunfo y Misericordias. A sus pies, la figura del dragón amarrada y sujeta con una cadena, como símbolo de su protección sobre la acción del demonio. Estaba claro, «el Señor vinculaba en esta imagen el alivio, consuelo y remedio para todos», en palabras de la Madre Pilar quien, preguntando a las diversas monjas, comprobó que nadie antes había visto dicha imagen. El por entonces papa Gregorio XVI fue enterado del milagro y de todo lo ocurrido. No tardó en promulgar una bula concediendo gracias a los que visitasen, en días concretos, el altar de la sagrada imagen. Él mismo tenía grandes deseos de verla y venerarla y se oía decir que a tan santo Padre, la Virgen se lo concedió de manera extraordinaria.
La Madre Patrocinio le diría a su director espiritual que en la noche del día siguiente de la primera aparición, después de Maitines, tuvo su Reverencia otra celestial visión de la Santísima Virgen con la preciosa imagen del Olvido en sus purísimas manos. Así, la Virgen se le apareció y le dijo: –Hija mía, ¿por qué se contrista tu corazón, si todas las misericordias y tesoros de mi Hijo voy a poner en tus manos, por medio de esta mi soberana imagen, para que las distribuyas en mi nombre a los mortales? – A lo que respondió sor Patrocinio: –Señora y Reina mía, ¿no veis la España, no veis los males que nos afligen? – «Hija mía, los veo; pero ellos se olvidan de mí y retiran las misericordias. Pero yo que soy vuestra tierna y amorosa Madre, quiero poner a la vista de todos los mortales en esta imagen mía, que jamás mis misericordias se apartan de ellos».
(…) A tu solicitud y cuidado dejo el culto y veneración de esta sagrada imagen mía. (…) Al alma que rendida a sus pies me pidiese alguna cosa, jamás se le negará mi amor. Será el consuelo del mundo y la alegría de la Iglesia católica y, por su medio, mi Hijo y yo recibiremos culto.
Cuando ya recibió, la sierva de Dios, esta imagen de la soberana Madre del Olvido, empezó en el Cielo una música celestial entonando la Salve.
Mientras esto ocurría de puertas hacia dentro del convento, España se preparaba para una guerra, la Guerra carlista de 1833. Para entonces ya se hablaba de sor Patrocinio y sus prodigios, acudían a ella en busca de consejo, la llamaban «la monja de las llagas». En su carácter, destacaba por su humildad y su caridad, su dulzura de trato. No obstante, comenzaron las calumnias acerca de su persona y estaba en el punto de mira de los gobernantes y aquellos a quienes les incomodaba.
Ese periodo convulso había estallado y se sucedían las matanzas de religiosos y quema de conventos e iglesias. Sor Patrocinio, en particular, era perseguida y fue desterrada a Francia en dos ocasiones. Sin embargo, la imagen de la Virgen del Olvido siempre la acompañaba. Aunque le entristecía lo que ocurría, les decía a sus monjas: «moriremos mártires de la Inmaculada». Tal y como les había prometido la imagen revelada de la Virgen, sentían verdaderamente y, en todo momento su protección. ¿Sería casualidad lo que al mismo tiempo ocurría en la República contigua? Sucedió que, en su segundo destierro a Francia fundó la Orden Concepcionista y, tan solo diez años antes, al mismo tiempo que la Virgen bendecía España con esas revelaciones, la nación vecina también recibía una gracia semejante. La Virgen le había dicho a Bernadette, «Yo soy la Inmaculada Concepción», dogma proclamado poco antes por el papa Pío IX. Repito, ¿causalidades? Más bien muestras de como las misericordias de Nuestra Madre del Cielo se derraman sin límites…
Los religiosos españoles seguían sufriendo constantes persecuciones. Sor Patrocinio afirmaba con más fuerza: «Dios sufre, la Iglesia sufre, el Santo Padre sufre, es justo que también suframos nosotras», y en ello encontraba su felicidad: el que confía en Dios, por muy desgraciado que lo crea el mundo, siempre es feliz.
Cómo bien había prometido la Virgen Santísima, no dejó de socorrer a cuantos se le acercaban con fervor solicitando su auxilio a través de la sagrada imagen de la Virgen del Olvido, Triunfos y Misericordias. De este modo, desde la primera aparición, se fueron sucediendo numerosos favores de la Soberana Reina. La invocación de la Santísima Virgen del Olvido logró el milagro, entre muchos, de la curación de las piernas baldías del hijo del mayordomo del convento, evitó el asesinato del rey don Francisco de Asís María de Borbón siendo atacado en su propio cuarto y dejando paralizado a su enemigo, y la conversión del corazón distraído y descuidado de un sacerdote enfermo, que también recuperó su salud…
La Virgen nos dejó, a través de sor Patrocinio, un mensaje de conversión y de consuelo. Y, quizá hoy, más que nunca, deberíamos rendirnos a sus pies rezando aquella oración que le escribió la sierva de Dios: «Señora, acordaos de los pobres desvalidos que caminan en este valle de lágrimas, sólo de ti esperan consuelo. No nos olvidéis, Madre mía. Muéstranos lo que es de tu gusto, haciendo el tuyo haremos también el de tu Hijo». De su mano, para llegar a Él.Anum, ereo, caurnum in vocchum, ponsulin dium vit, que facciam nostabe nducia nonequit videntio, omandam
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