Su oración debe ser continua, a imitación de los ángeles que bajan del cielo para aliviar nuestras penas solo cuando Dios se lo manda. Así ellas sólo para aliviar a sus hermanos deben interrumpir su oración. En fin, ellas deben ser los ángeles de este mundo, que lleven el consuelo a todas partes.» Con estas palabras, Santa Ángela de la Cruz describía como la Compañía de las Hermanas de la Cruz sería imagen en el mundo de la misericordia de Dios Padre, especialmente con los más pobres y enfermos.
Llamada a fundar una congregacion de servicio a los pobres
Fue en la ciudad de Sevilla donde Dios quiso que un 30 de Enero de 1846 naciera la que sería la fundadora de esta orden que tanto bien haría en nuestro país, especialmente en numerosos pueblos de Andalucía, también en Italia y Argentina. De origen humilde y sencillo Angelita, como cariñosamente era llamada, comenzó a trabajar desde muy joven como zapatera para poder ayudar así a la economía familiar tan precaria. Sintiendo la llamada del Señor a consagrarse a Él, intentó entrar primero en el Convento de Carmelitas y posteriormente en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, no pudiendo ser admitida en ninguna de las dos por su falta de salud. Volvió de este modo a su vida de trabajadora en el taller de zapatos y será en este periodo, donde recibirá la iluminación que constituirá el eje central de su espiritualidad: la contemplación de dos cruces, una la de Cristo y la otra «a la misma altura, pero no a mano derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca» en la que ella se ve crucificada cara a cara con su Señor, del modo más semejante posible para una criatura y así ofrecerse como víctima por la salvación de sus hermanos.
Bajo la guía de su director espiritual el Padre Torres (actualmente en proceso de beatificación) Santa Ángela fue escribiendo las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro instituto: «El objetivo principal de la Compañía es unir la vida retirada y penitente con el servicio de los prójimos; es unir la vida activa con la pasiva; es imitar en todo a Nuestro Señor, primero en su vida oculta y penitente, en su pobreza y desnudez de todo lo terreno y segundo en su vida pública haciendo bien a todos y en particular a los enfermos». Una congregación al servicio de los pobres, a imitación de Jesús pobre y crucificado: «Desprendidas de todo, hasta de ellas mismas, sin tener nada terreno ni más ropa que la puesta y ésta de limosna; ni flores, ni estampas, ni ninguna clase de animalitos, para que en nada pueda apegarse el corazón; ocultas y desconocidas y sin ninguna apariencia que las haga más particulares que las demás, formen una comunidad de una vida extraordinaria por su penitencia, su obediencia y mortificación en todo» También iría esbozando los pormenores de su futuro convento donde todo invite a la oración y la pobreza : «profundo silencio, paredes blancas, casa muy limpia; los corredores sin muebles y sólo, de trecho en trecho, unos cuadritos sencillos y rudimentarios con las estaciones del Via Crucis y una crucecita pequeña encima» Sólo la capilla estará adornada con lo más valioso y hermoso que pudiesen adquirir, para que las hermanas encuentren en ella su descanso de una vida tan austera y servicio a los demás.
Todas estas inspiraciones comienzan a realizarse cuando Ángela y tres amigas, un 2 de Agosto de 1875 , festividad de Nuestra Señora de los Ángeles, van por las calles y hogares de Sevilla llevando el consuelo de Dios, olvidándose tanto de sí mismas que no se dieron cuenta que ese día no habían comido. Comienza así, esta forma de vida consagrada donde se entrelazan de manera sencilla la contemplación y la actividad apostólica con los más pobres y necesitados de la sociedad. Las Hermanas de la Cruz se hacen pobres con los pobres para de este modo llevarlos a Cristo, viviendo el completo olvido de sí y mostrando así a todos la alegría evangélica, porque… «parece en estos tiempos y en el estado de la sociedad, que no hay cosa más necesaria que poner el Evangelio en práctica y ver a las Hermanas contentas y felices practicándolo».
Las hermanas de la Cruz y su labor misericordiosa
A través de una gran vida de oración, amor a la Eucaristía y al Corazón de Jesús, así como una devoción filial a la Santísima Virgen, las Hermanas de la Cruz se entregan a los demás viviendo completamente todas las obras de misericordia.
–Visitar a los enfermos: Es en lo que más se esmeran porque es lo esencial de su Instituto. Durante el día y también la noche, donde van haciendo turnos de vela sacrificando su propio descanso, cuidan y atienden a los enfermos en sus hogares.
–Dar de comer al hambriento: van por las casas repartiendo alimento a los pobres, dan de comer a niñas internas y externas huérfanas o hijas de padres en situaciones difíciles.
–Dar de beber al sediento: ¡Cuántas veces dan de beber a sus enfermos sedientos por las fiebres cuando todos duermen y descansan!
–Vestir al desnudo: Entregadas a los pobres, las Hermanas reparten ropa y mantas para librarles del frío. También preparan canastillas para los recién nacidos.
–Dar posada al peregrino: En muchas ocasiones se ocupan de pagar las casas de los que la necesitan.
–Redimir al cautivo: las Hermanas hacen cuánto pueden para sacar a las almas del pecado, haciendo sacrificios personales para alcanzar su conversión.
–Enterrar a los muertos: También se dedican a este oficio. Cuando fallece alguna enferma la preparan para su sepultura.
–Enseñar al que no sabe: en los inicios de la fundación se crearon muchos colegios para niñas pobres, conservándose aún algunos colegios. También en sus grupos de jóvenes les enseñan a conocer y amar más a Dios y por último, enseñan con el ejemplo; a los enfermos la paciencia en sus enfermedades para que miren los sufrimientos como medio para dar gloria a Dios, a los pobres para que con su ejemplo vean que se puede ser feliz en medio de la pobreza teniendo a Dios que da fortaleza, a los ricos porque les hacen ver que tienen que repartir sus bienes cuando van por las casas pidiendo limosna para sus pobres.
–Dar buen consejo al que lo necesita: Las Hermanas aprovechan todas las ocasiones para aconsejar el bien allá donde vayan.
–Corregir al que yerra: Corrigen con amabilidad y dulzura a los pobres que socorren, a las niñas internas y cuando la Regla las autoriza, con espíritu de caridad y humildad, también entre ellas.
–Perdonar las injurias: En este punto trabajan mucho las Hermanas para que se reconcilien los que están divididos particularmente cuando los enfermos están graves para que pidan perdón en el sacramento de la confesión.
–Consolar al triste: Al estar en continuo contacto con el sufrimiento, son muchas las ocasiones que se les presenta de consolar al triste.
–Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo: en sus asilos con las ancianas que atienden, en las flaquezas de la enfermedad, en los comentarios a veces desagradecidos de las familias y hogares que visitan….
–Rogar a Dios por los vivos y los muertos: Diariamente en sus oraciones piden por ellos.
Estas obras de misericordia siguen siendo practicadas por las Hermanas de la Cruz que, después de 140 años, continúan siendo fieles al carisma fundacional de Santa Ángela de la Cruz. Todos los días, después de la oración, las Hermanas de la Cruz siguen saliendo de su convento de dos en dos, como envió Jesús a los apóstoles, en silencio para seguir en continua oración, a repartir el amor de Dios a los hermanos porque como decía Santa María de la Purísima, séptima superiora de la Compañía y recientemente canonizada junto a los padres de Santa Teresita: «Lo más hermoso en la tierra es buscar a Dios, acercarse a Él, llenarse de su Amor y de Él repartir a otros»